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20 septiembre 2005

Marx y la pena de muerte

El texto que propongo aquí es un artículo de K. Marx aparecido en el New York Daily Tribune (18 de febrero de 1853). Se trata del primer artículo redactado por Marx directamente en inglés. En este texto el autor expone su posición frente a la pena capital. Su postura es clara.

Este texto es muy poco conocido. El filósofo francés
Lucien Sève ha tenido la extrema amabilidad de ponerlo a mi disposición. Creo que este texto guarda toda su actualidad y sus argumentos mantienen su vigencia hasta el día de hoy, cualquiera que sea el país o el régimen que insista en aplicar la pena de muerte.

La referencia bibliográfica es: K. Marx, F. Engels Gesamtausgabe (MEGA), Dietz Verlag, t. I.12, Berlín 1984, pp. 24-27.


Londres, viernes 28 de Enero de 1853

The Times del 25 de enero, bajo el título “Aficionado de la horca”, publica las observaciones siguientes:

"Siempre se ha señalado que en nuestro país siguen a una ejecución pública casos de ahorcamiento —suicidio o accidente—, como consecuencia del poderoso impacto producido por la ejecución de un criminal conocido sobre los espíritus mórbidos e inmaduros.”

En los diversos casos citados por The Times para ilustrar este señalamiento, entre otros encontramos el de un alienado de Sheffield quien, luego de haber hablado con otros alienados sobre la ejecución de Barbour, terminó con sus días ahorcándose. Otro caso es el de un muchacho de catorce años que también se ahorcó.

A un hombre sensato le costaría mucho adivinar en favor de qué teoría son enumerados estos hechos: nada menos que una apología sin ambages del verdugo, al mismo tiempo que un panegírico de la pena de muerte como la ultima ratio [último recurso] de la sociedad. Es esto lo que figura en un artículo faro de un “diario faro”.

The Morning Advertiser, en una muy acerba aunque justa crítica de esta predilección por la horca y de esta lógica sanguinaria del Times, entrega los siguientes datos muy interesantes, referidos a 43 días del año de 1849:

[Aquí hemos omitido el cuadro]

El mismo Times reconoce que este cuadro muestra que no solamente suicidios, sino que también crímenes de los más horrendos se cometen después de la ejecución de los criminales. Cosa sorprendente, el artículo en cuestión no produce ni un solo argumento que favorezca la teoría barbara que propone. Sería muy difícil, si no imposible, establecer un principio por el cual se pudiera fundar la legitimidad o la pertinencia de la pena de muerte, en una sociedad que alardea de ser civilizada. De manera general la pena de muerte ha sido defendida en tanto que medio de enmienda o de intimidación. ¿Pero con qué derecho me infligís una pena para enmendar o intimidar a otra persona? Sin tomar en cuenta que existe la historia —y también cosas como las estadísticas— para establecer como total evidencia que desde Caín el mundo no ha sido ni enmendado, ni intimidado por la aplicación de penas. Al contrario. Desde el punto de vista del derecho abstracto, existe una sola teoría del castigo que reconoce abstractamente la dignidad humana, es la teoría de Kant, especialmente en su versión más intransigente tal cual la ha formulado Hegel. Hegel dice “La pena es el derecho del criminal. Ella es un acto de su voluntad propia. El criminal proclama que la violación del derecho es su derecho. Su crimen es la negación del derecho. La pena es la negación de esta negación y por consecuencia una confirmación del derecho, que el criminal solicita y se inflige a sí mismo.”

Sin ninguna duda esta posición de principio es algo seductora, en la medida en que Hegel, en lugar de ver en el criminal un simple objeto, esclavo de la justicia, lo eleva al rango de un ser libre, que dispone de sí mismo. No obstante, al mirar la cosa de más cerca, nosotros descubrimos que el idealismo alemán, en este caso como en la mayoría de los otros casos, no hace otra cosa que aportar a las leyes de la sociedad existente una consagración trascendental. ¿Acaso no es una trampa sustituir la abstracción de la “libre voluntad” por un individuo con sus motivos reales, con todas las relaciones sociales que lo encierran, una sola de las múltiples cualidades humanas toma el lugar del propio hombre? Esta teoría que considera la pena como el resultado de la propia voluntad del criminal, no es otra cosa que la expresión metafísica de la antigua jus talionis [ley de Talión]: ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre. Para hablar claro, y dejando de lado cualquier circunlocución, la pena no es otra cosa que un medio para la sociedad de defenderse contra la violación de sus condiciones de existencia, cualquiera que pudiera ser su carácter. ¿Pero qué clase de sociedad es esta, que no conoce mejor instrumento para defenderse que el verdugo y cuyo “diario faro” proclama al mundo entero que su propia brutalidad es una ley eterna?

En su excelente y sabia obra, “El Hombre y sus Facultades”, Quételet escribe:

“Existe un presupuesto al que se abona con una espantosa regularidad, se trata del de las cárceles y de los cadalsos (...) Podemos predecir cuantos individuos mancharán sus manos con la sangre de sus semejantes, cuantos van a ser falseadores, cuantos envenenadores, más o menos como se puede pronosticar la cifra anual de nacimientos y de defunciones.”

En un cálculo de probabilidades criminales que publicó en 1829, Quételet predijo con una sorprendente seguridad no solamente el número, sino que toda la variedad de crímenes que iban a ser cometidos en Francia en 1930. No son tanto las instituciones políticas propias de un país, sino más bien las condiciones de base de la sociedad burguesa moderna en su conjunto las que producen un número medio de crímenes en una parte nacional dada de la sociedad —he aquí lo que muestra el cuadro siguiente comunicado por Quételet para los años 1822 al año 1824—. De cien criminales condenados encontramos los datos siguientes en América y en Francia:

[Aquí hemos omitido el cuadro]

Si los crímenes, al ser considerados en gran número, manifiestan en su frecuencia y su naturaleza la regularidad de los fenómenos naturales; si, como lo afirma Quételet, “sería difícil decidir en el cuál de los dos dominios (el mundo físico y el sistema social) las causas actuantes producen sus efectos con mayor regularidad”, entonces —en lugar de magnificar al verdugo que ejecuta una parte de los criminales con el único fin de dejarle el lugar a los siguientes—, ¿acaso no es necesario reflexionar seriamente en cambiar el sistema que engendra tales crímenes?

15 septiembre 2005

Boris Pasternak

Noche de Invierno

El viento azotaba la tierra entera,
por todos los confines.
En la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

Igual que los enjambres de palomillas
buscaban las llamas durante el estío,
los blancos copos desde el patio
volaban hasta la ventana.

En los vidrios la borrasca
esculpía flechas y estrellas
y en la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

En el cielo raso iluminado
las sombras se tendían,
cruce de manos, cruce de piernas,
destinos cruzados.

En el piso, estruendosos,
dos botines cayeron.
Desde el candelero en lágrimas
la vela en el vestido goteaba.

Todo se perdía en la bruma
canosa y blanca de la nieve.
En la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

Del rincón avienta hacia la vela
y el ardor de la tentación
alzó, como un ángel, dos alas
formando una cruz.

El viento azotó todo el mes de febrero
y una y otra vez
sobre la mesa ardía una vela,
una vela ardía.

1946

(Traducción: C. Abrego)

08 septiembre 2005

Escribir leyendo (I)

El Alma Desnuda

La casa editora francesa José Corti tiene una excelente colección, rica y sugestiva, en lisant en écrivant. Se trata de eso, de leer escribiendo. Es lo que me propongo hacer en estas crónicas, iré comentando lo que el azar de los encuentros o el rescate de alguna estantería quiera poner en mis manos. Esta vez fue un encuentro el que me permitió conocer un hermoso librito de poemas: “Historia de los Espejos” de Susana Reyes[1].

Todo lo que escriba sobre este poemario siempre me va a parecer poco, pues se trata de un libro conmovedor y profundo. La alta calidad de sus imágenes se mantiene a lo largo de todos sus poemas y su claridad y sencillez reflejan la autenticidad de los sentimientos expresados.

Susana Reyes pone en marcha la paradoja de la lírica: la expresión es personal, íntima, profundamente subjetiva. Ella se abandona y abandona sus sentimientos al lenguaje que la vuelven de esa forma singular. No obstante esa expresión tan propia, tan suya, nos arrastra, nos conmueve, nos fuerza a comulgar con su desgarradora soledad, a seguir con ella en la búsqueda y a sentir nuestro su desasosiego.

Desde el primer poema sus imágenes sorprenden y nos estremecen. Ella entrega su cuerpo a pedazos, cada miembro va cobrando vida propia, su alma queda desnuda.
“Entro y salgo por las mismas paredes,
mi pie es el sabio,
mi espíritu retorna al singular origen
y trato de leer la historia
en la infinita biblioteca de sangre,
donde voy, regreso, voy, regreso”.


Es preciso un momento de silencio, dejar que cada imagen vaya sola, con su propia sabiduría, al nervio de nuestra alma que sea más receptivo. La insistente perseverancia para ir en busca de una explicación, que le hable de su actual circunstancia desde el inicio, a través de la vida o la muerte de todos los que le han precedido. El hoy tiene siempre una historia, el hoy personal, como el hoy común. Todos nos hemos visto un día arrastrados —involuntariamente o tal vez ocultándonos el deseo de conocer— hacia el gran mito del inicio, de nuestro origen. El origen que nos hace singulares; al mismo tiempo el yo íntimo anhela saber qué pasado está encarnando. Aquí nos acontece lo de siempre, lo singular trasciende hacia lo universal, pues el lenguaje poderosamente nos ata a todos en un solo manojo. Todos queremos “leer la historia”, nuestra historia, la particular, la que nos ha ido forjando y hemos entrado en esas páginas en las que la sangre es vida y es muerte.

Es casi seguro que cada uno de nosotros, y en primer lugar Susana Reyes, entienda a su manera la palabra “historia”, que cada uno la acomode a su circunstancia. Estoy usando muy a propósito esta palabra, circunstancia, pues es justamente con ella que han querido expulsar la historia de la poesía. Pero el yo lírico en su máxima expresión individualista, al oponerse al mundo, es precisamente espejo de la circunstancia común.
“El camino es ancho,
la lectura del pasado es garra hincándose
en las entrañas,
en vano exprimo las hojas palpitantes,
el pasado es cicatriz, apenas sombra de la vida,
legiones silenciosas marchándose,
mientras voy, regreso, voy, regreso
como la criatura inquieta,
como la sabia, la curandera,
la pitonisa eterna”.


El recuento de lo vivido es doloroso. No voy a extenderme en glosas de la bellas imágenes con que nos regala nuestra poeta. No obstante cuántos de nosotros volvemos obsesionadamente a escrutar esos años que ya se fueron y que continuamos sintiéndolos como abiertas cicatrices que siguen desfigurándonos. Y en esto también imitamos los pasos de Susana Reyes, vamos y regresamos, inquietos de lo que vamos a leer en esa “infinita biblioteca de sangre” y quisiéramos realmente ser curanderos para calmar los dolores. El destino individual se junta inexorablemente con el destino común. Cada uno de nosotros tiene sus propias “hojas palpitantes” y cuántas veces no hemos querido devolverles la palabra a esas “legiones silenciosas” que se alejan y que para cada uno de nosotros tienen rostros diferentes.

La fuerza, la profundidad de este primer poema residen en que las imágenes son intensamente personales, no obstante no menudean el sufrimiento, ni ponen detalles a cada una de las páginas de la ensangrentada historia. El dolor de una búsqueda que se siente como “arado inútil en el fango” y cesar de buscar “un animal desconocido que hace sombra” en el cuerpo, no expresan sólo el sufrimiento individual, ni las sentidas emociones personales, el poema nos toca por su autenticidad y porque al tener valor estético su carácter individual accede a lo universal.

Lo universal es lo humano que cada uno de nosotros encuentra en el poema, lo humano que resuena como un profundo eco en nuestro cuerpo y que nos obliga a ver con nuestros propios ojos los largos estantes de la “infinita biblioteca de sangre” y a sentir también desesperada nuestra búsqueda.

Aquí termina mi primera crónica. Pero con esto no concluyo mis comentarios del poemario de Susana Reyes. Espero haber compartido la intensa emoción que han causado en mí sus poemas y que a los que no conocen a esta poeta salvadoreña los mueva a buscar su libro.


[1] Historia de los Espejos, Susana Reyes, DPI, San Salvador, 2004, colección nuevapalabra.

02 septiembre 2005

Algunas explicaciones

Los poemas de Anna Ajmatova que he publicado aquí ya han sido traducidos numerosas veces. ¿Por qué hacer una nueva traducción? No lo he hecho por simple ejercicio. En realidad toda traducción es discutible y cada una ha optado por ciertas soluciones. Las que he visto publicadas no me han convencido. Sobre todo porque se apartan demasiado del original, algunas veces se trata de una variación a partir del poema en ruso. Los invito, pues, a que comparen con las que aparecen en la red.

Mis traducciones

Anna AJMATOVA

Musa


Cuando de noche espero su llegada,
la vida, al parecer, pende de un hilo.
¡Qué valen el honor, la juventud, la libertad
ante esta amable visita con una flautilla en la mano!
Hela aquí que entró. Quitándose el manto,
atentamente se me ha quedado mirando.
Le pregunto: “¿Fuiste tú quien a Dante le dictó
las páginas del Infierno? Me responde: “Fui yo”.


A la ciudad de Pushkin

Y las terrazas de Tsárskoie selo...
Pushkin

1
¡Qué pena siento! Ellos te incendiaron...
¡Ah! ¡El encuentro es más amargo que la despedida!...
Aquí estuvo la fuente, más allá las altas arboledas
Y a lo lejos la majestad del antiguo parque.
El alba de sí misma enrojece cada vez más.
En abril el olor del moho y de la tierra
Y el primer beso...

1945

2

Las hojas del sauce marchitaron en el siglo diecinueve
para brillar cien veces más frescas en el ritmo de los versos.
Las agrestes rosas se volvieron purpúreos, rústicos rosales
y los cantos colegiales siguen sonando animosos.

Trascurrió medio siglo... Generosa y sorprendente me eligió

la suerte
y en la inconsciencia de los días me olvidé del curso de los años.
¡Allí no volveré! Pero me llevaré al río del olvido y de la muerte
los vivos contornos de los jardines de mi Tsárskoie selo.

1957
Moscú


A Alexander Blok

Fui a visitar al poeta.
A mediodía en punto. Un domingo.
Había silencio en la gran sala
y tras los cristales el frío.

Un sol frambuesa flotaba
sobre una bruma de felpa azul...
Callado, el dueño de casa
con su clara mirada me observa.

Tiene unos ojos tales
que todos recordarlos deben.
A mí, prudente, más me vale
no mirarlos para nada.

Recordaré no obstante la plática,
el brumoso mediodía, el domingo
en la alta casa gris
de las marinas orillas del Neva.

El Sótano de la Memoria

Pero es absurdo decir que vivo entristecida
y que los recuerdos me apuñalan.
No suelo visitar con tanta frecuencia mi memoria
y a la verdad, siempre me ha sacado de quicio.
Cuando bajo, con un candil, a ese sótano,
me parece que de nuevo un sordo derrumbe
desde la angosta escalera retumba.
El candil humea. No logro retroceder.
Sé que voy allí, hacia el enemigo.
Yo suplico, como una gracia... Pero allí
está oscuro y en silencio. ¡Mi fiesta se acabó!
¡Treinta años! Como se despedía a las damas,
murió de vejez aquel travieso.
Llegué tarde. ¡Qué desgracia!
No puedo mostrarme en ninguna parte
y avanzo rozando los cuadros de las paredes,
me caliento cerca de la chimenea. ¿Qué quimera es esta?
A través de este pudridero, de esta humareda,
de esta corrupción brillaron dos azules esmeraldas.
El gato maulló. ¡Volvamos a casa!

¿Pero dónde está mi casa y dónde está mi juicio?

1940