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18 diciembre 2005

Alegatos

La verdad del mito

(Fragmento inconcluso)

1. La única verdad que cuenta es la absoluta, aunque sea relativa. La que no vale la pena enunciar es la subjetiva. Quiero decir que si advierto que se trata de mi verdad y únicamente, pues no cabe argüir. Lo que causa placer y tiene aspiraciones estéticas es la argumentación. Toda verdad que se enuncia tiende hacia lo universal, este es el quid del pleito.

2. La evidencia carece de argumentos, no los necesita. Se impone.

3. No diré de la evidencia que es totalitaria. No soy postmoderno.

4. La verdad es una evidencia que se busca. A la evidencia se llega por la prueba o por la argumentación. Los hechos no hablan solos. La prueba y la argumentación necesitan de un lenguaje común, pero no basta. Alicia en su maravilloso país nos lo demuestra.

5. Emmanuel Kant reía muy poco o casi nunca. Cuentan que cierta vez se rió con ganas. ¿Cómo introducir esta historia en un argumento? Sobre todo para contrarrestar la aparatosa seriedad de algunos poetas. No puedo afirmar que sea un hecho establecido. El acuerdo sobre la existencia de los hechos es apenas o sobre todo una premisa de la argumentación.

6. En la ficción los hechos los constituye y garantiza el narrador. La verdad de la ficción es múltiple.

7. Si digo: “Desde San Agustín todos sabemos que...”, estoy valiéndome de la autoridad de un Doctor de la Iglesia y lo hago como un terrorista intelectual. Este “todos sabemos...” significa: “el que no sepa que se joda”. Es el peor argumento de autoridad. Es un argumento postmoderno.

Aunque el argumento de autoridad más blandido es: “Te lo digo yo”.

8. Un motivo notorio me veda anotar aquí los detalles del relato. Supongo que su verdad es conocida de todos. Muchos la pusieron en duda, pero nadie aportó una prueba irreductible. Atlacatl nació huérfano, en un país que necesitaba mitos. La mayoría dice simplemente historia. La que nos dieron era falsa. Una flecha atravesó el muslo de don Pedro de Alvarado. Hecho evidente y corroborado. Su testimonio nos basta. Pero el resto, el resto carece de carne. Al huérfano además de bautizarlo hay que dotarlo de padres, de hermanos e incluso de una princesa. Entonces esta era una vez un indio que lo imaginamos rey y lo quisimos fuerte. Tuvo padres nobles, de antiguo linaje. Antes del combate anunciado subió al alto templo. Calló largos instantes. El viento estremeció las copas de los árboles, los pájaros inquietos acrecentaron el silencio. Lejanos cascos vencían el sigilo y las armaduras calcinaban los robustos pechos. La princesa Ayacuán ocultó su rostro y sus lágrimas. Uno a uno subió los escalones hasta la cima y cumpliendo los designios le entregó a Atlacalt el arco y las flechas. Don Pedro de Alvarado nunca mentó a Ayacuán en sus cartas de relación. Nuestras mujeres siempre han estado allí, presentes en la vida y ausentes en la historia.

04 diciembre 2005

Un cuento de Anton Chejov


Yeguer

De Anton Pavlovich Chejov

Era un mediodía caluroso y sofocante. En el cielo no había ni una sola nube... La hierba quemada por el sol miraba lánguida y desesperadamente: aunque lloviera no reverdecería... El bosque se mantenía callado, inmóvil, como si con sus copas estuviera observando o esperando algo.

Por la orilla del descampado, perezosamente, balanceándose, se arrastra un hombre alto, de hombros angostos, vestido de una camisa roja, pantalones señoriales completamente remendados y botas altas. Va arrastrando sus pies por el camino. A la derecha verdea el descampado, a la izquierda, se extiende hasta el horizonte un amarillo mar de centeno llegado a punto. En su bella cabeza castaña lleva gallardo una gorra blanca con una visera de hockey, de seguro un regalo de algún señorito en generoso arranque. Atravesado sobre el pecho lleva un morral, con un gallo silvestre amontonado en su interior. El hombre sostiene en su mano una escopeta de dos cañones con el gatillo hacia arriba y aprieta los ojos para ver a su perro viejo y flaco, que corre adelante y que husmea los matorrales. Todo al derredor está en silencio, ni un solo ruido... Todo lo vivo se ha escondido del calor.

—¡Yeguer Vlasich! El cazador oye de repente una voz suave.

Se estremece, al darse vuelta, frunce las cejas. A su lado, como si hubiera brotado de la tierra, se encuentra una mujer de rostro pálido, de unos treinta años y con la hoz en la mano. Ella se esfuerza por verle la cara y se ríe de vergüenza.

—¡Ah! Eres tú, Pelagueya, dice el cazador deteniéndose y bajando lentamente la escopeta. —Jum, ¿cómo has venido a parar por aquí?

—Hay aquí mujeres de mi aldea que vienen a trabajar y me he venido con ellas... Como trabajadoras, Yegor Vlasich.

— Ajá...— muge Yegor Vlasich y lentamente sigue su camino.

Pelagueya lo sigue. Caminan callados unos veinte pasos.

—Ya hace mucho tiempo que no lo veo, Yegor Vlasich...— le dice Pelagueya, mirando con cariño los hombros y omóplatos en movimiento del cazador. —Desde la Pascua que pasó por la isba a tomar agua, desde entonces que no lo he vuelto a ver... y en qué estado, borracho... Me insultó, me golpeó y se fue... Y yo lo esperaba, lo esperaba... Con los ojos pasaba mirando, aguardándolo... ¡Ay, Yegor Vlasich, Yegor Vlasich! ¡Una vueltita por lo menos, se hubiera dado!

—¿No tengo nada que hacer en tu casa?
—Eso, de seguro, nada tiene que hacer, así nada más... De todos modos son sus bienes... Para ver esto y lo otro. Usted es el dueño... ¡Felicitaciones! ¡Qué gallo ha cazado! Yegor Vlasich, debería sentarse, a descansar...
Diciendo esto Pelagueya se ríe, como una tonta, mirando hacia arriba, a la cara de Yegor... Su cara respira felicidad...
—¿Sentarme? Quizás...— dice Yegor con tono indiferente y se pone a buscar un lugarcito entre dos pinos que han crecido. —¿Que haces ahí parada? Siéntate también.
Pelagueya se sienta un poco retirada, en pleno sol y, avergonzada de su alegría, se cubre con las manos sus labios sonrientes. Pasan dos minutos en silencio.
—¡Una vueltita por lo menos, se hubiera dado!, dice suavemente Pelagueya.
—¿Para qué? suspira Yegor quitándose la gorra y limpiándose su frente roja con la manga.—No hay ninguna necesidad. Ir por una hora es un puro fastidio, sólo te revuelves, pero ir a vivir en permanencia en el campo, el alma no lo soportaría... Tú misma lo sabes, soy un hombre consentido... Me basta que haya una cama, un buen té y pláticas delicadas... Tener todos los honores, pero en tu aldea solo pobreza, hollín... Yo ni un día sobrevivo. Si hubiera un decreto que, digamos, se promulgara para que obligatoriamente tuviera que ir a vivir contigo en tu casa, o incendiaba tu isba o levantaba mi mano contra mí mismo. Desde tiernito la mera travesura está dentro de mí, no hay nada que hacer.
—¿Y agora dónde vive?
—Donde el señor Dimitri Ivanovich, como cazador. Le llevo a su mesa aves salvajes, si no es más... por puro gusto que me mantiene.
—No es muy honorable su negocio, Yegor Vlasich... Para otros es una travesura, pero para usted eso es propiamente como una artesanía... una ocupación de verdad.
—No entiendes, tonta, dice Yegor mirando al cielo como en sueños. —Desde que naciste no entiendes y un siglo no te bastaría para entender qué clase de hombre soy... Según tú yo soy un loco perdido, pero el que entiende, para ese yo soy una de las mejores flechas del distrito. Los señores lo sienten e incluso han escrito sobre mí en el diario. Nadie puede compararse conmigo en este asunto de la caza. Yo le tengo asco a vuestras ocupaciones del campo, no es ni por travesura, ni por orgullo. Sino que desde la infancia, sabes, no he tenido ninguna otra ocupación, salvo las armas y los perros. Me quitan el arma, pues tomo el anzuelo, me quitan el anzuelo, pues con las manos me las ingenio. Bueno, también he sido marchante de caballos y en las ferias he trajinado, cuando había dinero, pero tú misma sabes que si un hombre se ha inscrito como cazador o como marchante de caballos, entonces le dice adiós al arado. Una vez que al hombre le ha entrado el aire de libertad, pues con nada se lo sacas. Lo mismo que un señor entra de actor o a otra de las artes, él no se puede meter a oficinista, ni a terrateniente. Eres mujer, no entiendes y esto hay que entenderlo.
—Entiendo, Yegor Vlasich.
—Quiere decir que no entiendes, ya que te dispones a llorar...
—Yo... yo no lloro..., dice Pelagueya dándose vuelta. —¡Es un pecado, Yegor Vlasich! Aunque fuera un día solito debería vivir conmigo, pobre de mí. Ya hace más de doce años que me casé, y... ¡y entre nosotros ni una sola vez ha habido amor! Y yo... no lloro...
—Amor..., balbucea Yegor frotándose las manos. —Ningún amor puede existir, ni es posible. Es solamente de nombre que nosotros somos marido y mujer. ¿Acaso no es cierto? Yo para ti soy un hombre salvaje y tú para mí eres una mujer simplona, que no entiende. ¿Acaso somos una pareja? Yo soy libre, consentido, vagabundo y tú eres trabajadora, chancletuda, vives en la mugre y el lomo ni se te dobla. Yo pienso de mí que soy el primero en el asunto de la caza y tú con lástima me miras... ¿Qué pareja hay aquí?
—¡Pero nos casamos, Yegor Vlasich!— se exalta Pelagueya.
—Sin quererlo nos casamos... ¿Acaso se te ha olvidado? Al Conde Serguey Pavlich dale las gracias... y a ti misma. El Conde de pura envidia de que yo tiro mejor que él, todo un mes con vino me estuvo emborrachando, y al borracho no sólo a casarse se le puede obligar, hasta cambiar de fe se le puede hacer. De pura venganza borracho me casó contigo... ¡Yegor a la porqueriza! Bien viste que yo estaba borracho, ¿para qué te casaste? No eres sierva, bien te pudiste oponer. Claro que para una porquera es pura felicidad casarse con un cazador profesional, pero es que hay que tener juicio. Y ahora tienes que sufrir, llorar. Para el Conde la risa y para ti el llanto... rájate la cabeza...
Se presenta un momento de silencio. Sobre el descampado vuelan tres patos salvajes. Yegor se les queda mirando y los acompaña con la mirada hasta que se vuelven tres puntos apenas visibles y descienden a lo lejos hacia el bosque.
—¿De qué vives?— le pregunta, pasando su mirada de los patos hacia Pelagueya.
—Agora voy al trabajo y en invierno tomo una cría de la casa de pupilos, le doy el biberón. Rublo y medio me pagan por mes.
—Ajá...
Callan de nuevo. De una apretada huerta llega una tierna canción, que se corta apenas comienza. Mucho calor para cantar...
—Cuentan que a la Akulina le puso una nueva isba— le dice Pelagueya.
Yegor calla.
—Significa que ella sí le llega al corazón...
—¡Esa es tu felicidad, tu destino! le dice el cazador, estirándose. —Ten paciencia, huerfanita. Bueno, ahora hay que despedirse, me he puesto a hablar demasiado... Tengo que llegar antes que anochezca a Boltovo...
Yegor se levanta, se estira y se cruza la escopeta en el pecho. Pelagueya se levanta.
—¿Cuándo va venir por la aldea? le pregunta suavemente.
—¡No hay para qué! Sobrio nunca voy a ir y borracho no tiene ningún interés para ti. Me pongo muy malo cuando estoy borracho... Adiós.
—Adiós, Yegor Vlasich...
Yegor se pone la gorra en la parte trasera de su cabeza y con un chasquido llama al perro y sigue su camino. Pelagueya sigue parada en el mismo lugar y lo sigue con la mirada... Ve sus omóplatos moviéndose, su gallarda cabeza, su lenta y desganada marcha, sus ojos se llenan de tristeza y de tierno cariño. Su mirada se pasea por la enjuta y alta figura de su marido y lo acaricia, lo mima... El, como si sintiera esa mirada, se detiene y se da vuelta para mirar... Calla, pero por su rostro, por sus encogidos hombros, Pelagueya ve claramente que quiere decirle algo... Se le acerca tímidamente y lo mira con sus ojos suplicantes.
—¡Ten! le dice dándose vuelta.
Le entrega un arrugado billete de un rublo y se retira rápidamente.
—¡Adiós, Yegor Vlasich!— le dice ella aceptando maquinalmente el billete.
El se va por un camino largo y recto como un cinturón estirado... Ella, pálida inmóvil como una estatua, está parada y pesca con la mirada cada paso suyo. Pero el color rojo de su camisa se mezcla con el color oscuro de sus pantalones, ya no se ven sus pasos, el perro se confunde con las botas. Se ve únicamente la gorra, pero... de repente Yegor bruscamente toma hacia la derecha, hacia el descampado y la gorra desaparece en lo verde.
—¡Adiós, Yegor Vlasich! murmura Pelagueya y se empina para ver aunque sea la gorra blanca.

Traducción de Carlos Abrego.

01 diciembre 2005

Babel (algunos datos)


Isaac Babel: un clásico de la literatura soviética

Por Carlos Abrego

Isaac Emmanuilovich Babel es mundialmente conocido como el autor de La Caballería Roja. Esta obra tuvo en Rusia desde 1926 —año de su aparición— hasta 1933, ocho ediciones consecutivas. Luego dejó de aparecer hasta la rehabilitación del escritor en 1954, aunque en realidad se volvió a publicar únicamente hasta 1957. A partir de esta fecha su obra ha vuelto poco a poco a ocupar el lugar que merece.

Isaac Babel nació en Odesa el 13 de julio de 1894 y no a finales de ese año como lo creyó Jorge Luis Borges. Tampoco fue hijo de un ropavejero ucraniano, sino que de un comerciante judío establecido, más exactamente agente comercial de una compañía marítima. Corrijo estos dos errores, sin ufanarme, por supuesto, ya que el escritor argentino publicó su corta reseña el 4 de febrero de 1938, entonces poco se sabía ya sobre el escritor ruso. Babel nació en el barrio llamado Moldavanka, luego su familia pasó a vivir a un lugar más céntrico. Odesa era entonces un centro económico y cultural muy importante del Imperio zarista. Para dar una idea de esa importancia les traigo estos ejemplos significativos, al principio del siglo veinte en Odesa había treinta tipografías que editaban 600 libros en primera edición, 79% eran libros rusos, 21% eran libros en otras lenguas, de los cuales 5% salían en hebreo.

Este puerto del Mar Negro era entonces un centro importante del asentamiento judío, a principios del siglo XX los creyentes podían rezar en una de las ocho sinagogas o en una de las veintiséis casas de oración. Odesa fue también un centro del Hasidismo, una corriente del judaísmo religioso. Esta corriente se opone a las otras corrientes por su aspecto emocional, digo esto resumiendo al extremo. Isaac Babel se queja en su “Autobiografía” de la severidad de su padre que lo obligó:”hasta los dieciséis años a estudiar la lengua hebrea, la Biblia, el Talmud. En casa me tocó que vivir duramente, puesto que desde la mañana hasta la noche me obligaban a estudiar una cantidad de ciencias. Descansaba en la escuela”.

Isaac Babel cursó en una importante escuela de comercio de Odesa, en la que se le daba particular atención a la enseñanza de las lenguas. Ahí se estudiaba francés, alemán e italiano. Además, por supuesto, se impartían las materias comerciales como derecho, contabilidad, gestión comercial, economía política, etc. En esa escuela Babel tuvo como profesor de francés a un señor bretón de apellido Vadon, de quien Babel habla con mucho respeto y cariño en su autobiografía. Fue quien lo inició a la lectura de los clásicos franceses (particularmente Flaubert y Maupassant) y quizá quien le inculcó el gusto por la escritura. Sus primeros intentos los hizo en francés. Aunque según él mismo cuenta “sólo los diálogos” le satisfacían. Al terminar la escuela de comercio pasó a estudiar al Instituto de Kiev en donde se graduó.

En 1915 llega a San Peterburgo a la edad de veintiún años. Babel no tenía derecho a vivir afuera del punto de asentamiento de su comunidad. Vivió pues clandestinamente hasta 1917. Recorrió con sus cuentos todas las salas de redacción sin ningún éxito hasta su encuentro con Máximo Gorki en la revista Lietopis (Anales). Babel publica en esa revista sus primeros cuentos. Durante esos años hasta su muerte, Gorki le brindará su amistad y su protección. Por los cuentos que publicó en Lietopis Babel fue acusado de “pornografía” y por “tentativa de subvertir el orden establecido”. El juicio iba a llevarse a cabo en marzo de 1917, “pero —nos dice en su Autobiografía— el pueblo intervino en mi favor y se levantó a finales de febrero, quemó el acto de acusación y el mismo edificio del Juzgado del Distrito”.

Desde sus primeros cuentos aparece un rasgo que va a caracterizarlo, para Babel no existe separación entre lo sublime y lo bajo. Según la conocida expresión de Victor Shklovski: Babel “con la misma voz habla de las estrellas como de la gonorrea”. Se refería a la igualdad de tratamiento de todos los fenómenos de la vida en la creación del escritor odesita: lo sublime como lo profano, lo espiritual como lo sensual y carnal, todo esto tiene su valor en la vida, todo esto merece tener un valor estético.

Shklovski nos cuenta como todos los jóvenes escritores y poetas que frecuentan las páginas de Lietopis esperan ansiosamente el triunfo revolucionario. Entre ellos se encuentra Isaac Babel. El joven escritor se entrega de lleno a la Revolución de Octubre. Desde los primeros meses entra a trabajar como traductor en la “Comisión extraordinaria por la lucha con la contrarevolución y el sabotaje”, la famosa Cheka. Este organismo duró desde 1917 hasta 1922, su primer presidente fue Félix Djerjinski, uno de los fundadores del partido. Babel participa también con su pluma en las páginas de revistas revolucionarias.

En 1920 entra al ejército y parte al frente polaco como periodista de la revista de la caballería “El jinete rojo”. Durante esos años Babel comparte la vida de los cosacos que forman el Primer ejército de Caballería, dirigido por el legendario general Budioni. Lleva un diario que luego le servirá para crear la obra que lo hará célebre “La caballería”, el título reza así, simplemente, el adjetivo “roja” no existe en el original. El primer relato de Caballería Roja aparece en la revista Lef. Luego aparecen en la prensa de Moscú y de Petrograd (Leningrad). La primera edición en un volumen apareció en mayo de 1926, publicada por Goslitizdat.. Esta obra es una de las más importantes de la literatura rusa de la primera mitad del siglo XX.

Babel es un viajador infatigable. Escribe reportajes y artículos en la prensa. También visitó el teatro, aunque sus obras Ocaso (Zakat) y María no obtuvieron el mismo éxito que sus relatos y sus reportajes.

Su otra obra cumbre es “Cuentos de Odesa” la escribió entre los años 21 y 23. Vuelven a aparecer en 1936, publicados por Goslitizdat.

Babel participó activamente en las actividades de propaganda revolucionaria, pero su origen judío lo hizo siempre sospechoso ante las autoridades. Babel escapó a las primeras purgas y juicios sumarios gracias a la permanente protección de Máximo Gorki.

La muerte de Gorki va a ser fatal no sólo para Babel, sino para una larga lista de intelectuales, poetas y escritores rusos y judíos. Babel manifestó en cartas a sus amigos la esperanza de que toda esa represión fuera un fenómeno temporario, que todo iba volver a lo normal. Pero el 15 de Mayo de 1939, a las cinco de la mañana vinieron a buscarlo a su domicilio. No lo encontraron allí. Pero los agentes confiscaron todos sus manuscritos y el resto de pertenencias personales. Arrestaron a su mujer A. N. Pirozhkova para que los condujera a la datcha donde se encontraba Isaac Babel. Desde ese día nunca más se le volvió a ver vivo. Durante años, hasta 1954 las autoridades policiales y ministeriales, siguieron afirmando que Isaac Babel “estaba vivo y preso en un campo”. En realidad fue ejecutado en el mismo año de su condenación, 1940. Esta fecha se supo únicamente en 1984, gracias a la publicación de un Calendario literario editado por la editorial Politizdat. Babel fue rehabilitado por el Consejo Supremo en 1954.


09 noviembre 2005

Prosa Rusa

La biblioteca pública

De Isaac Babel

Que se trata del reino del libro se siente en seguida. La gente que está al servicio de la biblioteca se rozó con el libro, con la vida reflejada y ella misma como si se hubiese vuelto apenas el reflejo de la gente viva, de verdad.

Incluso los empleados del vestuario guardan un silencio misterioso, repletos de una calma meditativa, ni morenos, ni rubios, algo intermedio.

En su casa, cuando el domingo se acerca, tal vez beban aguardiente barato y golpeen largamente a sus mujeres, pero en la biblioteca su carácter no es ruidoso, desapercibido y veladamente sombrío.

Hay también un empleado que dibuja. En su ojos se pinta una tierna tristeza. Dos veces por semana, al quitarle el abrigo a un hombre gordo de saco negro, suavemente le cuenta que “Nicolai Serguievich ha aprobado mis dibujos y Konstantin Vasileivich también los ha aprobado, al principio lo dejé pasar, pero luego además dónde esconderse, nadie sabe”.

El hombre gordo escucha. Es reportero, casado, glotón y se ha agotado trabajando. Dos veces por semana viene a la biblioteca a descansar: lee sobre los procesos penales, dibuja cuidadosamente en un papelito el plan del lugar donde ha ocurrido el crimen, está muy satisfecho y se olvida de que está casado y agotado de trabajar.

El reportero escucha al empleado con turbada incomprensión y piensa en cómo actuar con semejante persona. Darle una propina cuando se vaya, se puede ofender, es pintor, pero al mismo tiempo no darle también puede ofenderlo, es un empleado de todas maneras.

En las salas de lectura los empleados son de un rango más elevado: bibliotecarios. Algunos de ellos son “particulares” y tienen algún claro expresivo defecto físico: este tiene los dedos retorcidos, al otro se le deslizó de lado la cabeza y así le ha quedado. Están mal vestidos y son extremadamente delgados. Pareciera que fantásticamente han sido dominados por alguna idea, desconocida de todos. ¡Gogol los hubiera descrito muy bien!

A los bibliotecarios “no particulares” les comienza una tierna calvicie, visten limpios trajes grises, tienen corrección en sus miradas y una abrumada lentitud en sus movimientos. Permanentemente están rumiando algo y mueven las mandíbulas, aunque no tienen nada en la boca, hablan con acostumbrados susurros, bueno, están arruinados por los libros, que ni siquiera se puede bostezar jugosamente.

El público en estos tiempos de guerra ha cambiado. Hay menos estudiantes. Del todo muy pocos estudiantes. A cada muerte de obispo se mira a un estudiante, muriéndose indoloramente en algún rincón. Se trata de algún “exonerado”. Tiene gafas o cojea delicadamente. Por otra parte están todavía los becados del gobierno. El becado del gobierno es un gordo reblandecido, con bigotes enrollados, cansado de la vida y un gran contemplativo: lee algo un rato, piensa en algo, observa los dibujos de las lámparas y se inclina hacia el libro. Necesita terminar la universidad, tiene que ir al ejército y de todos modos ¿para qué apurarse? Todo a su tiempo.

Un antiguo estudiante volvió a la biblioteca en la figura de un oficial herido, con una venda negra. Su herida está cicatrizando. Es joven y de mejillas rosadas. Almorzó, se paseó por el Nievski*. En el Nievski ya se encendieron las luces. La Bolsa Vespertina realiza su cortejo triunfal. Donde Eliseev ya están exhibiendo la uva en cajas. Todavía es temprano para ir de visita. El oficial por un antiguo recuerdo se dirige hacia la biblioteca pública, extiende sus largas piernas debajo de la mesa a la que se ha sentado y se ha puesto a leer “Apolón”. Puro aburrimiento. Enfrente está sentada una estudiante. Estudia anatomía y está dibujando el estómago en un cuadernito. Es originaria aproximadamente de Kalush, de cara ancha, huesuda, rosada, concienzuda y resistente. Si tiene novio, se trata de la mejor solución al problema — es un sólido material para el amor.

A su lado hay un tableau* artístico: —una invariable pertenencia de cada Biblioteca Pública del Imperio Ruso— un judío durmiendo. Está demacrado. Sus cabellos son ardientemente negros. Tiene las mejillas caídas. La frente con chichones, su boca a medio abrir. Ronca. De dónde es, nadie sabe. Tiene derecho a residencia*, nadie sabe. Lee todos los días. Duerme también todos los días. En su rostro se ve una horrible e indestructible fatiga y casi una demencia. Es un mártir del libro, especial, hebreo, inextinguible mártir.

Cerca del mostrador de los bibliotecarios, una mujer grande, vestida de blusa gris y de busto prominente, lee con extraordinario interés. Es de esas personas que en las bibliotecas, de repente hablan fuerte, que francamente y con entusiasmo se admiran de las palabrejas de los libros y llena de admiración se pone a hablar con los vecinos. Lee porque está buscando, quién sabe por qué, la manera casera de fabricar jabón. Tiene aproximadamente 45 años. ¿Es normal? Muchos se plantean esta pregunta.

Hay otro visitante permanente, un oficial flaquito en una holgada túnica, con pantalones anchos y con unos botines perfectamente limpios. Tiene pies pequeños. Los bigotes de color ceniza de cigarro. Se los unta con un fijador, con lo que resulta una gama de colores gris oscuro. En otros tiempos fue alguien sin talento que no consiguió terminar el servicio con el grado de teniente, para poder salir jubilado con el título de general-mayor. Ya jubilado hastió lo suficiente al jardinero, a los criados y al nieto. A los 73 años de edad se compenetró de la idea de escribir la historia de su regimiento.

Escribe. Esta rodeado por tres quintales de materiales. Es querido de los bibliotecarios. Los saluda con distinguida amabilidad. Ya no harta a los domésticos. El criado con agrado le saca brillo a los botines hasta el extremo.

Muchos otros tipos de gente vienen a la biblioteca pública. Imposible pintarlos a todos. A un individuo un tanto marchitado le corresponde únicamente escribir una monografía suntuosa sobre el ballet. Su fisionomía, la edición trágica de Hauptmann*, el cuerpo insignificante.

Por supuesto hay burócratas que enarbolan en le pecho “Inválido ruso” y “Noticiero del gobierno” También hay jóvenes provinciales que arden al momento de leer.

De noche. La sala está en semi tinieblas. En los escritorios inmóviles figuras: una reunión de fatiga, de curiosidad y de honorabilidad...

Tras las amplias ventanas cae una nieve suave. No muy lejos, en el Nievski, bulle la vida. Lejos, en los Cárpatos, se derrama sangre.

C’est la vie*.

Traducción del ruso de Carlos Abrego
Notas:
*Nievski prospekt es una avenida de San Peterburgo.
* En Rusia zarista los judíos para residir en las ciudades necesitaban de un permiso especial.
Tableau y C’est la vie vienen en francés en el original ruso. Tableau: cuadro. C’est la vie: Así es la vida.

01 noviembre 2005

Pensar con Marx hoy II

Este segundo texto de Lucien Sève es la continuación de sus comentarios sobre el libro de Luc Ferry y Jean-Didier Vincent, ¿Qué es el hombre? He omitido en esta traducción todos los envíos a las páginas de las obras citadas. Las citas de los Grundrisse he tenido que traducirlas a partir del texto de Sève, por no tener a mi alcance una publicación al castellano de esta obra. Al final del texto vienen las notas que he señalado con asteriscos (*) y que pertenecen a Lucien Sève.

¿No existe la libertad según los materialistas?

Por Lucien Sève

Ya que existe una concepción materialista, más específicamente materialista-histórica de "la libertad", es absolutamente escandaloso ocultarla censurando la obra de Marx como también la de Espinoza*. Marx y Engels resumieron en "La ideología alemana" las dos posiciones filosóficas que desde hace tiempo están en presencia: "Hasta ahora la libertad ha sido definida por los filósofos bajo un doble aspecto: de un lado —por todos los materialistas— como una potencia, como un dominio de las situaciones y de las relaciones en donde vive un individuo; del otro —por todos los idealistas, en particular los alemanes— como autodeterminación, un despego del mundo real, como libertad puramente imaginaria del Espíritu". No, afirma un materialista, ningún acto humano escapa a la causalidad** tanto sociohistórica como neuropsíquica; en este sentido "la libertad", ficción sobrenatural postulada por las filosofías espiritualistas, simplemente no existe, por consiguiente hay que concebir de nuevo, de manera radical, todo lo que éstas supuestamente fundan en materia moral, jurídica o política. Y no obstante, la palabra libertad tiene en el pensamiento marxiano un contenido totalmente real y capital. Pero para hacerlo oir a quien, autorizándose a no saber nada, se cree sin embargo permitido a dar por imposible un concepto materialista-histórico de libertad, necesito aquí esbozar también lo que tendría que decir, sobre este tema, una exposición para grandes principiantes.

Si Luc Ferry se imagina plantear aceptablemente la cuestión formulando el dilema: o ustedes admiten el desligamiento del "determinismo", o ustedes excluyen la existencia de "la libertad", significa que tiene una concepción de las más reductoras, ya que no dialéctica, de la necesidad y al mismo tiempo de la libertad. La necesidad no es de ninguna manera un unívoco factum, abarca siempre por el contrario una pluralidad de posibles contradictorios. La misma ley de la gravitación mantiene de pie o derrumba un edificio según las circunstancias, entre las cuales se encuentra la manera en que ha sido construido; y si nosotros tenemos la libertad de construirlo de tal suerte que permanezca de pie, no es "arrancándonos" de la gravedad, sino que al contrario respectándola de lo más cerca —esto es una trivialidad desde Bacón. Hacer de tal suerte que se actualice tal posible más bien que tal otro no ha implicado nunca que se derogue el encadenamiento de las causas, ni la determinación por las leyes; si quisiéramos derogarlas tendríamos obligatoriamente la experiencia de la no-libertad. Comentando en el Anti-Dühring la frase de Hegel "La libertad es ciega solamente en la medida en que no es comprendida", Engels escribe: "La libertad no está en la soñada independencia respecto a las leyes de la naturaleza, sino que en el conocimiento de estas leyes y en la posibilidad dada por ello de ponerlas en marcha metódicamente para fines determinados. [...] La libertad de la voluntad no significa por consiguiente otra cosa que la capacidad de decidir en conocimiento de causa. Por consecuencia, más el juicio de un hombre es libre sobre una cuestión determinada, más grande es la necesidad que determina el tenor de este juicio...".

Toda la cuestión consiste así en la aptitud de intervenir en la actualización de los posibles. Y esta aptitud no tiene ciertamente nada de una "facultad" sobrenaturalmente dada al "hombre"; al contrario es una capacidad conquistada, en el curso de biografías personales y de la historia colectiva, de modo siempre inconcluso y desigual***: "La libertad" no es otra cosa que la suma de liberaciones concretas. Nuestra vida individual como también social no comienza en la libertad, sino que en la dependencia, la ignorancia, la impotencia; y se aleja únicamente a través de una larga marcha emancipadora llena de obstáculos hacia la autonomía práctica, el saber crítico, la acción transformadora, el momento-clave de cada nueva conquista de libertad es la toma de consciencia en la que se afirma un dominio ampliado del mundo y de nosotros mismos. Esta toma de consciencia ocupa un lugar central en la concepción materialista-histórica del pensar y del actuar libres. En los Grundrisse, Marx escribe por ejemplo que para el asalariado explotado, "reconocer los productos [de su trabajo] como suyos propios y juzgar el estado de cosas en el cual es separado de sus condiciones de realización, como algo inaceptablemente impuesto por la fuerza, es una consciencia inmensa, ella misma producida por el modo de producción fundado en el capital, del que esta consciencia está anunciando el fin, como cuando el esclavo tomó consciencia de que no podía ser la propiedad de un tercero, cuando tomó consciencia de ser una persona, a partir de ahí la esclavitud vegetó artificialmente, incapaz de perdurar como base de la producción". La opción voluntaria de quien está perfectamente determinado a actuar sobre la base de una toma de consciencia no deroga de esta suerte ni la casualidad psíquica interna, ni tampoco la casualidad natural o social externa, pero al proponerse actualizar tales o cuales de sus posibles antes que otros, les sobre-impone una determinación por los fines: actuar libremente es actuar mucho menos a causa de que en vista de... Es lo que apuntaba ya Espinoza al definir al hombre libre como el que vive "según el mandamiento solo de la Razón".

Pensar así la libertad no como una supuesta facultad abstracta de escapar al "determinismo", sino como una potencia real de intervenir concientemente tiene una consecuencia mayor, comenzando por esto: la palabra libertad no remite a una simple estructura del sujeto, sino a todo un conjunto de relaciones sociales en el seno de las cuales puede formarse y manifestarse tal potencia, objetiva al mismo tiempo que subjetiva. El mundo humano concretamente dado realiza absolutamente otra cosa que ofrecer situaciones en el cuadro neutro de las cuales se ejercería una libertad subjetiva llave maestra, incluso oponerle obstáculos a los que desde afuera ésta se confrontaría siempre a lo idéntico; él define lógicas concretas, tanto internas como externas, del pensar y del actuar libres en un tiempo y en un lugar definidos de su evolución histórica. Por ejemplo, muestra luminosamente Marx a partir de La Ideología alemana, el pasaje de la sociedad medieval al mundo burgués, en el que son abolidos los antiguos lazos de dependencia personal, permitió masivamente acceder a los individuos a "la contingencia de sus condiciones de existencia" y este "derecho de poder gozar en toda tranquilidad de la contingencia" es la base misma de lo que se exalta bajo el nombre de "libertad personal". Pero, al mismo tiempo, con la generalización de las relaciones mercantiles, se opera la "solidificación" [Konsolidation] de nuestro propio producto en una potencia objetiva que nos domina, escapando de nuestro control, contrarrestando nuestras esperas, reduciendo en añicos nuestros cálculos" (tenemos en mente, por ejemplo, en el mundo de hoy, esas catástrofes en las que son entrampados tantos asalariados, desde el despido bursátil a la pérdida del capital-jubilación pasando por la deslocalización de empresas y muchas otras pretendidas "fatalidades económicas", nombre mistificador de la alienación por el capital). De este modo, puede concluir con Marx, "en la representación, los individuos son más libres bajo la dominación de la burguesía que antes, porque sus condiciones de existencia les son contingentes; en la realidad, ellos son naturalmente menos libres, porque están mucho más subordinados a la potencia de las cosas". Toda su obra ulterior retoma y profundiza esta visión crucial sobre las estructuras histórico-biográficas de la libertad —como el análisis de los Grundrisse revelando "la inepcia que consiste en considerar la libre concurrencia como el último desarrollo de la libertad humana", mientras que nosotros tenemos aquí "a la vez la libertad y el total anonadamiento de la individualidad bajo el yugo de condiciones sociales que toman la forma de potencias factuales, incluso de cosas todopoderosas —de cosas independientes de los individuos y de las relaciones que mantienen entre ellos". Se aprecia mejor todavía ahora toda la ventaja que existe en decretar que en el materialismo histórico no hay y no podría haber en él lugar para una concepción de la libertad: autorizándose al mismo tiempo a escamotear integralmente estas tan desagradables consideraciones sobre nuestro mundo real.
__________________
* No tenemos la insigne candidez de indignarnos que un filósofo sea agresivamente adversario del materialismo en general y del materialismo histórico en particular. Quien piensa con Marx no sabría volver a alguien "responsable" de lo que las circunstancias histórico-biográficas han hecho de él; todo juicio moral estaría fuera de lugar. No obstante, la lucha de ideas tiene sus reglas, por lo menos entre interlocutores de un cierto nivel de consciencia cultivada. Que un autor situándose a este nivel, por añadidura apasionado de "moral deontológica", se comporte como nuestro autor respecto a Marx, he aquí algo que compromete la responsabilidad y constituye un escándalo intelectual.
** Que el pensamiento de Marx sea "determinista" es el tipo de prejuicio extendido —incluso entre algunos "marxistas"— que Luc Ferry recibe y tiene sin escrúpulo por una verdad establecida. Todos aquellos que se tomaron el trabajo de leer a Marx saben que su causalismo dialéctico es absolutamente irreductible a cualquier determinismo —ver sobre este punto, entre otros, la rica obra de Michel Vadée, Marx, penseur du possible (Marx, pensador de lo posible), cuyo primer capítulo está consagrado a lo que él llama "el equívoco" del pretendido determinismo de Marx, y el último a su concepción de la libertad. Que Marx, que ha establecido poderosas leyes tendenciales en el movimiento de la historia, no haga ninguna clase de concesión a un fatalismo determinista, cualquiera puede convencerse por el simple y solo hecho de que toda su obra es un apasionado llamado a la acción revolucionaria, este llamado sería un puro contra sentido, si Luc Ferry tuviera aunque fuera una pizca de razón al imputarle el determinismo. En cuanto al "reducionismo" ya he anotado anteriormente la extrema tontería de tachar a un pensador, cuya actitud está marcada de punto a punto por la dialéctica, es decir del modo de pensar más radicalmente antirreductor que haya. Por ello entre el materialismo histórico y el materialismo biológico en el sentido hoy divulgado de este término —es decir, en el que los procesos neuro-biológicos se toman como la explicación suficiente de los comportamientos humanos, la esencial socio-historicidad de nuestra humanitas es completamente ignorada, o, en el mejor de los casos, pensada como reductible a las proporciones de simple epigénesis— no hay una necia "querella de preeminencia", como escribe Luc Ferry, sino que más bien un vivo litigio de fondo. En lo que me atañe, literalmente nunca he dejado de combatir la ideología reductora del biologismo, desde la ilusión de otrora según la cual el pavlovismo podría perfectamente ser la "psicología del marxismo" y la creencia tenaz en los "dones" hasta las imposturas siempre vivaces sobre la pretendida "programación genética" de las disposiciones tan íntimamente histórico-culturales como son las capacidades intelectuales, las preferencias sexuales u otras actitudes morales.
*** Desigualdad de hecho que no descalifica por supuesto en nada el principio regulador de la igualdad en derecho de todos los hombres, pero que obliga al contrario a medir cuán lejos está —en el mundo de clases fundamentalmente desigual que todavía es el nuestro— la igualdad en derecho de serlo de hecho.

17 octubre 2005

Pensar con Marx hoy

El texto que les propongo aquí es un pasaje del libro de Lucien Sève "Pensar con Marx hoy". En los primeros capítulos Sève levanta un inventario del desconocimiento actual de Marx y de los ataques que sufre a partir de este desconocimiento.

Marx es un autor famoso y desconocido sostiene Lucien Sève. En este primer texto entabla una discusión con Luc Ferry, filósofo oficial y respetado en la universidad francesa. Luc Ferry fue ministro del gobierno de Jean-Pierre Raffarin.

El libro citado por Sève se titula "Qu’est-ce que l’homme? - Les fondamentaux de la biologie et de la philosophie (avec Jean-Didier Vincent), Odile Jacob, Paris, 2000. Las páginas remiten a esta edición (¿Qué es el hombre? Los fundamentales de la biología y de la filosofía).

Esta traducción es hecha con el permiso del autor y de la casa editora La Dispute.

Penser avec Marx aujourd’hui : I Marx et nous. La Dispute, Paris, 2004.
Luc Ferry: Marx “reduccionista”
[...]

En un libro a dos voces, en el que el coautor es Jean-Didier Vincent, Luc Ferry emprende la exposición de lo que es convenido llamar los fundamentales del “saber filosófico” (58, p. 9), haciendo obra “simplemente pedagógica” (p.15) respecto a la cuestión, hoy colocada de nuevo en el proscenio, y que da título al volumen: ¿Qué es el hombre? Su único propósito consiste en fijar la oposición radical “entre el materialismo y las filosofías de la libertad” (p. 39), en el triple terreno de la antropología, de la metafísica y de la ética. La elección de un interlocutor biólogo no se debe, evidentemente, al mero azar. Resulta que según Luc Ferry “no hay lugar a duda que desde hace algunos años, el materialismo, bajo el efecto de la crisis del marxismo, se ha desplazado de la historia hacia la naturaleza” (p. 23), de tal suerte que resultaría más neurálgica la confrontación de las dichas filosofías de la libertad con el materialismo biológico que con el materialismo histórico —pero discutir con el primero, es también tratar con el segundo, puesto que “los dos materialismos caminan con mucha frecuencia de la mano (aunque les sucede también entrar a veces en querellas de preeminencia)...” (P. 21). Consecuencia de esta amalgama considerada sin ambages como cayendo por su propio peso: aunque en las ciento cincuenta páginas del texto escritas por Luc Ferry no figura el más mínimo análisis tópico de las visiones de Marx y de Engels sobre la libertad, ni siquiera la más pequeña citación, sin embargo el autor se juzga autorizado a concluir por mera analogía implícita a partir de su debate con el materialismo biológico que, en el “materialismo histórico” de igual modo, “la libertad” es “negada” (p. 26) de manera “completa” (p. 27). ¡Esto sí que comienza bien!

Pero miremos un poco de cerca lo que nos es dado en este asunto como el nervio de la argumentación anti-materialista universal. “La libertad, Luc Ferry sabe mejor que nadie en qué consiste este fundamental, ya que él piensa precisamente a la luz de las “filosofías de la libertad”: ella es la “facultad específica de arrancarse de las determinaciones naturales o históricas” (p. 17), “posible distanciación (écart)” respecto de cualquier código, tanto social como genético (pp. 26, 27, 30, etc.), por decirlo de una vez “trascendencia real” respecto “de la materia natural o histórica” (p. 19) —y es en esta “distanciación”, en esta “trascendencia” que reside “lo propio de lo humano” (p. 17). Ahora bien para “el materialismo” entendido “en el sentido filosófico”, es bien sabido, “no habría autonomía verdadera del mundo del espíritu o, si se quiere, no hay trascendencia real, sino que solamente una ilusión de autonomía” (P. 19). Todo materialismo es un “determinismo” según el cual nosotros no somos de ninguna manera libres de nuestras opciones, puesto que “mecanismos inconscientes” eligen por nosotros; se trata de un “reduccionismo” que niega toda autonomía absoluta de los fenómenos humanos, lo ideal siendo apenas una producción superestructural de la materia” (pp. 19-20). En las diferentes figuras del “materialismo contemporáneo” –“Marx, Nietzsche y Freud” –, se “reduce las ideas y las normas relacionándolas a lo que las engendra “en última instancia” – la infraestructura económica, la vida de los instintos y de las pulsiones, la libido, en resumen a todas las figuras imaginables del inconsciente”. Por esto, “incluso si toma en cuenta la complejidad de los factores que entran en juego en la producción de las ideas y de los valores, el materialismo debe asumir sus dos rasgos característicos fundamentales: el reduccionismo y el determinismo” (p. 19).

Hemos leído bien: “el materialismo”, de manera expresa se nombra a Marx, “debe asumir” a la vez su “determinismo” y su “reduccionismo”. Esto se decreta, lo repito, en ausencia de todo análisis justificativo de la obra marxiana, sin la más mínima cita o referencia: estamos, entiéndase bien, frente a una obra “simplemente pedagógica”, un “curso de iniciación pura”(p. 15) y que tiene perfectamente el derecho de enunciar sin pruebas en tanto que hecho la caracterización del materialismo como un pensamiento de una absoluta estupidez. No obstante siendo un hombre de gran urbanidad, Luc Ferry, esto “va de suyo”, “no le niega de ninguna manera el derecho a nadie de adoptar una filosofía determinista y materialista”; lo que él “afirma” es “simplemente” que “no se puede jugar en dos tableros” y que hay que tener consciencia, “cuando uno se pretende materialista coherente”, de que “esta posición filosófica es incompatible con la idea de una ética normativa no ilusoria” (p. 90). Ya que la libertad tal cual él la entiende, la libertad-trascendencia, es para un espíritu coherente la evidente e infranqueable condición de toda moralidad: “puesto que es libre, no es prisionero de ningún código natural o histórico, el ser humano es un ser moral”“ (p. 30). Sin duda, indica Luc Ferry en muy breve y único incidente, “hay una concepción antigua de la libertad” (sic) que “Espinoza intentará rehabilitar al hablar de una “inteligencia de la necesidad”, pero “¿si todos los acontecimientos que advienen en este mundo están determinados por causas eficientes, éstas mismas están determinadas por causas anteriores, cómo puedo ser libre en mis opciones?”. Y “si no tengo esta posibilidad, pierdo toda responsabilidad ante mis actos”, lo que no le deja ningún sentido a una moral “deontológica”(p. 92). Vemos en efecto cuán “modestas” son sus palabras: “pretendo solamente, escribe Luc Ferry, que es incoherente decirse materialista y considerar la moralidad de los actos humanos como si ella pudiera depender de una libertad que se declara por otro lado ilusoria”; es por ello que un “materialista consecuente” no debería “nunca hablar de moral, sino como de una ilusión más o menos necesaria”(p. 96).

Me encanta decir que cuando leí estas páginas increíbles*, me sentí rejuvenecido de muchos años. Efectivamente hacía ya mucho tiempo —no cabe duda que tengo que remontar hasta los años cincuenta del siglo pasado— que no había visto a un pensador patentado atreverse a ofrecernos el truco del materialista-sin-moralidad-salvo-incoherencia. Mucho tiempo hace que no había visto a un destazador del materialismo volver a utilizar con tal aplomo la ancestral argumentación de: o bien ustedes tienen la misma idea que yo de la libertad, o bien no tienen ninguna. Mucho tiempo hace que no había visto a un profesional de la filosofía permitirse sospechar “alguna herencia espinocista” en un pensamiento que “considera la libertad como una ilusión”(p.34), cuando justamente Espinoza, luego de haber dejado sin velos, en los inicios de La Ética, toda ilusión en la creencia en una libertad fundada en la ignorancia de las causas de nuestras acciones, estableció enseguida su concepto inequívoco definiendo al “hombre libre” como “el que vive según el único mandamiento de la Razón” (4° parte, LXVII; 193, p. 603)*. Y hace mucho tiempo también que no había visto a un adversario del pensamiento marxiano formular en contra suyo aserciones tan pesadas con tamaña ligereza.

Lo que tiene de confortable esta manera de proceder, la que consiste en decir lo que piensa el adversario sin darle la palabra, identificando su pensamiento con los peores estereotipos que circulan a su respecto entre la opinión, este proceder dispensa de tomar en consideración no solamente los argumentos que presenta, sino que también las objeciones que el adversario pueda aportar. Reivindicándose sin cesar de Kant en su concepción de la libertad como trascendente respecto a todo determinismo, Luc Ferry logra realizar la hazaña de escamotear por completo la cuestión planteada por los materialistas en múltiples ocasiones y que en gran pensador, Kant tuvo en lo que le concierne la lealtad de planteársela a sí mismo: ¿Es esta libertad sobrenatural un hecho demostrable, o por lo menos concebible? A lo que Kant responde por la negativa. Consagrándole mucha atención al final del tercer capítulo de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, no vacila en escribir que “la libertad es sólo una idea de la razón, cuya realidad objetiva es en sí misma dudosa”, y todavía más: “descubrir cómo sea posible la libertad misma, como causalidad de una voluntad”,”la razón humana es totalmente impotente de explicar” y todo “esfuerzo y trabajo que se emplee en buscar explicación de esto será perdido”. La "libertad-arrancamiento" de las determinaciones naturales o históricas, la "libertad-trascendencia" tan querida de Luc Ferry, no es otra cosa para Kant que un “postulado de la razón práctica” al mismo nivel que la inmortalidad del alma et la existencia de Dios —y un materialista agregaría que tiene la misma credibilidad. Se mostraría aún más descortés proponiendo estas preguntas triviales, como por ejemplo: ¿a partir de qué momento esta “facultad”, en la que nos invita a ver “lo propio de lo humano” se manifiesta en la ontogénesis y en la filogénesis? ¿Debemos atribuirle una libertad-trascendencia al recién nacido, al feto, al embrión? ¿Al hombre del paleolítico, al Homo habilis? ¿Al bonobo, quizás? Si no se tiene la osadía de un Tomás de Aquino estatuyendo que el alma racional es infundida de una sola vez en el conceptus humano en el cuarto día de su crecimiento (si se trata de un niño; sólo en el sesenteavo en el caso de una niña...), si uno se resuelve en otros términos a considerar la aparición de la libertad como gradual, se ha admitido ya de hecho un punto capital de la manera materialista de considerar la cuestión: no, “la libertad”, para usar todavía aquí esta entidad especulativa no criticada, no es un dado natural-sobrenatural, se trata de un construido histórico y psíquico.

08 octubre 2005

Escribir leyendo (II)

Un diluvio de imágenes
Esta vez se trata de escribir leyendo un libro de Osvaldo Hernández, joven poeta de mi tierra, El Salvador. Sus hallazgos poéticos me desconciertan, quiero decir que me sorprenden, pues su fuerza y su gracia es devolverle a las imágenes el candor de lo recién nacido. Sus frases son llanas, no retuercen la sintaxis, su vocabulario no abandona el terreno que ha elegido: el coloquio y el habla familiar. Pocas son en su poemario las oraciones que se extienden, ninguna lo hace interminablemente. Por lo general son escuetas, muy parcas, concisas. Pero al mismo tiempo lo que más me llenó de regocijo al recorrer su "Parqueo para sombrillas", lo que de manera más golosa disfruté, fue precisamente cuando en un juego de "descomposición" desbarata las frases hechas o los "significados hechos" y magistralmente les da vuelta para que caigan de nuevo de pie, ataviados de inéditas connotaciones. Voy a dar algunos ejemplos de lo que acabo de afirmar.
"y es que la piedra en el zapato
el corazón de piedra
esta tu ausencia de dura piedra"
Este giro tan usual, tantas veces repetido para designar una molestia persistente y agobiadoramente presente, toma visos novedosos por la acumulación de significados tan corrientes, como ese "corazón de piedra" que maltrata y la realmente palpable y dolorosa ausencia. La piedra en el zapato nos duele ahora con otra intensidad y en otra dimensión.
Tiene en su "Poema de amor esgrimista" un verso de una sencillez y que denota una escena tan cotidiana que su poetización parece imposible. Hablo del café del desayuno, pero ese café en Osvaldo Hernández se transforma en un recinto amoroso:
"Amo el paisaje de las servilletas
tus ojos que me calientan desde el café más temprano
"
Estas servilletas me traen a la memoria otro verso, el de un poema de García Lorca, "Oda al Rey de Harlem" de "Poeta en Nueva York":

"y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas".
Es el ambiente —mucho más que el ritmo y las palabras— lo que en mi mente se ha cruzado. No hablo de influencia, nunca hablo de esas cosas. La fuerza evocadora de un verso se realiza precisamente porque despierta en nosotros las sensaciones creadas por otros textos.
A Osvaldo Hernández le gusta jugar con las palabras y con nuestras lecturas.
Recordamos todos el título tal vez más famoso de César Vallejo "¡España! ¡Aparta de mí este cáliz!" La referencia evangélica es por lo menos evidente. La referencias bíblicas no faltan en el poemario de Osvaldo Hernández. El título del poema ya anuncia el juego, "El nombre de los nombres", pues el primer verso obligatoriamente nos lleva a Vallejo y a través de Vallejo o directamente, al Gólgota:
"No apartes de mí este cáliz
que me va la vida en ello
que sea tu saliva en mis heridas veneno de mis venenos
que no quede vena sobre vena
después de este afán de incendios
que tu cuerpo no es tu cuerpo sino espiga crepitando
entre las llamas de mi lengua
azufre lamiendo arcángeles y balas
".
Incluso la gran profecía de Jesús el Nazareno es transformada y recogida en este poema. Recuerden lo que Cristo dice en las gradas del Templo en aquel domingo de su triunfal entrada en Jerusalén: "No quedará piedra sobre piedra". ¿Y qué nos dice Osvaldo Hernández?
"que no quede vena sobre vena"
¡Qué sacramental y purificador es el acto de amor descrito en estos versos! El cuerpo de la amada es templo que se purifica en el fuego, como expiatoria espiga en el supremo sacrificio de la amorosa crucifixión de entrelazados brazos.
No debo insistir que todas estas imágenes son labradas con palabras de todos los días, con sencillos cinceles del habla cotidiana. Pero la subversión semántica y las profundas evocaciones de los Testamentos bíblicos las rescatan de los trillados caminos y nos entrega esas mismas palabras, engalanadas de nuevos matices.

"Habríamos podido esperar otro diluvio
sin sombrero y sin arca
pero el cielo retumbaba
sin siquiera arrancarnos el temblor de nuestro abrazo
"
Hasta el patriarca Noé, tan antiguo, se renueva en los versos de Osvaldo Hernández. Algunas veces las referencias vienen menos escondidas. No obstante el procedimiento cumple su cometido y nos deleita sorprendiéndonos.
"No entendés esta lengua con que cuento la vida
pero sos la lengua y la vida
el canasto y el pan y los peces
que nos multiplican
".
Evidentemente la referencia es la vida en la ciudad, la evocación el sermón de la montaña y el milagro de la multiplicación. Pero no se trata solamente de imágenes bíblicas, las he sacado de entre muchas otras, para ejemplificar un procedimiento y los logros de nuestro poeta. Les voy a dar una joya y espero que la degusten con la misma gula con que lo he hecho yo. Se trata de los últimos versos del poema ya citado arriba, "Poema del amor esgrimista":
"amo la vertical complicidad de la pared
que nos concede
ser
alfiler
y mariposa".
Quién sabe por qué asocio estos cortos versos con el cielo raso y las sombras del poema de Boris Pasternak que he traducido y presentado en este "cuaderno" de cosas tan pasajeras. Tal vez porque ambos poetas nos llevan a la intimidad de un estrecho recinto, un cuarto. Voy a terminar con mis ejemplos citando unos versos, en los que tal vez sin darse cuenta, nuestro poeta enlaza a dos mujeres claves dentro de la cultura judeo-cristiana: una, la primera, es del antiguo testamento, la otra, del nuevo, la virgen María. Las alusiones son leves, apenas una suave pincelada:
"y fue hasta entonces
que entendimos
el invierno
las hormigas
la necesidad del llanto
el color de nuestras huellas
la raíz del verbo
y nuestra desnudez bajo el árbol
de la fruta no prohibida
no negada
redimida
sin pecado concebida
la palabra....
La poesía
"

Espero que este ramillete de ejemplos haya despertado el interés que merece nuestro poeta salvadoreño. Creo que su calidad ha quedado demostrada, no por mis comentarios, sino que por la belleza y el candor de sus palabras.
1. Parqueo para sombrillas, Osvaldo Hernández, DPI, San Salvador, 2004, colección nuevapalabra.

01 octubre 2005

Bajtin y Ajmatova

El texto que propongo no es originario de Mijail Mijailovich Bajtin. Se trata de unas notas que hizo una alumna suya, R. M. Mirkina. Las notas aparecen en el segundo tomo de las obras completas de M. M. Bajtin. Las notas llevan el título de "Apuntes de las conferencias sobre la historia de la literatura rusa". Los editores de las Obras completas de M. M. Bajtin, justifican la inclusión de este texto como un testimonio de la intensa y prolongada actividad pedagógica de Bajtin.

Mi proposito es la de continuar dando a conocer a Anna Ajmatova. El punto de vista de Bajtin es muy importante, aún en esta forma mediatizada.

Ajmatova

La poesía de Ajmatova se distingue con fuerza, en algunos aspectos, de la poesía de los simbolistas. Todos los Akmeistas se formaron bajo el ala protectora y la influencia espiritual de Annenski.

La característica fundamental de la poesía de Ajmatova es su proximidad al lenguaje coloquial. En Blok el léxico es también corriente, de la vida, sin construcciones intencionales, pero en su poesía la base, de todos modos, es la lírica, con una sintaxis apropiada. Asimismo la lengua de Bieli no se sale de la espontaneidad del lenguaje coloquial, pero no utiliza la cadencia de la conversación. Annenski se caracteriza en absoluto por el lenguaje hablado, pero no lo sostiene en los límites de todo el poema, sino que sólo en algunas estrofas. En Ajmatova predomina el coloquio, vivo, corto y en cierto modo una frase coloquial enérgica.

Como todos los Akmeistas, Ajmatova al contrario de los simbolistas tiende hacia el equilibrio de todos los elementos de la palabra, tanto emocionales, como materiales. Para Balmont es importante sólo el matiz emocional de la cosa, sobrecarga con detalles de asuntos de diferentes paisajes, con el fin de provocar una impresión emocional. Juntarlos en un solo cuadro del mundo es imposible, pero tampoco necesario. En Ajmatova se da un cuadro concreto-figurado completamente acabado, sin incoherencias visuales. En este equilibrio total de los momentos emocionales y visuales de la palabra en los Akmeistas se veía su proximidad a los realistas.

El léxico de Ajmatova se caracteriza por la unión de dos estilos. Pero aclarémosnos de qué estilos hablamos y sólo entonces entenderemos el principio de la unión. La altura del estilo: reside en su emotividad, en un elevado lirismo; el estilo bajo en la representación de minucias de la vida. En Ajmatova la profundidad íntimo-lírica se une con las minucias de la vida, pero todo se mueve en el mismo plano.

Desde el punto de vista léxico la poesía de Ajmatova es pobre. V. V. Vinogradov estableció en su poesía apenas tres nidos semánticos: el amor, la canción y la plegaria. Con este procedimiento apenas si se puede analizar el léxico, es demasiado simplificado. No obstante él ha observado correctamente una cosa: la extrema pobreza léxica de Ajmatova. En Pushkin en cada poema las palabras son nuevas. En Ajmatova en cada poema son las mismas viejas palabras y algunas palabras nuevas o menos algunas palabras nuevas.

La composición sonora en la poesía de Ajmatova es bastante perfecta, pero no se destaca. La aspiración de privar la palabra de toda sonoridad obsesiva es una característica de todos los Akmeistas, también en esto se acercan a los clásicos.

En la base del ritmo de la poesía de Ajmatova reposa en la entonación coloquial. Aquí hay muchos aspectos, exclamaciones, picas femeninas. La entonación no tiende a ser única, es válida sólo en este contexto individual. No es brusca, por esto con frecuencia podemos trasmitirla en el ritmo de una canción. La canción exige el equilibrio de dos momentos: el de la entonación musical y el del sentido. En los poemas de Ajmatova a pesar de su búsqueda vital la entonación está en sordina: de lejos sus poemas suenan como una tonada. En todos los Akmeistas, como consecuencia de su impulso hacia el primitivismo, los versos se acercan al canto. Gumilev reprodujo una canción exótica; Kuzmín, una canción semi-kabatska y semi-culta según el tipo europeo occidental, de esta manera acercó sus poemas a la canción y los transpuso a la música; en Ajmatova sus poemas se acercan a la canción popular. Por eso su estilo se puede definir como la unión del lenguaje coloquial y primitivo-popular.

En lo que concierne a las relaciones de Ajmatova respecto a la materia (contenido), continúa la manera de Annenski, pero de manera atenuada. En Ajmatova la materia es viva, cada cosa vive su propia vida, pero la heroína también existe. El paisaje viviente, principalmente el de un cuarto, se harmoniza con los sentimientos de la heroína. En oposición a los simbolistas en quien la cosa siempre simboliza un momento del ser, en Ajmatova cada cosa se nombra a sí misma, su particularidad.

Sobre el género en la poesía de Ajmatova se puede decir que es muy simplificado. Fundamentalmente encontramos una pequeña piecita lírica, construida al rededor de una imagen. Ella no se somete a ninguna diferenciación, resulta imposible inventarle una denominación. Es necesario señalar que la pobreza genérica no caracteriza a todos los Akmeistas, sino solamente a Ajmatova.

El tema fundamental de Ajmatova es el amor desapercibido. Pero el asunto de principio sobre la inaccesibilidad del amor tal cual aparece en los poetas de la época del Renacimiento, en los románticos alemanes, en Blok, el tema de la mutua dignidad no aparece en su poesía. En Ajmatova el amor desapercibido se mueve totalmente en el plano de la realidad. Ella parte de una situación narrativa (fábula) provocada por el amor desapercibido, no obstante no existe en su poesía una argumentación de este hecho. Para Ajmatova todo reside en la selección de los sentimientos vividos correspondientes, los cuales son elaborados líricamente con profundidad. La fidelidad al objeto amoroso, su unicidad tampoco se encuentran en la poesía de Ajmatova. Probablemente en cada poema se trata de nuevas personas. A la gama de sentimientos causados por el amor desapercibido, aparecen el motivo de la separación, el motivo del amor desapercibido en el matrimonio.

Pero todos estos motivos enlazan una misma característica, para ella no son importantes los fundamentos éticos del amor, sino que la suma factual de las impresiones vividas, que están ligadas al giro actual del asunto, la presencia de sentimientos con sus minúsculos matices. Algunos críticos ven en todo esto una carencia de la poesía de Ajmatova, consideran que en ella se revela la profunda concreción del hecho amoroso. Por supuesto todo esto no es una cualidad, ni un defecto, sino que simplemente una particularidad. Pero gracias a esta particularidad Ajmatova logró introducir en el tema del amor características particulares: la cotidianidad amorosa, el lado concreto y real de los sentimientos amorosos.

Existe en la poesía de Ajmatova también el motivo de la patria, de Rusia, asimismo los motivos religiosos. En este sentido ella prolonga la tradición de las poetizas rusas, de Pavlova, de Mirra Lojvitskaya, de Guippius. Pero estos temas no se dan en su poesía de manera pura, sino que con cierta mezcla de erotismo. Es necesario decir que cuando dividimos la poesía de Ajmatova en temas separados, se trata de una división abstracta. De hecho en cada uno de sus poemas los temas se entrelazan.

20 septiembre 2005

Marx y la pena de muerte

El texto que propongo aquí es un artículo de K. Marx aparecido en el New York Daily Tribune (18 de febrero de 1853). Se trata del primer artículo redactado por Marx directamente en inglés. En este texto el autor expone su posición frente a la pena capital. Su postura es clara.

Este texto es muy poco conocido. El filósofo francés
Lucien Sève ha tenido la extrema amabilidad de ponerlo a mi disposición. Creo que este texto guarda toda su actualidad y sus argumentos mantienen su vigencia hasta el día de hoy, cualquiera que sea el país o el régimen que insista en aplicar la pena de muerte.

La referencia bibliográfica es: K. Marx, F. Engels Gesamtausgabe (MEGA), Dietz Verlag, t. I.12, Berlín 1984, pp. 24-27.


Londres, viernes 28 de Enero de 1853

The Times del 25 de enero, bajo el título “Aficionado de la horca”, publica las observaciones siguientes:

"Siempre se ha señalado que en nuestro país siguen a una ejecución pública casos de ahorcamiento —suicidio o accidente—, como consecuencia del poderoso impacto producido por la ejecución de un criminal conocido sobre los espíritus mórbidos e inmaduros.”

En los diversos casos citados por The Times para ilustrar este señalamiento, entre otros encontramos el de un alienado de Sheffield quien, luego de haber hablado con otros alienados sobre la ejecución de Barbour, terminó con sus días ahorcándose. Otro caso es el de un muchacho de catorce años que también se ahorcó.

A un hombre sensato le costaría mucho adivinar en favor de qué teoría son enumerados estos hechos: nada menos que una apología sin ambages del verdugo, al mismo tiempo que un panegírico de la pena de muerte como la ultima ratio [último recurso] de la sociedad. Es esto lo que figura en un artículo faro de un “diario faro”.

The Morning Advertiser, en una muy acerba aunque justa crítica de esta predilección por la horca y de esta lógica sanguinaria del Times, entrega los siguientes datos muy interesantes, referidos a 43 días del año de 1849:

[Aquí hemos omitido el cuadro]

El mismo Times reconoce que este cuadro muestra que no solamente suicidios, sino que también crímenes de los más horrendos se cometen después de la ejecución de los criminales. Cosa sorprendente, el artículo en cuestión no produce ni un solo argumento que favorezca la teoría barbara que propone. Sería muy difícil, si no imposible, establecer un principio por el cual se pudiera fundar la legitimidad o la pertinencia de la pena de muerte, en una sociedad que alardea de ser civilizada. De manera general la pena de muerte ha sido defendida en tanto que medio de enmienda o de intimidación. ¿Pero con qué derecho me infligís una pena para enmendar o intimidar a otra persona? Sin tomar en cuenta que existe la historia —y también cosas como las estadísticas— para establecer como total evidencia que desde Caín el mundo no ha sido ni enmendado, ni intimidado por la aplicación de penas. Al contrario. Desde el punto de vista del derecho abstracto, existe una sola teoría del castigo que reconoce abstractamente la dignidad humana, es la teoría de Kant, especialmente en su versión más intransigente tal cual la ha formulado Hegel. Hegel dice “La pena es el derecho del criminal. Ella es un acto de su voluntad propia. El criminal proclama que la violación del derecho es su derecho. Su crimen es la negación del derecho. La pena es la negación de esta negación y por consecuencia una confirmación del derecho, que el criminal solicita y se inflige a sí mismo.”

Sin ninguna duda esta posición de principio es algo seductora, en la medida en que Hegel, en lugar de ver en el criminal un simple objeto, esclavo de la justicia, lo eleva al rango de un ser libre, que dispone de sí mismo. No obstante, al mirar la cosa de más cerca, nosotros descubrimos que el idealismo alemán, en este caso como en la mayoría de los otros casos, no hace otra cosa que aportar a las leyes de la sociedad existente una consagración trascendental. ¿Acaso no es una trampa sustituir la abstracción de la “libre voluntad” por un individuo con sus motivos reales, con todas las relaciones sociales que lo encierran, una sola de las múltiples cualidades humanas toma el lugar del propio hombre? Esta teoría que considera la pena como el resultado de la propia voluntad del criminal, no es otra cosa que la expresión metafísica de la antigua jus talionis [ley de Talión]: ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre. Para hablar claro, y dejando de lado cualquier circunlocución, la pena no es otra cosa que un medio para la sociedad de defenderse contra la violación de sus condiciones de existencia, cualquiera que pudiera ser su carácter. ¿Pero qué clase de sociedad es esta, que no conoce mejor instrumento para defenderse que el verdugo y cuyo “diario faro” proclama al mundo entero que su propia brutalidad es una ley eterna?

En su excelente y sabia obra, “El Hombre y sus Facultades”, Quételet escribe:

“Existe un presupuesto al que se abona con una espantosa regularidad, se trata del de las cárceles y de los cadalsos (...) Podemos predecir cuantos individuos mancharán sus manos con la sangre de sus semejantes, cuantos van a ser falseadores, cuantos envenenadores, más o menos como se puede pronosticar la cifra anual de nacimientos y de defunciones.”

En un cálculo de probabilidades criminales que publicó en 1829, Quételet predijo con una sorprendente seguridad no solamente el número, sino que toda la variedad de crímenes que iban a ser cometidos en Francia en 1930. No son tanto las instituciones políticas propias de un país, sino más bien las condiciones de base de la sociedad burguesa moderna en su conjunto las que producen un número medio de crímenes en una parte nacional dada de la sociedad —he aquí lo que muestra el cuadro siguiente comunicado por Quételet para los años 1822 al año 1824—. De cien criminales condenados encontramos los datos siguientes en América y en Francia:

[Aquí hemos omitido el cuadro]

Si los crímenes, al ser considerados en gran número, manifiestan en su frecuencia y su naturaleza la regularidad de los fenómenos naturales; si, como lo afirma Quételet, “sería difícil decidir en el cuál de los dos dominios (el mundo físico y el sistema social) las causas actuantes producen sus efectos con mayor regularidad”, entonces —en lugar de magnificar al verdugo que ejecuta una parte de los criminales con el único fin de dejarle el lugar a los siguientes—, ¿acaso no es necesario reflexionar seriamente en cambiar el sistema que engendra tales crímenes?

15 septiembre 2005

Boris Pasternak

Noche de Invierno

El viento azotaba la tierra entera,
por todos los confines.
En la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

Igual que los enjambres de palomillas
buscaban las llamas durante el estío,
los blancos copos desde el patio
volaban hasta la ventana.

En los vidrios la borrasca
esculpía flechas y estrellas
y en la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

En el cielo raso iluminado
las sombras se tendían,
cruce de manos, cruce de piernas,
destinos cruzados.

En el piso, estruendosos,
dos botines cayeron.
Desde el candelero en lágrimas
la vela en el vestido goteaba.

Todo se perdía en la bruma
canosa y blanca de la nieve.
En la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

Del rincón avienta hacia la vela
y el ardor de la tentación
alzó, como un ángel, dos alas
formando una cruz.

El viento azotó todo el mes de febrero
y una y otra vez
sobre la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

1946

(Traducción: C. Abrego)

08 septiembre 2005

Escribir leyendo (I)

El Alma Desnuda

La casa editora francesa José Corti tiene una excelente colección, rica y sugestiva, en lisant en écrivant. Se trata de eso, de leer escribiendo. Es lo que me propongo hacer en estas crónicas, iré comentando lo que el azar de los encuentros o el rescate de alguna estantería quiera poner en mis manos. Esta vez fue un encuentro el que me permitió conocer un hermoso librito de poemas: “Historia de los Espejos” de Susana Reyes[1].

Todo lo que escriba sobre este poemario siempre me va a parecer poco, pues se trata de un libro conmovedor y profundo. La alta calidad de sus imágenes se mantiene a lo largo de todos sus poemas y su claridad y sencillez reflejan la autenticidad de los sentimientos expresados.

Susana Reyes pone en marcha la paradoja de la lírica: la expresión es personal, íntima, profundamente subjetiva. Ella se abandona y abandona sus sentimientos al lenguaje que la vuelven de esa forma singular. No obstante esa expresión tan propia, tan suya, nos arrastra, nos conmueve, nos fuerza a comulgar con su desgarradora soledad, a seguir con ella en la búsqueda y a sentir nuestro su desasosiego.

Desde el primer poema sus imágenes sorprenden y nos estremecen. Ella entrega su cuerpo a pedazos, cada miembro va cobrando vida propia, su alma queda desnuda.
“Entro y salgo por las mismas paredes,
mi pie es el sabio,
mi espíritu retorna al singular origen
y trato de leer la historia
en la infinita biblioteca de sangre,
donde voy, regreso, voy, regreso”.


Es preciso un momento de silencio, dejar que cada imagen vaya sola, con su propia sabiduría, al nervio de nuestra alma que sea más receptivo. La insistente perseverancia para ir en busca de una explicación, que le hable de su actual circunstancia desde el inicio, a través de la vida o la muerte de todos los que le han precedido. El hoy tiene siempre una historia, el hoy personal, como el hoy común. Todos nos hemos visto un día arrastrados —involuntariamente o tal vez ocultándonos el deseo de conocer— hacia el gran mito del inicio, de nuestro origen. El origen que nos hace singulares; al mismo tiempo el yo íntimo anhela saber qué pasado está encarnando. Aquí nos acontece lo de siempre, lo singular trasciende hacia lo universal, pues el lenguaje poderosamente nos ata a todos en un solo manojo. Todos queremos “leer la historia”, nuestra historia, la particular, la que nos ha ido forjando y hemos entrado en esas páginas en las que la sangre es vida y es muerte.

Es casi seguro que cada uno de nosotros, y en primer lugar Susana Reyes, entienda a su manera la palabra “historia”, que cada uno la acomode a su circunstancia. Estoy usando muy a propósito esta palabra, circunstancia, pues es justamente con ella que han querido expulsar la historia de la poesía. Pero el yo lírico en su máxima expresión individualista, al oponerse al mundo, es precisamente espejo de la circunstancia común.
“El camino es ancho,
la lectura del pasado es garra hincándose
en las entrañas,
en vano exprimo las hojas palpitantes,
el pasado es cicatriz, apenas sombra de la vida,
legiones silenciosas marchándose,
mientras voy, regreso, voy, regreso
como la criatura inquieta,
como la sabia, la curandera,
la pitonisa eterna”.


El recuento de lo vivido es doloroso. No voy a extenderme en glosas de la bellas imágenes con que nos regala nuestra poeta. No obstante cuántos de nosotros volvemos obsesionadamente a escrutar esos años que ya se fueron y que continuamos sintiéndolos como abiertas cicatrices que siguen desfigurándonos. Y en esto también imitamos los pasos de Susana Reyes, vamos y regresamos, inquietos de lo que vamos a leer en esa “infinita biblioteca de sangre” y quisiéramos realmente ser curanderos para calmar los dolores. El destino individual se junta inexorablemente con el destino común. Cada uno de nosotros tiene sus propias “hojas palpitantes” y cuántas veces no hemos querido devolverles la palabra a esas “legiones silenciosas” que se alejan y que para cada uno de nosotros tienen rostros diferentes.

La fuerza, la profundidad de este primer poema residen en que las imágenes son intensamente personales, no obstante no menudean el sufrimiento, ni ponen detalles a cada una de las páginas de la ensangrentada historia. El dolor de una búsqueda que se siente como “arado inútil en el fango” y cesar de buscar “un animal desconocido que hace sombra” en el cuerpo, no expresan sólo el sufrimiento individual, ni las sentidas emociones personales, el poema nos toca por su autenticidad y porque al tener valor estético su carácter individual accede a lo universal.

Lo universal es lo humano que cada uno de nosotros encuentra en el poema, lo humano que resuena como un profundo eco en nuestro cuerpo y que nos obliga a ver con nuestros propios ojos los largos estantes de la “infinita biblioteca de sangre” y a sentir también desesperada nuestra búsqueda.

Aquí termina mi primera crónica. Pero con esto no concluyo mis comentarios del poemario de Susana Reyes. Espero haber compartido la intensa emoción que han causado en mí sus poemas y que a los que no conocen a esta poeta salvadoreña los mueva a buscar su libro.


[1] Historia de los Espejos, Susana Reyes, DPI, San Salvador, 2004, colección nuevapalabra.

02 septiembre 2005

Algunas explicaciones

Los poemas de Anna Ajmatova que he publicado aquí ya han sido traducidos numerosas veces. ¿Por qué hacer una nueva traducción? No lo he hecho por simple ejercicio. En realidad toda traducción es discutible y cada una ha optado por ciertas soluciones. Las que he visto publicadas no me han convencido. Sobre todo porque se apartan demasiado del original, algunas veces se trata de una variación a partir del poema en ruso. Los invito, pues, a que comparen con las que aparecen en la red.

Mis traducciones

Anna AJMATOVA

Musa


Cuando de noche espero su llegada,
la vida, al parecer, pende de un hilo.
¡Qué valen el honor, la juventud, la libertad
ante esta amable visita con una flautilla en la mano!
Hela aquí que entró. Quitándose el manto,
atentamente se me ha quedado mirando.
Le pregunto: “¿Fuiste tú quien a Dante le dictó
las páginas del Infierno? Me responde: “Fui yo”.


A la ciudad de Pushkin

Y las terrazas de Tsárskoie selo...
Pushkin

1
¡Qué pena siento! Ellos te incendiaron...
¡Ah! ¡El encuentro es más amargo que la despedida!...
Aquí estuvo la fuente, más allá las altas arboledas
Y a lo lejos la majestad del antiguo parque.
El alba de sí misma enrojece cada vez más.
En abril el olor del moho y de la tierra
Y el primer beso...

1945

2

Las hojas del sauce marchitaron en el siglo diecinueve
para brillar cien veces más frescas en el ritmo de los versos.
Las agrestes rosas se volvieron purpúreos, rústicos rosales
y los cantos colegiales siguen sonando animosos.

Trascurrió medio siglo... Generosa y sorprendente me eligió

la suerte
y en la inconsciencia de los días me olvidé del curso de los años.
¡Allí no volveré! Pero me llevaré al río del olvido y de la muerte
los vivos contornos de los jardines de mi Tsárskoie selo.

1957
Moscú


A Alexander Blok

Fui a visitar al poeta.
A mediodía en punto. Un domingo.
Había silencio en la gran sala
y tras los cristales el frío.

Un sol frambuesa flotaba
sobre una bruma de felpa azul...
Callado, el dueño de casa
con su clara mirada me observa.

Tiene unos ojos tales
que todos recordarlos deben.
A mí, prudente, más me vale
no mirarlos para nada.

Recordaré no obstante la plática,
el brumoso mediodía, el domingo
en la alta casa gris
de las marinas orillas del Neva.

El Sótano de la Memoria

Pero es absurdo decir que vivo entristecida
y que los recuerdos me apuñalan.
No suelo visitar con tanta frecuencia mi memoria
y a la verdad, siempre me ha sacado de quicio.
Cuando bajo, con un candil, a ese sótano,
me parece que de nuevo un sordo derrumbe
desde la angosta escalera retumba.
El candil humea. No logro retroceder.
Sé que voy allí, hacia el enemigo.
Yo suplico, como una gracia... Pero allí
está oscuro y en silencio. ¡Mi fiesta se acabó!
¡Treinta años! Como se despedía a las damas,
murió de vejez aquel travieso.
Llegué tarde. ¡Qué desgracia!
No puedo mostrarme en ninguna parte
y avanzo rozando los cuadros de las paredes,
me caliento cerca de la chimenea. ¿Qué quimera es esta?
A través de este pudridero, de esta humareda,
de esta corrupción brillaron dos azules esmeraldas.
El gato maulló. ¡Volvamos a casa!

¿Pero dónde está mi casa y dónde está mi juicio?

1940