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29 enero 2007

Exposición en homenaje a Cortázar

Esta tarde estuve en una exposición de fotos en homenaje a Julio Cortázar. La exposición estará abierta hasta mediados de marzo. Se ve en las fotos al escritor argentino desde chico (tiernito) hasta la edad madura, con su compañera, en compañía de otros escritores, se le ve trabajando, paseando por París, de viaje en las carreteras francesas. Hay también algunas cartas (escritas a máquina) enviadas por Cortázar a amigos y al editor de Rayuela. En una de estas se ve de la mano de Cortazar el dibujo de una rayuela, la misma que salió en la portada de la famosa novela.

Mientras veía las fotos los recuerdos acudían a mi cabeza. El primero que acudió fue el de una tarde, en la que como de costumbre un grupo de amigos —entre ellos recuerdo a “Corto de pellejo”, a “Tuftuf”, a “Cacique”, a Osvaldo— íbamos a beber un cafecito al salir del restaurante universitario de la calle Mabillon. Era el café “Atrium”, sobre el bulevar Saint-Germain, ahora ya no existe. Al sentarnos en la terraza uno de nosotros reconoció a Cortázar. Estaba almorzando con una muchacha, tal vez una periodista, tal vez una estudiante que escribía alguna tesis sobre alguna de sus obras, tal vez simplemente una amiga. Nosotros echábamos de vez en cuando una mirada en su dirección. Comentamos que de seguro era desagradable saberse observado, que lo mejor era no mirar más en su dirección. Pero entraban otros latinoamericanos y como un fuerte imán las miradas lo señalaban.

En un momento dado bajé al subsuelo en donde quedaban los retretes. Recostado en la barandilla un mozo del Atrium observaba a Cortazar. Cuando pasé a su lado, me detuvo y me preguntó que quién era ese señor que todo el mundo observaba.

—Es Julio Cortázar...

—¡...!

—Es un escritor argentino.

—Pero come como todo el mundo...

Por supuesto. No sé por qué esa evidencia me sonó entonces como una verdad simple, no obstante encerrando otra. Nadie se escapa de ciertas necesidades, de ciertas tareas que nos permiten existir entre los otros. Saber esto no me alza, ni disminuye a nadie.

El otro recuerdo me lleva a otra época. Entonces la guerra en El Salvador se había vuelto noticia en Francia. Pequeñas y esporádicas notas en los periódicos. De vez en cuando, algunas imágenes de San Salvador en las pantallas de televisión. En París había ya una representación del FMLN y del FDR. Roberto Armijo supo que Julio Cortázar iba a estar presente en un debate sobre la situación en América Latina. El grupo de salvadoreños que cooperábamos casi a diario con la representación estábamos preparando una declaración de intelectuales en apoyo a la lucha del pueblo salvadoreño, por el reconocimiento del Frente como fuerza beligerante. Roberto tenía un compromiso en la universidad en donde trabajaba y ningún otro salvadoreño aparecía ese día por la representación, así que se vio obligado a pedirme que fuera a la Maison de la Chimie (Casa de la Química) y le pidiera en nombre del Frente al escritor argentino su firma al pie de la declaración.

Asistí esa tarde al debate, lo seguí con poca atención, pues a pesar de que ya sabía que Cortázar comía, bebía y hacía otro montón de cosas como todo el mundo, mi timidez me ponía una montaña entre él y yo. Durante los debates pensaba en las palabras que tenía que decirle, cómo iba a llamar su atención y si me iba a creer de que en realidad, en ese momento, le hablaba en nombre del Frente, a Armijo se le olvidó darme algo que me acreditara. Era evidente que nadie le iba a pedir su firma en nombre del Frente por puro gusto y le bastaba con un solo telefonazo averiguar lo verídico de mis afirmaciones. Aunque ahora no sabría decir si Cortázar contaba realmente con esa posibilidad. Al terminar el debate había con coctel. La gente se arremolinaba en torno del bufet, me precipité yo también y tomé un vaso de “güisquil” y me lo bebí de un jalón. Cumplido el rito, me sentí envalentonado. Pero la dificultad ahora residía en cómo acercarme a Cortázar. Lo rodeaba mucha gente. Gente con aire importante, hablando de cosas importantes con el famoso escritor que los escuchaba con atención intencionada. El tiempo pasaba y se veía por los pequeños pasos de Cortázar hacia el vestuario que pronto se iría. Ejecutaba sus pasos discretamente, acostumbrado a esa manera de abrirse el camino hacia la puerta. La misión no era tan complicada y me estaba viendo fracasar. De repente no sé qué milagro me empujó y me vi plantado enfrente del escritor. Ignoro como de un solo tajo y con una seguridad insólita le dije:

—Me permite decirle algunas palabras, en nombre del FMLN.

Cortázar me tendió la mano y luego me tomó del brazo y me arrastró hacia el bufet. Repetí con otro vaso de la bebida escocesa. El tomó vino y comió bocadillos. Luego se volvió y me preguntó:

—¿De qué se trata?

Le explique lo de la declaración, le resumí el contenido y le aseguré que le haríamos llegar el texto definitivo, pero que necesitábamos saber si él estaba dispuesto a firmar un texto con ese contenido.

—¡Por supuesto! Ustedes los salvadoreños pueden contar siempre con mi apoyo. Si mi nombre puede ayudarles, yo estoy dispuesto a firmar cuantas declaraciones sean necesarias.

—Muchas gracias.

Le tendí mi mano y me fui. Al llegar a la representación encontré a Roberto y le dije que Cortázar había dado su acuerdo. Le repetí sus palabras. Roberto exclamó:

—¡Que lindo es! ¿No es cierto?

—Sí pues. Y qué grandote.

El otro recuerdo es el de una llovizna interminable, fina, gris, agotadora, muy parisina. El día de su entierro llovió. Me hubiera gustado que una corona, un ramillete de flores fuera en nombre del FMLN, para agradecerle su indefectible apoyo. Pues Cortázar no sólo firmó peticiones, sino que dio conferencias, argumentó en favor de nuestra causa. Estuve en el cementerio de Montparnasse, en su entierro.

Nota: La exposición es en la Maison de l'Amérique latine, en el bulevar Saint Germain, metros Solferino o Rue du Bac.

24 enero 2007

Funerales Civiles

He recibido este texto de un amigo santaneco:

Mario Francisco Mena Méndez

No solamente existen los funerales físicos a los que uno acude vestido de negro a un cementerio, con la cara más o menos seria para no desentonar con los deudos más cercanos del difunto. Existen también los funerales civiles, en estos la tonalidad del vestuario es indiferente porque participamos sin aviso previo y la velación del cuerpo físico es en la enorme plaza virtual donde circulan los mensajes de los medios masivos de comunicación. El funeral civil es la contemplación del cadáver simbólico de un ser querido, que por designio de los propietarios de los medios masivos de comunicación, le convierten de un día a otro en peligroso delincuente al que hay que descuartizar en la plaza virtual para diversión y ejemplo de la clientela. La muerte civil presenta estos síntomas: el occiso no tiene amigos que den fe de su conducta familiar y profesional, queda inhabilitado de ejercer un empleo público ad perpetuam y su credibilidad construida con sacrificios por tantos años, se esfuma.
En esta ocasión el fallecido civil es nuestro amigo Juan Antonio López. Los autores materiales de su fallecimiento son los agentes de la División del Crimen Organizado de la PNC, DECO que en un allanamiento en su casa el jueves 18 de enero recién pasado con saña le implantaron un croquis para incriminarlo en la desaparición de un vecino de 12 años del cantón resbaladero, hecho ocurrido en 2004. En la audiencia inicial celebrada en el Juzgado de Paz de Coatepeque la mañana de este 23 de enero se habló entre otras pruebas de cargo del testimonio de un testigo criteriado que no relaciona con el hecho a Juan Antonio López.
La enfermedad de Juan - según se pudiera hacer constar en su asiento de defunción como causa de la muerte - es estar identificado ante su comunidad como el rojo del cantón resbaladero de Coatepeque, los jefes de la PNC concluyen, ¿si los secuestradores pidieron como rescate a los padres del hasta ahora desaparecido la entrega de lotes de tierra a pobladores del cantón, esta no es una idea de algún rojo, en este caso el occiso civil Juan Antonio López? Este argumento además cuenta con el “respaldo” de que el sospechoso es docente universitario, fue líder religioso del cantón y además fue candidato a alcalde por la izquierda en las pasadas elecciones.
El estado de derecho languidece y sangra de muerte cuando la PNC captura a Juan con base en estas primitivas premisas y cuando la Jueza las avala al decretarle su detención provisional, en el penal de Apanteos donde hace menos de un mes fallecieron asesinados 22 detenidos.
Amigos abogados que trabajan en el sistema penal, que el caso de Juan Antonio López nos ayude a reflexionar a cuantas personas se condena a la muerte civil todos los días en el paredón de fusilamiento de los medios de comunicación, muerte que es sellada con las brillantes investigaciones de la PNC, la siniestra complicidad de la Fiscalía y la pasividad de los Jueces.
A los que son miembros de los gremios de abogados por favor hagan sentir su voz por medio de su asociación para dejar constancia que los abogados no seremos cómplices, a los estudiosos de la ley penal denuncien los vicios de la legislación y publiquen su pensamiento por todos los medios, boletines institucionales, internet, etc. Finalmente a los que trabajan dentro del sistema penal el Derecho Internacional de los Derechos Humanos les ofrece requisimos recursos para evitar los atropellos a la dignidad humana, en su función de interpretar la legislación penal.
Decimos con Shakespeare: ¡algo huele mal en este país!

Ahora es Juan Antonio López, mañana será cualquiera de nosotros.

23 enero 2007

Las negociaciones fueron un objetivo

No creo que sea cuestión de carácter, pero de lo que no dudo es que mi manera de expresarme abraza ceñidamente mi modo de pensar. Me esfuerzo por llamar pan al pan y vino al vino. Voy al grano: los festejos y conmemoraciones del decimoquinto aniversario del Acuerdo de Chapultepec han suscitado múltiples comentarios en los que se aborda de manera falaz la historia de las negociaciones y sus resultados.

Algunos se obstinan en presentar las negociaciones como si se hubieran dado por la buena voluntad de ambas partes beligerantes y cuya iniciativa hubiera surgido afuera del conflicto armado que se desarrollaba en el país. Desgraciadamente estamos dejando que se imponga, por negligencia y por falta de historiadores, la versión de la guerra y de su fin que más le conviene a los genocidas y a sus cómplices.

Voy a dar un ejemplo, cuando se habla de las víctimas de la guerra, se incluyen sin remilgos, las víctimas de la represión, se incluyen las masacres y las exacciones, se cuentan todas las violaciones a los derechos humanos. A través de una frase que en apariencia es anodina: “las 70 mil víctimas de la guerra”, se está ocultando que la inmensa mayoría de esa gente asesinada, torturada, desfigurada, lo fue, no en actos de guerra, no en los combates, sino que en actos que violaban las reglas mismas de la guerra, es por eso que son “crímenes de guerra”. Es lo mismo que sucede cuando se dice que la gente ansiaba el fin de la guerra. En realidad, la guerra causó estragos y daños. Muchos desplazamientos de población se produjeron efectivamente porque se huía de los combates, pero la gente temía más los actos de represalias, las exacciones, las masacres que cometían los “escuadrones de la muerte” y todo tipo de organizaciones paramilitares, incluso simplemente batallones del ejército de la dictadura. Esta amalgama es posible porque nos hemos acostumbrado a que se vaya imponiendo un discurso lenitivo, que reclama “neutralidad” y “objetividad”.

"Discutiremos con el dueño del circo"

Muchos caen en esa trampa. De ahí que algunos repartan en igual medida la responsabilidad de la situación de hoy a los dos partidos mayoritarios, a Alianza Republicana y al Frente Farabundo Martí. Absurdo este reparto, pues desde hace quince años los únicos, repito, los únicos que han estado en el poder son miembros de ARENA. Admito que se le puede criticar, incluso que es necesario criticar al Frente por su manera de llevar el combate contra los sucesivos gobiernos areneros, no obstante es simplismo equiparar su responsabilidad con los herederos de los masacradores y asesinos. Incluso algunos han olvidado que el Frente todavía batallaba para ser reconocido como partido político, cuando fue votada por toda la derecha la amnistía de los crímenes cometidos durante la guerra (1993). Algunos parecen que tienen oídos sordos al no percatarse que el Frente ha exigido en repetidas ocasiones derogar la ley de amnistía.

Uno de los representantes de la dictadura en las negociaciones, escribió no hace mucho un editorial en La Prensa Gráfica, en el que nos expone su análisis del proceso. Su relación omite que los militares y los gobiernos de la dictadura, no importa quien asumía la presidencia, fueron reacios a cualquier forma de negociación. Nos pinta el proceso como si su inicio hubiera caído del cielo. En realidad, el primer llamado a negociar lo lanzó el Frente en 1981. Y ante la estupefacción de las organizaciones solidarias de cómo se podía sentarse en la misma mesa con los genocidas y torturadores o sus representantes, reiteradamente el presidente del FDR, Guillermo Manuel Ungo declaró que se iba a negociar “con el dueño del circo”, lo que significaba directa y exclusivamente con los Estados Unidos. Esta posición cambió por ilusoria y porque era normal que fueran las partes directamente beligerantes quienes se sentaran a negociar.

David Escobar Galindo —el editorialista de quien hablo— olvida señalar el encuentro en La Palma (1984) y el de la Nunciatura (1987) y toda la serie declaraciones y manifestaciones nacionales e internacionales que fueron obligando al gobierno de los Estados Unidos a instar u obligar a sus protegidos en El Salvador a sentarse a la mesa de negociaciones para que pudiera surgir lo que muy bonitamente Escobar Galindo llama “los entendimientos pacificadores”. También omite que las masacres seguían a la orden del día de la realidad salvadoreña de entonces. Al contrario sí que se refiere a la ofensiva “Hasta el tope”, como lo que confirmó la imposibilidad de una solución armada.

Los sueños y las esperanzas

Las matanzas, los allanamientos, los encarcelamientos, las torturas, las exacciones precedieron a los combates de la guerra. Los fraudes y las prohibiciones políticas, los exilios también precedieron a los combates de la guerra. Tanto la guerra, como las negociaciones se impulsaron para que este panorama nacional cambiara. La paz a que se anhelaba no era un rechazo de la guerra de liberación nacional, sino la esperanza de encauzar a nuestro país por derroteros democráticos. Tanto la guerra como las negociaciones se emprendieron con el sueño de ver nuestro país liberado de injerencias extranjeras, sobre todo de la injerencia estadounidense. Eso era lo que deseaba la gente, eso era lo que ansiaban los combatientes del FMLN. ¿Se puede decir lo mismo de los militares y los miembros de las fuerzas paramilitares? ¿Se puede afirmar lo mismo de los miembros de ARENA? Por un lado hubo una voluntad constante de negociar y por el otro sumisión a los mandatos del gobierno estadounidense. ¿Se trata de un análisis superficial esto que estoy diciendo? Realmente no se trata de un análisis, sino de un mero recordatorio.

El editorialista de La Prensa Gráfica tiene una frase, al enumerar los múltiples factores nacionales e internacionales que propiciaron las negociaciones, en la que se gasta un lenguaje capado. Lo cito: “El evidente desinterés estadounidense en seguir dándole financiamiento a un conflicto que ya no tenía el valor estratégico que le otorgaba la Guerra Fría,...”. Vamos, la injerencia estadounidense se convierte en un simple interés de financiar un conflicto. ¿Pero en qué consiste este financiamiento? Son armas de toda especie, aviones y helicópteros de guerra, son instructores que introdujeron prácticas criminales que los Estados Unidos aplicaron en Vietnam: masacres, torturas y el sistemático uso de la “tierra quemada”. Es posible que yo sea demasiado grosero en traer a la memoria esto que la burguesía desea que olvidemos.

David Escobar Galindo maneja este lenguaje con maestría en casi todos sus editoriales en los que habla de asuntos políticos. Es de los que piden concordia, que seamos comedidos, que evitemos los excesos, de los que afirman que necesitamos la paz social. Esta última limitada a la humillante sumisión del pueblo a la voluntad de los patrones.

Este término se está usando de manera abusiva. La paz social a la que se refiere el presidente Saca es la situación en la que no se hace huelga, lo dijo en uno de sus discursos “conmemorativos”, para otros se trata de obtener la seguridad ciudadana que sufre de la violencia delincuencial y a la cual el gobierno actual ha sido incapaz de aportar ninguna solución, por el contrario, al oponerse ferozmente a una ley que regule el uso de las armas y su importación, la mantiene y la agrava.

Las contradicciones en el seno del FMLN


Nuestro editorialista trae a colación dos veces en su relación los conflictos internos que existían entonces en el seno del Frente. En la misma oración que acabo de citar prosigue: ”...y el hecho de que la alianza también estratégica que hizo posible la integración de las 4 fuerzas guerrilleras y el PCS en un Frente estaba dando de sí, como se vio inmediatamente después de lograda la solución política, son factores que han sido muy poco analizados...”. Creo que en esto no le falta razón, aunque también creo que se queda corto. Esta alianza no fue muy estratégica, surgió de un compromiso táctico en el que no se pusieron en claro las posiciones comunes, mucho menos las divergencias. La aparente concordia estorbaba más que poner en claro y en público las divergencias.

He hablado del primer llamado a la negociación en 1981. Se sabe que este llamado se dio como consecuencia del análisis que algunas organizaciones hicieron de los resultados de la primera ofensiva del Frente, en enero de ese año. La misma manera de considerar la ofensiva fue diversa en el seno del Frente. Algunas fuerzas la declararon “ofensiva final” y la desataron con la esperanza casi mística de que el pueblo salvadoreño se levantaría en una invencible insurrección y que el ejército con todas sus organizaciones paramilitares se iba a echar en desbandada. Creyeron ilusoriamente que iba a suceder como en Nicaragua en julio de 1979. Pero eso no sucedió. Los mismos “estrategas” creyeron que a pesar de los significativos logros militares obtenidos, el fracaso insurreccional condenaba la vía militar en el país.

Desde este momento hubo un cambio substancial en todo el manejo militar y en el manejo político de la guerra. Primero, desde entonces los “estrategas” del ERP principalmente interiorizaron la imposibilidad de un triunfo militar y la guerra de liberación nacional se convirtió en un medio de presión para forzar las negociaciones. Nadie puede seguir hablando de este período como si las divergencias entre las FPL y las otras organizaciones no hubieran existido. El insurrecionalismo del ERP y en cierta medida de la RN (Resistencia Nacional) se topaba con la estrategia de la “guerra popular prolongada” de las FPL. Creo que esta oposición marcó toda la guerra y la solución de este conflicto ideológico en favor de una de las partes determinó en mucho las negociaciones y desgraciadamente sus resultados.

Creo que el análisis que ha publicado recientemente en Co-latino Antonio Martínez Uribe aporta elementos importantes para entender los resultados de las negociaciones y su aspecto estrictamente militares.

Las negociaciones implicaban, desde que fueron planteadas, que el Frente renunciaba a la toma del poder por las armas y eso le cambiaba el carácter mismo a la guerra. Ya no se trataba más de una guerra de liberación nacional, sino que de un instrumento de presión política para alcanzar las negociaciones. Las negociaciones debían acortar la guerra. Los objetivos de transformación social y política pasaban a segundo plano. Los negociadores del Frente ni siquiera plantearon la posibilidad de un Tribunal que juzgara a los ejecutores de crímenes de guerra, ni el reconocimiento inmediato del Frente como institución política.

16 enero 2007

Fragmentos de "Odas para cantar la historia"

I

Hoy que los pasos se callan en las calles
de mi hermosa Ciguateguacán
y que los vientos vienen como vestigio
lujurioso e inalterable del tiempo
cómo poner mis venas al abrigo
cómo no sentir la distancia un alacrán
inmenso en las entrañas
cómo poner mi silencio desbordante
sin sus pequeñas comas sin yodo en una plaza

Hoy que los niños
los cipotes de siempre corren sin piscuchas
con sus manos regando las semillas
de todas las preguntas
desgajando uno a uno los calcinados racimos
de la lágrima y que es un diente oscuro
el que le llena de susto en cada esquina
Esa bayoneta clavada en las garras
del soldado que abre las puertas dejando
yertas las miradas de las madres

Decime de qué sirve entonces saber
que el ansia nos asesina el momento oportuno
y nos deja sin huella los latidos

NO

Yo quiero un grito
una palabra que pueda cerrar para siempre
este mundo de ríos atascados
Pero los cipotes han cerrado los puños
y de sus bocas sin dientes se escapan
pájaros azules con la pujanza de un toro
y hay un cielo de estrellas
en sus pantalones remendados
y la luna
se acomoda en sus bolsillos con hambre
Y cuando los matan
la vida sigue siendo un mar

II

Yo sé que la sed no pone su savia
en los troncos del miedo
y que cada vez que el sol baja tras los cerros
las pequeñas gotas del rocío
se preparan al estelar acoplamiento de la noche
Es imposible ignorar que la campana
es un puñal
que abre profundas venas en el tiempo
La sombra es a veces un refugio
donde las amapolas fingen el olvido de la sangre
El sudor no mitiga las noches de horrenda
pesadilla y son los pasos sin eco
sin sombra de los hombres
que en la montaña con manos alertas
preparan con las luces del crepúsculo
una pequeña mañana con todas las puertas abiertas

IV

Había un país cuyo nombre
navegaba en los mares de los mapas
y sus montañas levantaban los brazos
retando a un sol sin desmayo posible
Era un país que se ataba a las nubes
con las copas de sus ceibas
Abajo sobre la tierra la luz dejaba
sus huellas en la lid de todos los colores

VI

La soberbia hora del estallido luminoso
cruzaba lenta la mitad de un viernes
Las manos se pegaban a las tazas de café
y las camisas descubrían los pechos mojados
por lentos arroyos de sal y fatiga
Las reverberaciones se quedaban solitarias
y el paso tardo marcaba un compás
de pequeñas vidas y largas e intactas esperas

El mundo es remoto

El mundo se cerraba como quien sabe
que a esa hora de un viernes todas
las cortinas metálicas ocultan las vitrinas
Y los cadáveres de la noche
erguían sus llagas venciendo al sol
y al pesado silencio del inexacto equilibrio

San Salvador es un desierto a la fausta
hora del sucinto equilibrio del tiempo
y los chacales duermen atados a su miedo
La luz es la mortaja de los héroes



Paris, Otoño de 1979

03 enero 2007

Me hubiera gustado conocer nuestra historia hasta el final

Primera parte

Eramos tres o cuatro, no recuerdo ahora. Conversábamos sorprendidos de que poseíamos mucho en común, acabábamos de conocernos y veníamos de países distintos del continente, de nuestra América. Estábamos en uno de los largos corredores de Kabelnaya. Era así como le llamábamos al edificio que abrigaba las facultades de humanidades de la Universidad Patricio Lumumba. Quedaba en la calle Kabelnaya, la misma en la que se erigía una de las fábricas más grandes de cables de la Unión Soviética. Eramos tres o cuatro y conversábamos animadamente, con entusiasmo. Desde el fondo del largo corredor vimos venir una muchacha japonesa cargada de dos enormes maletas. ¿Quién sabe si fue por simple galantería santaneca o tal vez pensé que no aceptaría mi propuesta? En todo caso, de los tres o cuatro fui el único que se avanzó hacia la japonesita y con gestos le ofrecí mi ayuda. La muchacha con una sonrisa de agradecimiento me entregó la maleta más grande. Felizmente estaba vacía. Aunque fingí ante mis contertulios que pesaba sus veinte kilos... Ellos sonrieron burlonamente. La muchacha llevaba sus maletas a un depósito que quedaba en los subsuelos del gran edificio.

Quiero aclarar que ni en el instante de mi ofrecimiento de ayuda, ni durante la larga travesía por los corredores tuve la más mínima intención de cortejarla. Mi única lengua era el castellano. Además no nos dirigimos ni una sola palabra. Su sonrisa y mi sonrisa fueron los únicos mensajes que nos transmitimos. Ya en el depósito se subió en una escalera y yo le trasmití las maletas. Vi también sus pantorrillas y me forcé por no ver más retirando púdicamente mi mirada. Cuando bajó, me disponía a irme sin más. Ella me llamó en inglés. Creo que fue en inglés, oí su voz y volví sobre mis pasos. Y le dí a entender que no hablaba inglés, ni ruso, ni nada. Solamente castellano. Usó los gestos de Jane en las películas de Tarzán y me dijo su nombre, yo le dije el mío. Luego buscó en su bolsillo un trozo de papel y con un bolígrafo marcó: "tomorow 4:30 p.m. room 406, drink tea". Mi memoria es exacta, nunca he olvidado ese mensaje. Ignoro hasta el día de hoy si contiene o no errores. Pero entendí perfectamente que significaba. Junto al papelito me regaló un abanico japonés, que guardé durante muchos años como una reliquia. Nos separamos y volví al tercer piso en busca de mis contertulios que habían desaparecido.
Aclaro que hasta ese día no la había visto antes o tal vez no había reparado en ella. Lo más probable es que simplemente no la había visto, pues nuestros horarios y aulas no correspondían, a pesar de que ambos teníamos tres o cuatro días de estudiar el ruso en la facultad preparatoria.
Al día siguiente fui a clases, almorcé a eso de la una y luego volví a la última clase de dos a tres de la tarde. Una vez terminadas las clases solíamos reunirnos los centroamericanos a platicar entre nosotros, dándonos cuenta —poco a poco— de que nos parecíamos mucho, pero que no éramos del todo iguales, aunque con muchas ganas de tener un solo país para todos nosotros. El papelito de la japonesita estaba en mi bolsillo y no necesitaba sacarlo para recordarme su contenido. A eso de las cuatro salí al parque de la facultad. Me alejé del grupo para no tener que darles explicaciones de que esta vez no me iría con ellos a la residencia de Starozhevaya ulitsa. Estaba además un poco aturdido, pues no sabía como debía conducirme con una muchacha que me había dado cita en su habitación para beber té. En realidad era la primera vez que una muchacha me daba cita. Durante todo el día la busqué con la mirada en los corredores durante los recreos (las clases se interrumpían a cada hora o dos, según el día y las materias). También la busqué en el comedor, pero no la vi por ningún lado. Recuerdo mi ansiedad al temer no poder reconocerla. Nuestro encuentro fue tan fugaz y cuando para recordar su rostro cerraba los ojos, aparecía en mi mente la chinita Sánchez. La chinita Sánchez ha sido mi amor platónico más tenaz y el más durable. Pero ella se había quedado en Santa Ana, ya lejos y para siempre imposible.
Han pasado cuarenta y cuatro años desde entonces y es la primera vez que refiero públicamente este episodio de mi vida, en privado ya lo he narrado y las personas que han escuchado esta historia, se darán cuenta que no estoy cambiando nada, tal vez dando más detalles. Pienso y dudo si dar el nombre verdadero de la muchacha japonesa, el tiempo se ha encargado de alejar el pudor y lo que yo cuento me pertenece únicamente a mí. Quiero decir que ella tal vez tenga otra versión, tal vez sus sentimientos ahora no le parezcan valer la pena ser recordados, tal vez nunca tuvieron alguna significación duradera, tal vez yo no haya vuelto a aparecer en sus recuerdos. Daré su nombre, porque de lo contrario me parecerá impersonal y que en algo traiciono mi propia historia. Nadie va identificarla y quienes la conocieron, saben de nosotros.
Cuando empecé a subir las gradas para llegar hasta el cuarto piso, mi corazón se aceleraba y a veces me parecía que se ausentaba. En realidad no tenía ningún motivo para ponerme en ese estado, cualquier otro muchacho de mi edad —acababa de cumplir diecinueve años— tal vez no hubiera sido tan puntual y hubiese sabido exactamente a qué atenerse, pero mi inexperiencia era abismal. Toqué a su puerta, pero los nudillos de mis dedos me parecieron de algodón y apenas se oyó ruido alguno. La puerta se abrió y la muchacha me recibió vestida en un elegantísimo kimono blanco y con paisajes orientales, estaba peinada con bucles y adornos y un gorro triangular sujetaba sus cabellos en la parte trasera de su cabeza. He dicho triangular, era más bien un rombo, en los mismos tonos que su kimono. En el centro del cuarto había una mesa redonda, con un servicio de té ya puesto. Me invitó a sentarme y servicial me acomodó la silla. Ella acompañaba sus gestos con una sonrisa amable y distinguida, no sé con que mueca le devolvía su gentileza. Al mismo tiempo comprendí que lo que oscuramente pude esperar como una cita amorosa no tenía cabida con todo ese ceremonial. Mi única preocupación fue entonces no manchar con mis rústicas maneras tanta elegancia y tan refinados tratos.
No obstante al verla así ataviada, sus rasgos finamente puestos en valor por un maquillaje eficaz y discreto, todas las doncellas de mis sueños juveniles se reunieron en ella y sucumbí al sortilegio. Aparentemente existen fuertes pasiones de segunda mirada. Era la primera vez que veía a una muchacha vestida con tanta elegancia y en trajes orientales. La miraba embobado. Cada gesto suyo era el centro de mi atención y me arrobaba.
Preparó el té y me lo sirvió en una taza que me pareció anacarada. Nunca antes había bebido té. Adivinó tal vez y se sentó enfrente de mí y me mostró como conducirme. Traté de imitarla. En realidad tuve que forzarme a beber el brebaje, su sabor me resultó desagradable, pero lo bebí sin pispilear. Pero no íbamos a pasar toda la tarde mirándonos, sin decirnos aunque fuera una palabra en algún idioma. Felizmente ella sabía tomar iniciativas y me preguntó en su modesto español de qué país venía. Nunca había oído mentarlo. Me lo dijo llanamente y me sentí muy exótico. Pero su español era muy modesto y rápidamente se terminaron las municiones. No me daba cuenta pero le hablaba con mis ojos. Ella me sonreía. No sé cuanto tiempo estuvimos frente a frente sin hablarnos.
Se levantó de la mesa y me invitó a levantarme. Puso en mis mejillas sus manos y me dio un beso, suave, sus labios apenas rozaron los míos y luego me tomó de la mano y nos sentamos al borde de la cama. La habitación era muy escueta, la ocupaban dos muchachas. Cada una tenía arreglado su rincón. La otra muchacha con quien compartía la habitación también era del Japón. Estuvimos sentados uno al lado del otro y de vez en cuando nuestras manos se rozaban. Al cabo de unos minutos me dijo que su compañera de cuarto pronto regresaría y que tenía que irme. Me entregó un papelito en el que había escrito en esmeradas letras latinas, la hora y la dirección de nuestra cita para el día siguiente. Me levanté y de nuevo repitió su caricia en mi cara y me besó.
Al salir iba como en un limbo, sin buscar un instante solo comprender qué me había sucedido, ni tampoco si mi conducta había sido la más adecuada a las circunstancias, si me había comportado a la altura. Iba alegre repitiendo en mi mente su nombre que me sonaba angelical: Jarumi.
No les contaré el día a día mis relaciones con Jarumi. No se trata de eso. Pronto entenderán la razón de este relato. Tengo que señalar que si bien he dicho que acababa de cumplir diecinueve años, mi apariencia era la de un muchacho de catorce o quince. Algunas personas al enterarse de que estudiaba en la universidad suponían que yo era un fenómeno, uno de esos genios prematuros. Este mi aspecto de adolescente marcó duramente mi vida. Es posible —me lo sugirieron luego otras mujeres— que la actitud de Jarumi, me refiero a sus iniciativas, fuera guiada por mi aspecto. También me dijeron que ella nunca creyó que le hubiera dicho mi verdadera edad. En todo caso ella tenía veintiún año. La aparente diferencia de edades llamó la atención y pasadas algunas semanas, en el cerrado mundo del casi internado estudiantil de la Lumumba, se fue convirtiendo en un escándalo y nuestra relación se volvió en el tema de todos.
Pero esto lo supe mucho después, entretanto viví meses felices. Las primeras semanas nos vimos fuera de la universidad, salíamos a pasear y fuimos conociendo Moscú y ayudándonos mutuamente a aprender el ruso. Ella ya había estudiado el ruso antes de venir a Moscú, pero su práctica oral era todavía deficiente. Pero cuando el frío empezó a arreciar salimos menos y a las tres de la tarde, cuando las clases se terminaban, Jarumi venía a buscarme para que comiéramos juntos o para que preparáramos las tareas. Nos encerrábamos en las aulas y nos sentábamos a hacer los deberes y hacíamos pausas en las que tratábamos de conocernos, de saber quienes éramos. Los otros alumnos que buscaban donde estudiar, al abrir la puerta la cerraban para no ser aguafiestas de nuestro idilio. Muchos nos sorprendieron entrelazados y en largos besos.
Los reglamentos de la residencia estudiantil nos imponía llegar todas las noches antes de las diez. Nos era imposible dormir juntos. Esto fue causa de burlas y palabras hirientes de algunos compañeros que insinuaban que durante el día Jarumi se paseaba conmigo y durante las noches se iba con otros. Nunca entendí por qué deseaban sembrar la ponzoña en mi corazón, dudas en mi ánimo. Pero en el fondo nunca creí que fuera cierto, nunca la duda manchó mi pasión. Jarumi empezó a buscarme durante los recreos, siempre que podíamos estar juntos lo hacíamos. Jarumi sabía mis preferencias culinarias y se iba a hacer la cola temprano en la cafetería para llevarme la bandeja a la mesa en que acostumbraba sentarme, durante los almuerzos también en el comedor se adelantaba para evitarme perder el tiempo en esperas. A veces no nos veíamos los domingos a causa de las reuniones de nuestras respectivas comunidades. Jarumi también asistía a las reuniones de la sección de su partido, su padre era dirigente del partido socialista de Japón.
Una vez Jarumi me pidió que la acompañara al edificio central de la universidad en donde tenía una reunión. Cuando descendimos del tranvía me di cuenta que lo habíamos hecho una estación antes del destino inicial. Ahí nos esperaba un muchacho japonés. Jarumi le habló en japones y apenas reconocí mi nombre, el muchacho me dijo en ruso que era el hermano de Jarumi. Me extrañó esa imprevista presentación, pero sobre todo la sonrisa casi irónica del hermano. Este episodio tiene su explicación. La daré en su momento.
También yo tenía reuniones con mis compatriotas. En una de ellas, uno de los puntos a tratar era mi caso. Se trataba justamente que la misión que nos había confiado el Partido no era venir a conquistar japonesas y a ofrecernos en espectáculo de amoríos en los corredores y aulas de la universidad, sino que a estudiar, aprender, nuestra misión nos prohibía tener relaciones con extranjeras, porque debíamos regresar a la patria. Así que el Partido me recomendaba fraternalmente que rompiera con la japonesa. El Partido éramos los siete muchachos y una muchacha que conformábamos la delegación salvadoreña. Ignoro realmente que fue lo que los movió a exigirme semejante absurdidad. Sabían perfectamente que me iba a negar, que no les iba a hacer caso. Les expliqué con mis palabras de entonces que la vida privada no tenía nada que ver con el Partido, que mis sentimientos amorosos no le pertenecían a ninguna causa. Y que si nosotros estábamos obligados a tener relaciones solo con salvadoreñas, pues que Genoveva, una salvadoreña que encontramos ya en Moscú y que estudiaba en la Universidad, pues que ella ya andaba con su maliano y que Victoria que estaba presente en la reunión, pues que ella no podía meterse con todos nosotros, había pues claramente un problema de logística. Mis camaradas volvieron a la carga en otras reuniones, mi respuesta no varió ni una jota.
Lo extraño es que, además de la campaña de insinuaciones de las repetidas traiciones de Jarumi que se intensificó, algunas muchachas de la facultad me aseguraban que Jarumi no me convenía, que era mucho mayor que yo, que se aprovechaba de mi ingenuidad, de mi corta edad. Algunas me preguntaban con descaro que si ya habíamos hecho el amor, que dónde e incluso cuántas veces. A todas esas preguntas respondía con mi nueva sonrisa japonesa...
Aclaro, es necesario, que muchos casi con cierto regocijo aprobaban nuestras relaciones, las festejaban y algunos llegaron incluso a aconsejarme como debía conducirme. Yo era un muchacho alegre, bromista y francamente muy ingenuo. Y para todos Jarumi era una muchacha misteriosa, pues les pareció que ella estaba enteramente entregada a mi educación sentimental. En realidad éramos la primera pareja que se formaba entre los alumnos de ese año de preparatoria. Lo que más intrigaba era que —nadie lo ignoraba— en las primeras semanas no podíamos hablar mucho, nos hablábamos por señas, por medio de dos diccionarios. Poco a poco fuimos creando nuestro propio lenguaje, en el que mezclábamos español, ruso y japonés. También una casi nada de inglés. Luego dominó el ruso en nuestro trato. Mis poemas los escribía en castellano, fueron mis primeros poemas. Algunos fueron a parar en el periódico mural de la facultad, los traducían un amigo ruso Sacha Tsaitsef y una muchacha de largas trenzas, originaria de una de las repúblicas autónomas del Asia Central, no recuerdo su nombre, ella hablaba un español muy correcto. Un amigo venezolano me corregía mis horrores ortográficos, felizmente.

Segunda parte

Algunos amigos centroamericanos estaban celosos de Jarumi, pues abandoné por completo nuestras tertulias y nuestras salidas por el barrio, incluso falté a dos o tres entrenamientos de fut. Creo que Jarumi entendió rápidamente este problema y me sugirió que nos viéramos solamente después de cena. Por esa época llegaron del Instituto de Lenguas Extranjeras unas estudiantes que voluntariamente venían a ayudarnos a aprender el ruso, para facilitarnos la práctica oral. Originalmente se trataba de un intercambio, ellas nos ayudarían en ruso y nosotros en castellano. Otros, los africanos por ejemplo, les ayudaban en inglés o en francés. De estas prácticas salieron algunas parejas. También participé a estas prácticas, pero en mi caso las alumnas del Instituto se iban alternando. Este intercambio me ayudó mucho en el aprendizaje del ruso. Al contacto con estas muchachas fui conociendo una gama sutil de conductas femeninas. El caso era que todas sabían de mis amores con Jarumi. ¿Cómo se enteraron? Nunca lo supe, pues ellas eran externas a la facultad. Algunas abiertamente buscaron hacerme caer en la traición, todas me interrogaban insistentemente sobre mi verdadera edad y sobre mi virginidad. Tal vez mi indiferencia provocaba su curiosidad y en algunas cierta osadía. Lo que pude constatar desde esos primeros meses fue que había muchachas muy atrevidas y otras sumamente púdicas. Este extremo siempre me llamó la atención y podía manifestarse en la misma persona, en períodos diferentes del año, durante los meses de verano, en los campamentos de vacaciones estivales, reinaba la total libertad de costumbres.
Mi historia amorosa con Jarumi avanzaba al ritmo que le imponía nuestra circunstancia. Era grande el contento e inmensa la alegría que provocaba en mí el simple hecho de estar a su lado. Ella no parecía desear otra cosa que mi compañía. Por mi parte me comportaba con Jarumi sin sugerirle, aun menos exigirle, que consumáramos nuestros pugnantes deseos. Era evidente que nuestros cuerpos no se conformaban con las caricias que nos prodigábamos. Pero Moscú, en esa época, no nos ofrecía realmente un lugar donde amarnos como lo deseábamos. En su habitación, su amiga se mostró totalmente incompresible. Mi residencia era exclusivamente masculina y no admitían alumnas de la universidad. Las visitas eran recibidas en un salón de recepción. Ir a un hotel era imposible, pues el sistema hotelero no admitía a extranjeros que no hubieran llegado con Inturist, la agencia soviética de turismo. Estuvimos a punto de conformarnos con los inconfortables escritorios de las aulas, pero eso era correr el riesgo de que nuestra amorosa intimidad fuera descubierta y mancillada por la indiscreción mal intencionada que sabíamos nos perseguía. Pero nuestros cuerpos bullían y urgíamos cumplir con nuestro amor.
Una vez Jarumi me sugirió que nos arriesgáramos en mi residencia, durante alguna tarde, cuando la mayoría de estudiantes todavía permanecía en Kabelnaya. Podíamos perfectamente burlar la vigilancia del portero. Lo he repetido, mi ingenuidad —o tal vez esto tenga otro nombre— era insondable, Jarumi una vez que ya nos habíamos decidido por el fabuloso día, me susurró al oído:
—Yo no quiero baby.
Entendí que se estaba retractando, es decir, al principio no entendí nada. Mis ojos simplemente se desorbitaron extrañados. Concretamente nunca había ligado el acto de amor con ningún baby, de manera confusa había llegado a suponer que para procrear se necesitaba la voluntad, que engendrar necesitaba del mutuo deseo durante el acto amoroso. Pero Jarumi simplemente me estaba insinuando que debería procurarme en alguna farmacia los necesarios preservativos. Es evidente que no entendí. Al ver mi expresión Jarumi tal vez pensó que yo urgía imperativa y muy prematuramente tener descendencia.
—No, yo no quiero baby, tal vez después, pero ahora no.
Sus palabras me consolaron y la besé con un beso que hasta entonces nunca le había dado. Pero me quedé sin entender la conveniencia de los preservativos. Cuando fijamos la fecha en que íbamos a intentar burlar la vigilancia del portero de la residencia, le exigí a Valodia y a Jorge, el ruso y el dominicano que compartían conmigo el apartamento en la residencia universitaria, que no volvieran hasta entrada la noche. Valodia me tranquilizó y me dijo que iba a volver a eso de las diez de la noche y Jorge me preguntó que si necesitaba preservativos... Me dijo que siempre tenía en la gabeta de su mesa de noche y que dispusiera si me daba la gana. Entonces entendí lo que me quiso decir Jarumi.
En realidad no nos costó mucho engañar al portero, pues desde que nos vio venir, se hundió ostensiblemente en las páginas de la Vichorka, el vespertino moscovita, así que no tuvimos ni siquiera que fingir, ni arriesgar nada. Cuando salíamos de la residencia el portero nos llamó y nos dijo que para la próxima vez era mejor que le avisáramos de antemano, así podía meterse directamente en la cocina y nadie sospecharía que era nuestro cómplice.
No se pueden imaginar nuestra dicha por ese generoso ofrecimiento. De repente el mundo se nos volvía hermoso y sin inútiles estorbos. Tal vez a los más jóvenes que lean mi historia les parecerá muy extrañas nuestras maneras, nuestras precauciones, nuestros reparos. Por un lado nosotros andábamos juntos todo el tiempo y para mí su cercanía, su compañía eran suficientes para colmar festivamente mi existencia. Jarumi nunca me exigió nada y se portaba tan servicial, tan amable, tan presta a mis deseos que parecía que también se sentía colmada por mi dócil predisposición. Por aquella época sonaba por la radio salvadoreña un bolero que repetía un verso: "cuando estás cerca de mí y estás contenta, no quisiera que de nadie te acordaras, siento celos hasta del pensamiento que pueda recordarte una ilusión amada". Juntos yo no sentía celos de nadie y cuando nos separábamos me sentía lleno de ella. Por otro lado habíamos interiorizado un temor de trasgresión, de comportarnos al margen, de mantener relaciones ilícitas. La campaña de mis compatriotas estaba cundiendo. Ellos además de insistir, durante las reuniones, en sus conversaciones conmigo, en que no me convenía andar con esa muchacha, que lo mejor era obedecerle al partido, etc. Esa insistencia me indispuso por completo y un día en un arranque de cólera les dije lo que nunca debí decirles:
—¡Ustedes envidia me tienen!
En todo caso creo que desde entonces empezaron a contactar a los japoneses, a los del partido comunista japonés y a pedirles que intervinieran para que Jarumi me "dejara tranquilo". Fue por eso que Jarumi me presentó a su hermano, para demostrarle que no era ningún depravado que ponía en peligro su honra. Y al ver al muchacho de apariencia de adolescente, pues no le quedó de otra que sonreír. Creo que el hermano de Jarumi pensó tal vez que ella simplemente se andaba divirtiendo y que era mero capricho, que no existían asideros para sentimientos profundos. En los inicios de los años sesenta en El Salvador los noviazgos duraban años y la meta de todo noviazgo era fundar un hogar. Esa era la ideología —que sin que me la inculcaran de manera preceptiva— que me servía de referencia. La desaprobación de nuestras relaciones, bueno, por algunos japoneses, me indica que también entre ellos Jarumi al meterse conmigo, al pasearse conmigo, no se conducía de manera conveniente. Por cierto ninguna otra japonesa tuvo aquel año de preparatoria relaciones con un extranjero. Muchachos japoneses sí tenían relaciones con extranjeras, el mismo hermano de Jarumi tenía una novia mexicana, con quien se casaría luego.
Aquel día cuando entramos en mi apartamento, no recuerdo que sentimiento me dominaba. Había aprehensión, no cabe duda, expectativa, cierto nerviosismo. Pues no voy a contarme cuentos, ni tampoco les voy a mentir, presentándome como si fuera un perito en amores. Además después de todo lo que les vengo contando. Mi experiencia se resumía a noviazgos vertiginosos y a amores platónicos.
Fue Jarumi quien cerró con llave la puerta y para distender la atmósfera se fue para la cocina y preparó un café y descubrió que en un armario había un paquete de galletas. Lo más probable es que fuera de Valodia, Jorge y yo, al principio, no comprábamos nada en los almacenes, aún no sabíamos como hacer las compras en ruso, además nos bastaba con lo que comíamos en el comedor.
Es evidente que no voy a contar detalles. Solamente les diré que por espantosa iniciativa de Jarumi hicimos el amor sin preservativos. Ella me dijo que prefería que la primera vez, aunque no quería baby, no recurriéramos a los preservativos.
Volvimos a mi apartamento a veces tres veces por semana. El portero nos dejaba pasar sin irse a la cocina. No cambiamos de costumbres, ella venía siempre a buscarme, almorzábamos y cenábamos juntos, hacíamos los deberes juntos. Hasta un día lunes en que Jarumi no vino a buscarme, no almorzamos juntos. Después del almuerzo fui a buscarla a su habitación. Me estaba esperando. La vi muy seria, no me sonrió, ni mostró alegría al verme.
—No nos veremos más. No quiero que me busques más, ya no nos veremos más.
Me estupefacción fue total. No entendía nada de lo que me estaba diciendo, nunca oí nada que me haya parecido tan insólito. Pero era claro, sus palabras manifestaban una rotunda determinación y su rostro tenía una espantosa serenidad.
—¿Por qué? Jarumi, ¿por qué?
—Tú sabes por qué.
—No, Jarumi, yo no sé nada.
—Sí, tú sabes perfectamente por qué. Vete, no me busques más.
Di la vuelta y me fui. Nunca más volvimos a hablar, nunca más volvimos a mirarnos. Nunca la busqué y nunca me buscó.
Takashi Kimura, un compañero japonés, me aclaró un día todo lo que había pasado. Mis compañeros salvadoreños, no sé exactamente quienes fueron, para ese entonces ya había roto por completo con ellos, se reunieron varias veces con camaradas japoneses para que intervinieran ante Jarumi, porque yo tenía que volver obligatoriamente a El Salvador. Nuestras relaciones estaban entrando en una situación muy peligrosa. Y que el Partido se había comprometido con mi familia a que yo retornara soltero. Takashi Kimura me contó esto una noche de largas confidencias. El estaba muy curioso de saber si era cierto mi compromiso de volver soltero a El Salvador. En realidad los japoneses del Partido Comunista de Japón no hablaron con Jarumi, ni se dirigieron de nuevo al hermano de Jarumi. Takashi no sabía por qué medios lo hicieron, pero contactaron al padre de Jarumi y este le ordenó a su hijo de velar por el honor de Jarumi. Me contó que nuestros amores fueron muy comentados entre los japoneses y que fuimos un tema que los dividió por completo. Takashi me habló del horrible sufrimiento de Jarumi y que al romper conmigo ella se mutiló de una parte de ella misma. Pero que era imposible que una muchacha de su clase rompiera con su familia. De seguro de no haber intervenido su padre, ella hubiera llevado hasta el final nuestra historia.
Supongo que los camaradas salvadoreños no recuerdan siquiera este episodio, tal vez lo hayan olvidado por completo. Pues es para ellos apenas un acoso más. Su siguiente ataque fue tratar de que me expulsaran de la Universidad. Les seguiré contando mis historias rusas.