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19 marzo 2006

El Marxismo en El Salvador

El Marxismo y El Salvador

Por Carlos Abrego

En El Salvador el marxismo ha gozado entre algunos círculos muy restringidos de intelectuales de un prestigio indiscutible. No obstante difícilmente podemos afirmar que la filosofía marxista ha existido en el país. En la oposición entre el mundo capitalista y los países del “socialismo real”, nuestro país estuvo siempre alineado al anticomunismo, simple y llanamente. Los escasos textos marxistas que circularon, lo hicieron clandestinamente y de manera más que limitada. La mayoría de los que se llamaban marxistas tuvieron un acceso mínimo al corpus teórico de Marx. Estoy hablando de los que aspiraban a estudiarlo. Muchos militantes tuvieron en mano resúmenes, breviarios, compendios, iniciaciones, introducciones y sobre todo panfletos sin mucho que ver con el pensamiento de Carlos Marx y Federico Engels.

La filosofía para desarrollarse urge de la máxima libertad. En nuestro país nunca han existido las condiciones necesarias para un enfrentamiento teórico sereno y leal, entre las diferentes filosofías, entre el idealismo y el materialismo. Pero esta situación no es en nada original. La compartimos con casi todos los países. El marxismo —en tanto que filosofía— ha sido atacado sobre todo desde el punto de vista político y la mayoría de los que lo combaten lo hacen sin un estudio previo, sin haber profundizado en sus posiciones.

Retomar la iniciativa

En nuestro país se combatió al marxismo durante largas y sombrías décadas con el garrote, la tortura, la cárcel y el asesinato. El oscurantismo inquisitorio dirigió los debates en este terreno. En la actualidad tampoco existen las condiciones idóneas para una discusión serena. El marxismo es simplemente excluido, relegado al estatuto de cadáver histórico. Algunos de nuestros pensadores se adjudican fáciles victorias frente a un marxismo que conocen de oídas, sin poder citar ni un solo párrafo para sostener las “posiciones marxistas” que combaten. Lastimosamente esta condición la comparten también quienes siguen en secreto declarándose aún hoy marxistas.

Y desgraciadamente la situación política y social no les permite otra cosa, el debate ideológico es inexistente. Hoy en nuestro país es imposible declararse abiertamente marxista. Imposible porque la ideología hegemónica en El Salvador sigue siendo el anticomunismo más primario, más irreflexivo e irracional que exista.

No obstante no podemos esperar que lleguen esas condiciones propicias para la discusión, pues hay apremio en que el pensamiento progresista retome la iniciativa y proponga alternativas a la situación de opresión en la que está sumido nuestro pueblo. Para ello es necesario que sosegadamente, sin inútiles precipitaciones volvamos al origen, a los textos mismos, a su análisis y que desechemos la búsqueda de aplicaciones inmediatas y automáticas de una doctrina que en el marxismo es inexistente.

Precisamente uno de los postulados más repetidos y aceptados sin la más mínima postura crítica es el de la existencia de una doctrina marxista. De una doctrina resumible en una cantidad limitada de postulados, de un cuerpo cerrado de posiciones. No obstante una de las más grandes novedades del marxismo —en oposición a las filosofías que le precedieron— consiste justamente en su carácter intrínsecamente abierto e inconcluso. Inconcluso no porque que sus fundadores ya no existen y no terminaron su obra, sino porque la nervadura que la sustenta es la unión, la coadunación del materialismo y de la dialéctica.

Visión de mundo y método de estudio

La filosofía marxista es materialista y dialéctica. ¿Cuál es el nexo que se establece entre ellas? Desde el punto de vista lógico esta unión no es inevitable, puesto que el materialismo existió durante dos milenios sin dialéctica. Al mismo tiempo la dialéctica fue elaborada y desarrollada —desde Platón hasta Hegel— por el idealismo. Pero esta coadunación del materialismo con la dialéctica no es una simple casualidad histórica. Esta unión produce un cambio radical tanto en el materialismo como en la dialéctica. El materialismo al ligarse a la dialéctica introduce el movimiento, el cambio, la historia, el aspecto subjetivo, la actividad humana. La dialéctica al anudarse con el materialismo abandona las esferas de los puros conceptos y entra de lleno en la realidad existente, vuelve de las esferas especulativas a la actividad real de los hombres.

El materialismo dialéctico y la dialéctica materialista se convierten en visión de mundo y método de estudio. Visión del mundo en el sentido en que para el materialismo priman las condiciones materiales de existencia, pero ahora de manera dinámica, tomando en cuenta las relaciones en el desarrollo histórico, en el movimiento propio de la cosa, introduciendo la práctica humana.

Los conceptos del marxismo rehúsan las definiciones del entendimiento, que vienen a fijar esencialidades dándoles visos de eternidad. El entendimiento no puede escapar a la rígida dualidad de lo concreto y de lo abstracto. Para el conocimiento sensible las cosas permanecen inseparables de su singularidad y de su cambio contingentes, este concreto derrota al conocimiento. Para el entendimiento, al contrario, pensar las cosas implica llevarlas a la más simple abstracción que viene a formar el contenido fijo y separado del concepto. Con ello se ha superado, es cierto, lo particular y contingente, no obstante también se ha eliminado de la esencia las relaciones y los procesos.

El pensamiento materialista dialéctico sale de la simple abstracción de las cosas y aprehende las relaciones y los procesos esenciales, vuelve a encontrar su lógica concreta y le restituye a la realidad pensada la vida de la realidad misma. Los conceptos de la filosofía marxista —en su acepción y uso materialistas y dialécticos— no nos informan cómo son las cosas en general, sino como hay que proceder en general para estudiar lo que es la cosa concreta. El concepto del entendimiento proyecta un mundo fuera del mundo. Al contrario la dialéctica materialista nos introduce en el conocimiento de lo que es el mundo en sí mismo. El concepto metafísico pretende encerrar en sí la esencia de la cosa; al contrario el concepto dialéctico nos empuja hacia las cosas mismas. Se trata de un concepto herramienta, operatorio. En vez de ser el cabo, el cierre del pensamiento, el concepto materialista dialéctico ayuda a obrar con el pensamiento siempre de manera abierta.

Si definimos qué clase de cosa es universal y eternamente, por ejemplo, la democracia, toda investigación concreta ulterior resulta inútil, lo que significa simplemente que este tipo de definiciones resultan inútiles para cualquier investigación posterior. Pero si al contrario, en lugar de ofrecer una definición, indicamos únicamente a través de qué relaciones en el desarrollo histórico se produce la democracia, no prejuzgamos de la inagotable diversidad de formas concretas que pueden tomar o son susceptibles de tomar estas relaciones y esta historia. Se extrae únicamente su lógica.

Los conceptos en su acepción materialista dialéctica aparecen como mucho más abstractos, más formales, mucho más pobres que los conceptos del entendimiento. Pero justamente porque evitan o rehúsan substituir lo concreto de la cosa por la pobreza petrificada de una esencia abstracta, los conceptos de la dialéctica materialista pueden enriquecerse constantemente de nuevos contenidos. Se trata de objetos del pensamiento y relaciones con la realidad, de señales para el conocimiento. Ellos conducen hacia un conocimiento que hace estallar todo sistema, toda doctrina cerrada. Es en ellos, en los sistemas, en donde se produce el cierre más radical de los conceptos. El marxismo propone una síntesis en desarrollo incesante.

Polarización política, social y económica

Si en nuestro caso salvadoreño nos conformáramos con tomar una de las tantas definiciones que circulan de “democracia” y nos contentáramos en ver cuán lejos estamos de ese ideal, no nos serviría de nada. Pero concretamente estamos viviendo una coyuntura política en la que aún se sienten a diario las consecuencias de la guerra. Vivimos en un período determinado por el resultado de “empate” de esa guerra. Es una herencia de la guerra lo que muchos han decidido llamar “polarización” política. No obstante esa polarización hay que relacionarla con la polarización social y económica en que está sumida la nación. La actividad política dentro de las instituciones refleja plenamente esa situación social y económica que reina en el país. Se trata del mismo antagonismo que nos llevó a la guerra y si no le damos salida a los problemas políticos, sociales y económicos que nos sumergen en el caos actual, esos mismos problemas pueden conducirnos de nuevo a un enfrentamiento armado.

No podemos negar que el Acuerdo de Chapultepec ha traído a nuestro país toda una serie de instituciones, que aún en su estado incipiente y deficiente, favorecen la actividad política democrática. Es innegable que esta situación es mejor que cuando se torturaba y se asesinaba a los opositores. No por ello nos vamos a callar y no vamos a denunciar todos los constantes atropellos que se cometen en contra el ejercicio de los derechos democráticos de los ciudadanos. Por el momento vamos a omitir la larga enumeración de todas las violaciones que se cometen contra las leyes del país y la Constitución.

Concretamente en el país estamos en un momento histórico en el que para avanzar urgimos defender los exiguos derechos que hemos conquistado. No podemos seguir admitiendo que la Corte Suprema de Justicia sea enfeudada a un partido político, que el TSE funcione como agencia ocultadora del fraude. No podemos admitir que la función suprema del país sea rebajada al ejercicio propagandístico de un partido. No podemos continuar aceptando que el dinero del país se malgaste en propaganda personal y promocional del presidente. Pero estas protestas no le conciernen sólo a la oposición. El ejercicio público de nuestra libertad aún es posible en nuestro país, pero si no reaccionamos a tiempo, de pronto nos encontraremos con una dictadura que no consentirá ninguna protesta y volveremos a los antiguos tiempos del crimen.