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08 mayo 2006

Los emigrantes y las remesas

Erasmo y Bruno también fueron emigrantes

Existen dos grandes figuras entre las que balancea mi admiración y respeto: Erasmo y Bruno. Sus destinos fueron distintos. Uno ha sido de los pocos que gozaron en vida de la fama y del respeto de los grandes. El otro pasó la vida huyendo y murió en la hoguera. Ninguno de los dos fue canonizado por la Iglesia, aunque Bruno es mártir, murió por la verdad y sólo por ella. Pero el hereje en esta historia fue el Inquisidor. Muchos han sido rehabilitados por la iglesia. El caso Giordano Bruno no ha sido atendido por la Iglesia y su Congregación de la fe. Les cuesta pedir perdón en este caso y reconocer el crimen.

Erasmo con su actuación salvó a la Iglesia del derrumbe. Evitó que se desperdigara en infinidad de sectas. Buscó la paz, predicó la paz y al ver que Lutero con razón individualizaba la fe y la práctica religiosa, promovió una nueva visión de la creencia, respetando el auténtico sentir del pueblo. El caso de Bruno no es muy lejano al de Erasmo, pues su búsqueda es la autenticidad. No soportaba que alguien quisiera imponer autoritariamente un capítulo de la fe. Si su capacidad de raciocinio le dictaba que tenía que combatir la autoridad establecida, no reparaba en la dificultad que surgiera, en el poderío del papa, del obispo o del príncipe. Si su íntima convicción le sugería una actitud, una postura o una opinión, su conducta fue siempre hacerla pública. Siempre corrió ese riesgo, pues en el entonces inquisitorial de su vida, opinar siempre fue un peligro.

La actitud de Erasmo no fue totalmente diferente y en muchas ocasiones entró en contradicción con los bien pensantes y celadores del orden. No obstante tuvo la precaución de evitar el escándalo, de que nadie pudiera nombrarlo como alguien que se pone afuera del buen camino. Erasmo propiciaba el diálogo y sobre todo rehuía la discordia. Todos sabemos que eso no le impidió decir lo que pensaba y que uno de los textos más célebres del humanismo sea "El Elogio de la Locura". Con ese panfleto se
ganó el amor del pueblo y su popularidad fue su mejor escudo.
Abandonar el país es una decisión personal
Hay un tema nacional en el que me gustaría participar con mi opinión y me encantaría encontrar la firmeza de Bruno y la moderación de Erasmo. El tema ha adquirido un estatuto infranqueable y al parecer no existe divergencia de opinión entre nosotros los salvadoreños: los emigrantes y las remesas.

Soy yo mismo un emigrante, pero que salió en una época en que pocos salíamos y no salí para buscar fortuna, ni para irme a vivir y hacer mi vida en otro país. Nunca busqué ser ciudadano de otro país y no lo soy. Siempre he sido y seré salvadoreño y tan sólo eso. No creo que esto merezca encomio, ni alabanza, simplemente fue una decisión personal y muy vital para mí. Y no obstante, así, he pasado cuarenta y dos años fuera del país y aún sigo viviendo afuera. Mi circunstancia se asemeja en gran parte con la de muchos de nuestros compatriotas que viven y hacen su vida en el extranjero. Y que se ven obligados a buscar a acceder a una nacionalidad extranjera y a enarbolar banderas extrañas. Esta condición de emigrante no es muy cómoda y en cierta medida nos pone en peligro de equilibrio mental. Vivimos desgarrados afectivamente. Nuestro deseo es seguir siendo quienes somos y no obstante debemos acomodarnos a otras maneras de ser. Y poco a poco vamos cambiando hasta nuestros más íntimos gestos y modos de conducta. Sin sentirlo vamos perdiendo nuestras maneras, sin llegar, claro está, al extremo de que se nos olvide el meneadito circular y balanceado para revolver el "shuco".

Somos más de un millón de salvadoreños afuera y cada uno de nosotros tuvo sus motivos personales para salir del país. Y si hay una gran diferencia en las motivaciones personales de cada uno, existe una característica común a todos. Se trata precisamente que la motivación es ante todo y sobre todo personal. Nuestra partida no es un destino común, un impulso común, lo común es nuestra búsqueda personal de otro destino. Lo que tenemos de común es que nuestro país no nos ha ofrecido la posibilidad de buscar nuestro destino al interior de nuestra nación. Este rasgo común es una carencia y no un atributo. Aunque en esto mi raciocinio peca por unilateral, pues si todos carecemos de la posibilidad de realizar en el país nuestros sueños y aspiraciones, esto también posee un doloroso contenido del que no escapa ningún salvadoreño. Para ser exacto diré mejor, muchos salvadoreños, tal vez la mayoría.
Igualdad de condiciones e igualdad de derechos
Esta carencia de posibilidades constituye pues un problema nacional, común a todos. Y los que nos hemos ido, los que seguimos yéndonos, hemos optado por buscarle individualmente, cada uno con sus propias motivaciones, una salida a este problema. Dicho de otra manera, se trata de un problema nacional al que cada uno de los emigrantes le ha encontrado una solución individual, personal. El carácter individual, personal de la solución no implica en absoluto para mí ninguna culpabilidad. Cada ser humano en ciertas circunstancias extremas, como es la nuestra, busca siempre su propia salvación, como salir adelante. Por lo tanto ese éxodo por masivo que sea no es una solución colectiva, ni tan siquiera un acto colectivo. Son más de un millón de actos individuales y su intención no es la de resolver el problema colectivo.

No obstante existe algo que hace de todos nosotros un ente colectivo, que nos sigue dando una identidad mucho más que personal. La comunidad del problema que nos empujó a abandonar nuestro país, es decir, nuestro común origen. Pues de alguna manera servimos de manifestación a un problema nacional: la ausencia de destino individual más o menos feliz en nuestra propia tierra. Esta característica la compartimos con todos de nuestra misma condición que se han quedado en el país y siguen viviendo en El Salvador. Esto nos liga aún al mismo destino. Lo que nos une es que seguimos siendo salvadoreños. Pero somos salvadoreños como cualquier salvadoreño. Esto nos da obligaciones y nos da derechos.

Permítanme que aborde ahora el otro tema, las remesas. Se habla de ellas como lo que mantiene a flote la economía del país. Creo sinceramente que se exagera su importancia económica. Constituyen un porcentaje importante del producto interno bruto. Estos envíos de dinero se efectúan en la mayoría de los casos gracias a privaciones y a sacrificios de los salvadoreños. No obstante estos envíos proceden de personas individuales y llegan a sus familiares. Se trata pues de actos personales, con finalidades individuales, la principal es ayudar a la familia que se ha quedado en el país. Con esto estoy diciendo algo muy banal, pero muy cierto. Y digo esto pues muchos de los que han abogado porque se instituya el voto de los salvadoreños en el extranjero han destacado el peso de las remesas en la economía nacional. En otra ocasión ya expresé que me parece absurdo este argumento. Pues el derecho de voto lo tenemos todos por el hecho mismo de ser salvadoreños, ya que la constitución nos confiere igualdad de derechos. Me parece que no es válido el argumento pues eso significaría que los salvadoreños que no envíen dinero a sus familiares no tendrían derecho de votar.

Pero hay otro aspecto que me parece que se sobrevalora o mal interpreta. Estos aportes a la economía familiar de cada uno de los emigrantes que efectúan las remesas no tienen mayor valor moral que el que cumplen los familiares que trabajan en el país y llevan de comer, tal vez poco, tal vez insuficientemente, a sus hogares. Lo que quiero decir es que se trata de lo mismo, se cumple con lo que se considera una obligación. No veo que superioridad moral pueda tener una remesa sobre un sueldo ganado en el país y que sirve para vestir, alimentar y cobijar bajo techo a la familia.

Me dirán que los que se han ido no siempre están obligados a enviar dinero y sin embargo lo hacen. No niego eso, pero aun así no veo qué tiene eso de particular y sobresaliente, se trata siempre de lo mismo. En primer lugar no pasa de ser un acto privado, con finalidades privadas. He leído algunas veces que son los salvadoreños que viven en el extranjero los que mantienen a los que se han quedado en el país. Se puede honestamente afirmar semejante tontería. También he leído que no se usan bien esas entradas. ¿Por quién? ¿Por el gobierno? ¿Por los familiares? El gobierno en esto no tiene nada que ver. Tal vez sí, al no intervenir en los canales que vehiculan ese dinero, en el control de las exorbitantes tasas que retiran las agencias bancarias, al no crear un organismo nacional único que pudiera atesorar esos envíos. Pero en esto ya entramos en otro tema.

Espero que estas reflexiones no hayan ofendido a nadie y también espero no haber escandalizado a nadie.






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