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30 abril 2007

Reforma o revolución


Por Carlos Abrego

Recientemente en Raíces (enlace en la lista), el estudioso nicaragüense Andrés Pérez Baltodano planteó toda una serie de cuestiones relacionadas a la solución de los problemas sociales y económicos de los pueblos centroamericanos, dentro del marco del sistema democrático burgués y en el cuadro de la mundialización neoliberal. La manera de plantear los problemas es clara, las respuestas que esboza merecen una discusión seria. Su mérito principal es la manera sin tapujos de plantear los problemas, cosa rara en nuestros días, además, por supuesto, de adelantarnos su manera de considerar estos asuntos. No pretendo replicar uno a uno los problemas que nos ha planteado, me voy a referir a uno que me parece crucial: se trata de la disyuntiva que plantea ¿reforma o revolución?

Escojo este problema entre tantos pues me parece que en él se cifra el resto. Aquí mismo, en Raíces, en otro artículo Néstor Kohan reproduce una frase de Roque Dalton: “Cuando usted tenga el ejemplo de la primera revolución socialista hecha por la «vía pacífica», le ruego que me llame por teléfono. Si no me encuentra en casa, me deja un recado urgente con mi hijo menor, que para entonces ya sabrá mucho de problemas políticos”.

Parto de esta cita puesto que, de cierto modo, también resume una posición que era además de un límite, una línea divisoria en el movimiento comunista. Cismas y excomuniones tuvieron lugar en el siglo pasado: quien supusiera el más mínimo avance hacia el socialismo sin pasar por la lucha armada era considerado, un poco más, un poco menos, como un traidor. Aunque parezca increíble también en El Salvador ocurrieron estos cismas y estas exclusiones a causa de esta posición que desvirtuaba la posibilidad de ser revolucionario, si no se consideraba la necesidad de las armas, de la insurrección.

Nuestro presente, es decir, el periodo que vivimos es posterior a una guerra que no desembocó en la revolución, sino que en un Tratado de Paz, que no se cumple, pero que permite con muchas limitaciones participar a la vida política nacional a los partidos de izquierda y que pueden postular por asumir las riendas del gobierno. En El Salvador, el FMLN ostenta un grupo parlamentario que por su número puede intervenir para bloquear algunas medidas del partido en el poder. El FMLN dirige municipalidades importantes, entre ellas asume el gobierno municipal de la capital. El FMLN, en el primer artículo de sus estatutos, se declara: “Partido Político democrático, revolucionario y socialista”.

El concepto de revolución

La pregunta que está planteada es ¿qué se entiende por revolución en las circunstancias actuales en El Salvador? El FMLN se sabe ha renunciado a la “vía armada” y no existe ningún motivo que justifique poner en duda su sinceridad. ¿Pero realmente existe contradicción entre declararse “revolucionario” y el hecho de haber renunciado a acceder al poder por “la vía armada”? Y si vemos que el FMLN se declara también partido “socialista”, no cabe duda que la revolución que persigue es socialista. Pero el camino que ha elegido para esta revolución es un camino democrático, es la “vía electoral”, la famosa y vilipendiada “vía pacífica”.

Si reflexionamos con justeza, se trata del concepto de revolución al que hay que escudriñar de nuevo a la luz de la situación nacional e internacional. No voy a ocultar que durante muchos años personalmente, me costaba admitir la posibilidad de que se pudiera considerar un pasaje pacífico hacia el socialismo en nuestros países. Pero asimismo puedo jactarme de que nunca me obcequé en esta posición y nunca apostrofé con el dicterio de “revisionistas de derecha” a los que admitían la posibilidad de la vía pacifica. El golpe de estado planeado por Kissinger y ejecutado por Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende vino a consolidar nuestra convicción de que la única vía era la armada y se aferró en nosotros la desconfianza en la revolución pacífica.

No obstante, ahora ante el desprestigio y la derrota de la solución socialista soviética y la agresividad del imperialismo norteamericano, que se siente con las manos libres, aun más que antes, para agredir a los pueblos e impedir que tomen un rumbo que difiera del que imponen los grandes monopolios y las grandes organizaciones financieras, como el FMI y la Banca Mundial, ante esto ¿acaso podemos simplemente resignarnos y esperar que el tiempo pase y dejar que la revolución sea apenas un lejano objetivo? Esta tentación es grande y muchos la asumen.

Lo precario en la sociedad salvadoreña

Pero nuestros problemas son inmensos, la vida de los salvadoreños es precaria, el país no le ofrece ningún futuro a las nuevas generaciones, las condiciones de vida se agravan y socialmente vivimos en una crisis permanente y el descontento crece entre los trabajadores y sus familias. El régimen se siente en peligro y recurre a medidas despóticas, como la ley “anti-terrorista” que limita las libertades públicas y que en realidad constituye un arsenal represivo contra los trabajadores. No hay actividad social en nuestro país que no se presente contaminada por la precariedad, la escuela pública no le da cabida a todos los niños que necesitan educarse y aprender; la calidad misma de estos estudios, en los locales precarios en que se imparte y con los pocos medios no deja de ser insuficiente y de mala calidad. Hay que decirlo también que la preparación de los profesores tiene enormes carencias. Esto va desde las escuelas parbularias hasta la Universidad. El trabajo, para los que tienen este “privilegio”, no le permite a la gran mayoría obtener los medios que sirvan para satisfacer convenientemente las necesidades de vestimenta y alimentación de toda la familia. Los que trabajan saben perfectamente que existe un ejército de desocupados, dispuestos a ocupar su lugar en cualquier momento. Los desempleados han perdido toda esperanza, no tienen ni siquiera la ilusión de resolver sus problemas por el destierro. ¿En qué consiste el solaz de los salvadoreños, de la mayoría de salvadoreños? Pues ver programas de televisión de pésima calidad. La salud es un bien muy preciado en todo el mundo, en nuestro país, es un privilegio. Curarse no es accesible para todos los salvadoreños, por su costo y la falta de estructuras. No existe una cobertura social para todos los trabajadores, para sus familias. Los ancianos no gozan todos de una pensión que les permita terminar sus años de manera digna, sin ser una carga para sus familias. Esta lista se puede alargar indefinidamente. Al mismo tiempo sabemos que el trabajo de los salvadoreños sirve para que un puñado de explotadores acumule fortunas.

Esta situación puede cambiar, hay que cambiarla y para ello es urgente y necesario enfrentar al capital y a sus aliados internos, como externos. Es posible que los salvadoreños podamos darle a nuestros hijos la educación y la preparación profesional que se merecen. Esto es posible, repito. Es posible tener un Servicio Público de Salud que permita a todos los salvadoreños acceder a un servicio médico de calidad y a medicamentos debidamente controlados y a bajo precio. Es posible tener en nuestro país un Servicio Público de Vivienda que construya alojamientos confortables en la ciudad, como en el campo. Una vivienda confortable es la que tiene suficiente espacio para todos los miembros de una familia, con luz eléctrica, agua potable, etc. Todo esto es posible y mucho más. Dada la situación actual, tanto política como económica, es imperioso que se produzcan cambios radicales en el país.

Las formas de la revolución

Veamos ahora de qué revolución estoy hablando. Como dije ya arriba históricamente acabamos de salir de una guerra, nuestro pueblo sufrió mucho durante ella y lo que se consiguió ha sido tan poco, que aunque la situación que nos condujo a iniciar la guerra no solo persiste, sino que se agrava, pienso que la perspectiva de un levantamiento no se volverá a plantear en nuestro país por mucho tiempo. No obstante para salir de la situación que tenemos, urgimos de una revolución. De ahí la pregunta que he planteado arriba: ”¿qué se entiende por revolución en las circunstancias actuales en El Salvador?”

En primer lugar es natural que surja la pregunta ¿acaso es posible una revolución pacífica? ¿No se contradice con esto al marxismo? Según la idea clásica, la revolución es un acto repentino y violento a través del cual el pueblo destruye todos los obstáculos que se le ponen de por medio, en su camino hacia la emancipación. ¿Pero este concepto de “revolución por la vía pacífica” es creíble? Aquí hay que recordar la irónica frase de Roque Dalton. Aún no tenemos ningún ejemplo del pasaje pacífico al socialismo, sin hablar del derrumbe de todo el sistema del “socialismo real”. No obstante su inexistencia no es un argumento en contra de su posibilidad, no se puede desechar así porque sí sus principios.

Demos por admitido la posibilidad de un pasaje pacífico y democrático hacia el socialismo, no obstante surge naturalmente la cuestión que muchos se plantean y que aborda en su artículo Andrés Pérez Baltodano, no estamos acaso borrando con este presupuesto las diferencias entre el “reformismo” y la “revolución”, entre la social-democracia y el movimiento revolucionario, de nuevo nos encontramos en el límite, en la frontera teórica y práctica entre entre “reforma o revolución”, entre las dos actitudes opuestas respecto a la realidad política y económica.

La revolución implica una inversión resolutoria de contradicciones, implica mucho más que los cambios que pueden ocurrir en el transcurso de una evolución. Esta oposición manifiesta una diferencia esencial entre lo que ocurre en un cambio evolutivo y lo que ocurre a través de los cambios revolucionarios. La revolución es un concepto central de la práctica social y política. Esta inversión resolutoria de las contradicciones nos remite sin duda alguna a la dialéctica, se trata de un pasaje a lo otro que se realiza en la destrucción (superación) de su negación, el cambio es cualitativo.

El salto cualitativo

Llegamos aquí a un momento crucial del análisis. Durante mucho tiempo se ha usado y abusado del término “salto cualitativo”, que ha sido el que le ha imprimido al concepto de revolución la connotación de violencia y de la obligatoriedad de tomar la forma de un cambio brusco. Se trata de décadas en que la constante repetición de un postulado, que no es del todo exacto y en absoluto marxista, lo convirtieron en indiscutible dogma. Muchos ignoran que el argumento principal de la brusquedad del cambio revolucionario reposa en un ejemplo dado por Stalin y una deducción errada. Stalin da el ejemplo del “agua que hierve y se evapora a cien grados” que convierte en un principio universal de la dialéctica al que tiene que someterse toda la práctica. El “salto cualitativo” se convierte en una “ley del desarrollo” y “por consecuencia para no equivocarse en política hay que ser un revolucionario y no un reformista”. Esta deducción trata de imponerle a los procesos concretos una forma a partir de un enunciado filosófico (algo así como el Espíritu hegeliano que se realiza en los procesos concretos), pero también el contenido de la deducción es falso ya que existen cambios cualitativos graduales. El agua misma se evapora sin necesidad de hervir. ¿Acaso podemos deducir de este hecho que “para no equivocarse en política hay que ser reformista y no revolucionario”? Se trataba de darle un aval filosófico al dogma de la forma violenta de toda revolución, convirtiendo al salto cualitativo en una ley universal.

El historiador francés Albert Soboul, gran especialista de la Revolución Francesa, nos describe en detalle lo que el llama la “revolución jurídica” que se inicia el día 23 de junio de 1789 y que conducirá a la proclamación de la Asamblea nacional constituyente. Todo este proceso que ponía “la autoridad del rey bajo el control de los representantes del pueblo”. Esta revolución “se acababa sin recurrir a la violencia”. Es el rey y la aristocracia que recurre a la fuerza para someter a la obediencia al Tercer estado. La víspera del día en que Luis XVI le ordena a las órdenes privilegiadas de concurrir a la Asamblea nacional, él mismo decide llamar y reunir alrededor de París y de Versalles a 20 000 soldados. La intención de la Corte era disolver la Asamblea. Es en estas circunstancias que entra en la escena el pueblo. La monarquía agonizante es la que provoca las grandes jornadas revolucionarias, entre ellas la del 14 de Julio.

Si tomamos por separado la resolución de una contradicción constatamos siempre que existe un límite, un borde, a partir del cual la acumulación cuantitativa produce un cambio cualitativo. Existe siempre pues de manera virtual la posibilidad del salto brusco en un proceso social. Pero en los procesos reales existen un sinnúmero de individuos, ya sean partículas, personas o relaciones sociales. Al considerar el todo real y concreto, el conjunto de todos los elementos, el cambio cualitativo global, resultado de todos los cambios elementales, es un fenómeno estadístico del cual puede estar ausente toda simultaneidad y no producirse el salto brusco global. La revolución no es solamente el asalto a un palacio, puede ser el momento definitivo que da la victoria, pero esta se ha obtenido por la acumulación de diferentes momentos. Pero incluso esta victoria, la toma del palacio, no constituye en sí la revolución misma. De la misma manera que ganar las elecciones presidenciales no garantiza ningún cambio cualitativo en los procesos sociales del país. La revolución social es una secuencia de cambios cualitativos parciales.

La correlación de fuerzas

Es innegable que el momento brusco global puede producirse, por efecto de un obstáculo externo o interno que bloquee el proceso de los cambios cualitativos, que obstruya el desarrollo de la secuencia revolucionaria, en el ejemplo que he citado de la Revolución Francesa, la felonía de Luis XVI provocó la toma de la Bastilla por el pueblo en armas. La violencia es la forma clásica que toma la revolución frente a enemigos fuertes. No obstante la violencia no es la esencia de la revolución, en situaciones determinadas la capacidad de reacción del advesario se neutraliza, su capacidad de obstruir el proceso se ha debilitado, entonces también desaparece la necesidad de la exploción violenta y la forma puede ser pacífica y gradual. Para ello es necesario que la correlación de fuerzas políticas neutralice la capacidad del enemigo del uso de la fuerza. Esta correlación de fuerzas se construye con objetivos claros y con el trabajo político de toma de consciencia de la necesidad urgente para el país de los cambios cualitativos que sólo ellos podrán resolver nuestros problemas sociales y económicos.

No se trata en la situación salvadoreña actual de saber quién va a ser el candidato, sino qué transformaciones sociales se va a emprender, hasta dónde está dispuesta la gente a ir, hasta dónde está convencida de la necesidad de darle al país otro rumbo que lo encamine hacia la verdadera emancipación. Reducir el problema de la situación al problema del candidato es persistir en la trampa ideológica del salvador supremo, del líder carismático, del ídolo icónico. Indiscutiblemente reducir todo el problema del cambio a una sola persona es ignorar que en los procesos sociales son el sínnumero de indivíduos que causan los cambios globales. Se trata de crear una correlación de fuerzas que ponga fin a un régimen despótico, pero también que produzca los cambios políticos, sociales y económicos que acabe con la espantosa miseria en que viven miles de familias salvadoreñas.

26 abril 2007

Guernica: Capital de la Paz

El lunes 26 de abril de 1937, a la cuatro de la tarde comenzó el despiadado bombardeo nazi-franquista contra la ciudad de Guernica. Las bombas cayeron sobre la ciudad durante cuatro horas. Nunca antes una ciudad europea, sin defensa y sin ninguna importancia estratégica había sido destruida por la aviación. El número de víctimas es de 1 654 muertos y 889 heridos. La ciudad era la capital ceremonial vasca y de las tradiciones “forales” (libertades). Hitler y Franco sabían que al destruir Guernica creaban un precedente.

El general franquista Mola declaró unas cuantas horas después del bombardeo: “Debemos destruir la capital (Bilbao) de un pueblo pervertido que se atreve a desafiar la irresistible causa de la idea nacional”. No cabe duda, se trataba de castigar al pueblo vasco por su apego a su nación y mayoritariamente favorable a la República. Se persigue también desmoralizar a los republicanos.

Los franquista sedientos de revancha social y de venganza tienen como objetivo borrar del mapa un sitio que consideran un sagrario “rojo”. Los franquistas ya instalados en Madrid, que les resistió heroicamente, persiguen conquistar el norte de España. Para ello va a usar de la siniestra Legión “Condor” con sus Junker 52 y sus Heinkel 51. Esta superioridad aérea va a ser decisiva en esas batallas. El 31 de marzo el general fascista Mola le lanza al pueblo vasco un ultimato y luego emprende una ofensiva en la que se inscribe la destrucción de Guernica y de Durango (300 muertos). Bilbao cae en manos franquistas el 19 de junio.

Para Hitler se trata de una repetición general, como se ha escrito frecuentemente, se trata de experimentar armas, equipos y técnicas nuevas que se van a generalisar luego. Hitler experimenta la “guerra total” que teorizó Goebbels, fue concebida como el medio más eficaz para ganar las guerras: la población civil se convierte en un objetivo militar que se hostiga con asaltos aéreos para aterrorizarla. El bombardeo aéreo se convierte en el instrumento de masacres masivas, de un instrumento del terrorismo de Estado.

La noticia del bombardeo Guernica causó estupor en el mundo entero. La indignación fue tal que los hechos fueron desmentidos y luego la propaganda facista se los adjudicó a los milicianos, a los mineros asturianos, a los mismos republicanos vascos o a los anarquistas catalanes. Se trata ya de una “comunicación de guerra” moderna, mentiras oficiales, intoxicaciones, etc.

Guernica ha sido declarada la Capital de Paz.

22 abril 2007

Distémicos y cachimbones

La tétrica enjundia de los lugares comunes me deja pasmado. Pero cuando lo trillado se anuda al círculo vicioso, entonces nos toca imaginarnos que el avestruz no vuela por que le faltan ganas. Voy a ir por partes. Hay cosas mucho más graves y tal vez mi consciencia debería pellizcarme y apartar mi atención de la nimiedad a la que me voy a referir. Además porque no conozco a la persona que ha escrito un artículo en una nueva revista de internet y sospecho que lo mueven buenas intenciones. Es más, callaré su nombre, para no dar pábulo a inútiles polémicas.

Es cierto que nosotros los salvadoreños somos empedernidos pesimistas y sobre todo respecto a todo lo nuestro. No sabemos valorarnos y nos pasamos la vida denigrando lo que hacemos. Sufrimos de un terrible complejo de inferioridad. Bueno, este complejo de inferioridad se acompaña en algunos trompudos con un feliz engreimiento y se la pasan alabándose, víctimas del yoyismo.

Este triste modo de ser de los salvadoreños ha de tener alguna explicación. La etnología, la antropología, la sociología, quién sabe, puedan darnos alguna respuesta sobre las profundas razones de este fenómeno. No le niego a la psicología, ni al psicoanálisis la posiblidad de poner su piedra en la explicación. Los hombres somos tan complejos que una ciencia no nos basta para llegar al meollo de nuestros misterios.

Acabo de leer el artículo, que además me recomienda un amigo. No lo hace personalmente, nos invita a leerlo a través de su blog. En ese artículo se aborda este aspecto del ente salvadoreño. El paseo que nos ofrece el periodista en busca de una explicación nos conduce directo hacia una simple y llana tautología: nosotros los salvadoreños desvaluamos lo nuestro porque estamos enfermos de distimia. La persona que sufre de distimia tiende a desvalorizarse, mantiene una percepción negativa de sí misma, de los demás y de lo que le sucede. Con esto no hemos explicado nada. Apenas le hemos dado un nombre, hemos hecho acto de taxinomía.

Lo inexplicable es como nosotros que somos distímicos podemos producir tantos yoyistas. Esos cachimbones que se la pasan hablando de sus hazañas y proezas.

20 abril 2007

La Pasión y la Razón: oposición y combinación

Por Carlos Abrego

CALISTO. ¿Cómo, simple? ¿No sabes que alivia la pena llorar la causa? ¿Cuánto es dulce a los tristes quejar su pasión? ¿Cuánto descanso traen consigo los quebrantados sospiros? ¿Cuánto relievan y diminuyen los lagrimosos gemidos el dolor? Cuantos escribieron consuelos no dicen otra cosa.

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MELIBEA. Por Dios, que sin más dilatar me digas quién es ese doliente, que de mal tan perplejo se siente que su pasión y remedio salen de una misma fuente.


Una de las oposiciones que se suele esgrimir y que abunda en la los ensayos es la que enfrenta a la pasión con la razón. La pasión, en nuestra lengua, por lo menos, tiene ya cinco siglos que se acompaña de connotaciones negativas. La pasión ciega, causa arrebato, puede ser diabólica y empaña al juicio. Una de las pasiones que más ha sido tratada es la amorosa. Pero Cupido suelta su flecha para privarnos del dominio de nosotros mismos. No obstante lo curioso es que la passio latina está ligada más a padecer, a sufrir, a la pasibilidad. La pasión moderna es todo lo contrario, es sobre todo inquieta y nos mueve a la acción.

La pasión contiene todavía en nuestra lengua esos significados latinos, la pasión de Cristo es su sufrimiento, su padecimiento. Pero no es esta pasión que se le opone a la razón, sino la que ofusca y que señorea en nosotros. Hay un texto de Luis de Lucena, “Repetición de amores”, escrito hacia 1500, que dice muy bien los estragos de Cupido:

“La quinta propiedad o insignia de Cupido es que trae en la cinta muchos corazones colgados. La causa desto es para significar que los enamorados no tienen poder en sus corazones, mas posséelos Cupido, y dónde él va, allá los lleva. Esto se haze por ser el desseo e amor pasión muy fuerte, y todas las tales passiones tienen condición de sacar fuera de sí al que posseen, no le dexando señorío de sí mesmo; y por quanto el amor es de estas passiones la mayor, fuerza mucho al honbre desamparándole de sí y haziéndole que no tenga querer, ni no querer, mas solo aquello, quiera o no quiera, a que le mueve el desseo, que es Cupido.Y ansí Cupido possee su corazón y no él.” (El subrayado es mío, C.A.).

La pasión aturde los sentidos, nos dicen. Las acciones que se dejan conducir por la pasión nos extravían y nos pierden. La razón por el contrario nos ilumina el entendimiento, nos obliga a la prudencia, nos llama al recato, nos vuelve cautelosos y precavidos.

Apasionadamente contra lo irracional

No obstante esta oposición solo en apariencia es irreconciliable, en realidad la pasión no siempre obstruye los sentidos y nos opaca el entendimiento. La pasión que puede llevarnos a acciones intrépidas en las que el coraje es necesario, puede convertirse en virtud . La sed de justicia, por ejemplo, puede apasionarnos, puede incitarnos a la acción. Pues la injusticia indigna la consciencia y aprieta al corazón. La aspiración a la justicia puede ser tan fuerte como la pasión amorosa y puede perfectamente congeniar con la razón. La indiferencia ante lo injusto es un vicio. Y los que tratan de justificar las desigualdades, acusan la apasionada injerencia de perder la razón ante una realidad que justifican por su simple existencia. Siempre han habido ricos y pobres, nos dicen. Es cierto, pero esta existencia no implica que sea razonable, más bien esta realidad se vuelve atropello a la razón, cuando lo que se pone en juego es la vida misma. No es racional, no obedece a la razón, que pudiendo poner coto a la desnutrición infantil, causa de muerte prematuras, por ejemplo, se le llame utopía a la apasionada aspiración por un reparto equitativo. Eso no ha existido nunca, ni existe en ninguna parte. Pues esta realidad actual es simplemente irracional. La pasión que pretende acabar con un mundo que acongoja a las madres, que fustra sus sueños más preciosos, no podemos atribuirle una rotunda oposición a la razón.

La razón y la pasión conceptualmente son externas, no forman una unidad íntima. Cuando digo externas me refiero a que cada una puede pensarse separadamente y ambas admiten la existencia de la otra, sin que una implique la destrucción de la otra. Podemos pues exigir que lo que hasta hoy no ha existido, exista y podemos hacerlo apasionadamente y valiéndonos de la razón. El mundo que existe admite e impone por la fuerza individuos que no logran ser libres, a los que se les obliga a vivir necesitando lo que es esencial para sus vidas.

La razón y la pasión no son antagónicas. El antagonismo exige, implica la destrucción, la desaparición de su contrario, mientras que pasión y razón pueden incluso combinarse, asociarse. Pueden también existir separadamente, pueden también oponerse, es cierto, pero se trata solamente de eso, de una oposición y no de una contradicción.

13 abril 2007

Un órgano de prensa que organice y eduque

Por Carlos Abrego

Hace algunas semanas escribí un texto en el que promovía la creación de un marxismo salvadoreño. Durante décadas, muchos jóvenes salvadoreños arriesgaron sus vidas tratando de leer o leyendo textos de Marx, Engels y Lenin. Las dictaduras eran feroces y no permitían ni siquiera la mención pública de los nombres de estos personajes, aun menos el estudio de sus obras y la discusión abierta de sus tesis. Si ha existido marxismo entre nosotros, ha sido ilegal, clandestino. En otra ocasión anterior me expresé sobre la dificultad de desarrollar un pensamiento libre en tales condiciones.

El centralismo y el verticalismo de las organizaciones que se reivindicaban marxistas limitaban la posibilidad del debate y del análisis marxistas. El centralismo y el verticalismo eran impuestos por la necesidad de sobrevivencia de las organizaciones revolucionarias, ya que se trataba de partidos que conspiraban contra las sangrientas dictaduras y contra las cuales fue necesario emprender una guerra popular. Se trataba de circunstancias reales y muy concretas. No obstante si en lo militar el verticalismo y la subordinación al dirigente no constituyen inconvenientes, ni desventajas, al contrario en el terreno ideológico la falta de discusión y de diálogo es nefasta para los avances revolucionarios.

¿Cuál es la situación actual? En lo que concierne al régimen —aunque se vuelve cada vez más autoritario y despótico— no podemos realmente caracterizarlo como una dictadura. Lo es en el sentido general de imponer toda la fuerza del estado para defender y proteger los intereses particulares de las clases dominantes. Los trabajadores lo experimentan cada vez que se enfrentan a sus patrones, la policía y los tribunales intervienen para desalojarlos, para reprimirlos. Nunca se ha visto que la policía intervenga para obligar a un patrón a pagar los salarios retrazados, ni para imponerle que respete la escuálida legislación laboral existente en El Salvador. En esto no creo que haya que insistir por el momento.

Causas internas

Por ahora en El Salvador, existe espacio para el marxismo. No obstante este espacio sigue vacío. ¿Por qué? La primera causa es que para ocupar este espacio es necesario luchar ideológicamente, porque este espacio existe en el sentido de que todavía no se encarcela por las ideas políticas. El anticomunismo sigue igualmente violento en sus declaraciones y ocupa por el momento la casi totalidad del espacio ideológico. En este sentido la guerra aún no ha terminado. Pero estos momentos de relativa libertad —logrados por los esfuerzos de varias generaciones y con el alto costo de miles de vidas de revolucionarios y patriotas— surgen cuando las fuerzas revolucionarias se encuentran en receso después de sufrir duras derrotas durante todo el siglo pasado. La principal derrota fue por causas internas al movimiento. La osificación ideológica, la represión interna, la sacralización de líderes, el creciente y poderoso burocratismo, la sumisión de todo el movimiento comunista mundial al estalinismo han sido las principales causas del descalabro sufrido en las últimas décadas del siglo pasado.

No obstante no todo fue derrota. El marxismo, aún ahora que muchos lo declaran muerto, sigue siendo un útil eficaz de análisis económico e histórico. Muchos de sus conceptos son utilizados por la ciencia universitaria. Y podemos considerar fundamental el hecho de que si aún existe una esperanza de transformar el mundo y volverlo mejor, en gran medida, se debe al marxismo.

Las fuerzas revolucionarias salvadoreñas por primera vez, en la historia del país, tienen la posibilidad de discutir públicamente su estrategia y su táctica, el contenido de su programa e incluso la forma de organización interna que más les conviene en las circunstancias actuales. Por primera vez también diputados pueden defender los intereses de los trabajadores en el seno de la Asamblea Legislativa. Es evidente que al no ser mayoritarios sus protestas y sus proposiciones no reciben forma material y tienen escasa influencia en el acontecer político nacional. Sobre todo que los grandes medios de comunicación se esfuerzan por minimizar su actuación y en la mayoría de las veces simplemente deformarla y lo que es peor ocultarla. Una imperiosa necesidad para un partido político que pretende llegar al poder para transformar la sociedad es dotarse de los medios que le permitan entrar en contacto directo con los trabajadores.

La escritura es una condición de la reflexión

En un momento crucial de la historia de la revolución en Rusia, en el primer año del siglo XX, V. I. Lenin, se tomó el tiempo para escribir una largo artículo en “Iskra” bajo el título de “Por dónde empezar” que le sirvió de esquema para luego redactar una de sus obras claves, “¿Qué hacer?”. En esta obra Lenin insiste con fuerza y particular ahínco sobre la necesidad —para el partido de la revolución— de un órgano de prensa central. En primer lugar para la educación y formación ideológicas de sus militantes y para la clase trabajadora. Un órgano central de prensa le permite al militante saber exactamente las orientaciones y posiciones del partido, de informarse de las luchas que se desarrollan y además sirve de catalizador de la actividad militante. Cada uno de estos puntos están argumentados en detalle por el líder ruso. En El Salvador nunca ha existido un órgano de prensa que se distribuya y se venda libremente a nivel nacional y que tenga un contenido de defensa de los intereses de la clase obrera y demás trabajadores.

Ahora existen otros medios de comunicación mucho más poderosos, como son la radio y la televisión. Son poderosos desde el punto de vista político en el sentido de que son utilizados para darle a la gente un cuadro de referencia interpretativa de la realidad y que estructura a corto y medio plazo la opinión y la mentalidad de los radioescuchas y de los televidentes. La televisión en este aspecto es mucho más eficaz que la radio. La radio permite el debate y la reflexión. La televisión se basa justamente en la liviandad del trato de la información, la superficialidad es su método. Pero el sustento que le aporta la imagen la vuelve eficaz, pues le sirve para aparentar el reflejo fiel de la realidad. Combatir esta eficacia es muy difícil.

Lo más pernicioso de la televisión consiste en la costumbre, en el hábito que se va imponiendo de mirarla e ir poco a poco aceptando la pasividad intelectual. El televidente es un ser inactivo, casi irreflexivo. La persuación que impone la televisión es por momentos ostentatoria. Pero en la mayoría de veces se presenta como un espectáculo que distrae, pero nunca abandona su carga ideológica.

A veces uno está tentado en creer que para combatir la mediocridad de la televisión basta con crear una televisión inteligente. En muchos países se han abierto cadenas televisivas culturales de rico contenido pedagógico. No obstante en casi todos los casos el carácter recreativo se incrusta desde la concepción misma de los programas y es el desenfado lo que subyace en la realización. En los programas educativos que no se acompañan de un mínimo de escritura por parte del tele-estudiante raras veces alcanzan sus objetivos. La palabra escrita es una condición imprescindible, necesaria para la reflexión. Es por eso que aunque resulte difícil contrarrestar la eficacia de la televisión, una revista semanal puede aportar a los militantes, a las direcciones locales, a los trabajadores un refuerzo para su formación intelectual y darle los medios que le permitan argumentar adecuadamente en cada caso que presenta la vida política nacional y local.

08 abril 2007

Alex Cuchilla en La Habana

He tomado esta entrevista del sitio La Ventana


por Deny Extremera

En un aparte en medio de los preparativos de la exposición que abrirá el martes 10 de abril en la Casa de las Américas, el pintor salvadoreño Alex Cuchilla habla a La Ventana sobre su trabajo, la situación actual de la creación plástica en su país y el valor del Premio Juannio 2006. “Esta muestra en La Habana, titulada La Gran Urbe, es una recopilación de las series que he realizado durante los últimos siete años y que tienen un hilo conductor: la temática social, y dentro de ésta la violencia”, explica.

Con la obra Telaraña, de la serie Urbanicidio (díptico, pirograbado, pistola de calor y óleo/madera), Alex Cuchilla (1971) ganó la edición 2006 de Juannio, que consta cada año de subasta privada, concurso y exposición comercial de arte latinoamericano en el Museo de Arte Moderno de Guatemala. De esa forma sumó un premio más a su carrera, pues ya había obtenido dos primeros lugares en la Bienal de Arte de El Salvador, en la categoría de Artistas Invitados.

“Yo he participado en esta muestra latinoamericana por seis años y he sido finalista dos veces (2001 y 2002). Lo mejor del caso es que por primera vez se proponía esta extensión del premio que era una exposición en la Casa de las Américas. Todos los participantes teníamos la mirada puesta, más que en lo metálico, en la muestra de La Habana. Eso, al menos en mi caso, implica una responsabilidad tremenda. Trataré de dejar una buena imagen de lo que se está haciendo en Centroamérica y específicamente en El Salvador, pues respetamos mucho el trabajo, la calidad de los artistas cubanos”.

En la exposición que inaugurará el martes 10 a las 5:00 p.m. en la sala Manuel Galich de la Casa de las Américas, Cuchilla ha incluido veintidós piezas: “telas, obra gráfica en papel, un par de óleos, pero la mayoría son con soporte de madera”.

La Gran Urbe es una recopilación de cinco series que he trabajado estos últimos siete años: Fragmentaciones urbanas, Urbanicidio, Una elevación al Cielo/Suelo, Juegos de un mayor, Sobre la historia de la Dermis. Casi todas han tenido un hilo conductor, la temática de corte social. El punto de partida fue el año 2000, en México, donde cursé unos talleres con Arturo Rivera. Fue conocer a nueva gente, nuevas experiencias, como borrón y cuenta nueva. Hubo un cambio temático, y con él un cambio en la paleta: venía usando colores brillantes, de imprenta, como magenta o cyan, y pasé a los rojos óxidos, las sombras naturales, los amarillos ocres, que junto al blanco y el negro son los que están en esta muestra”.

Junto a otros artistas, Alex Cuchilla ha desarrollado la vertiente social y, a la par, ha profundizado en la búsqueda de nuevos materiales, sobre todo sintéticos, que sustituyen a otros escasos o caros y que, de paso, han conllevado transformaciones en los procesos y técnicas.

“Dentro de esa investigación traté de adecuar materiales que tuvieran que ver con mi tema, el urbano, y en la búsqueda encontré un medio que me pareció un descubrimiento precioso: el pirógrafo. Casi siempre, en Latinoamérica se le ve como un instrumento de artesanía, muy poco o nunca con connotación plástica, formal… Ha sido mal visto por años, relegado. Yo le vi un potencial increíble, y el resultado en parte está en esta exposición: casi la mitad de las obras han sido trabajadas con maderas quemadas”.

“Son tres los conceptos que he manejado dentro del contexto urbano: la pandilla, un problema serio en Centroamérica; la migración, también muy serio, y el trasfondo de todo esto, que es muy visible, la situación económica. Aparte de éstos hay un cuarto componente que no es apocalíptico ni decadente, más bien es el cable a tierra, la otra parte del contrapunto: los niños, el componente de esperanza, de futuro, de posibilidad de cambio. Tienen esa magia, esa potencialidad dentro que puede hacernos menos pesada la carga. El niño puede cambiar esa violencia si se le involucra, si no se le margina, que es el gran problema en Centroamérica: se margina a mucha gente pobre y terminan en las pandillas, y luego las soluciones son drásticas, represivas”.

Más visible el arte salvadoreño

Alex Cuchilla es egresado de la Universidad de El Salvador, donde estudió artes plásticas, y diseñador gráfico por la Universidad Tecnológica de ese país. En los últimos años ha residido tanto en México como en España. Ha participado en exposiciones colectivas e individuales en El Salvador, Guatemala, Canadá, República Dominicana, Estados Unidos y Cuba. Es parte de una nueva generación que irrumpió en el arte salvadoreño desde finales de los Noventa.

“Fue una época de ruptura, porque nada más existía una elite de artistas consagrados, y era imposible que un chamaco de veinte o treinta años pudiera colgar sus cuadros en una galería. A nivel de mercado, muchos artistas de la vieja guardia hicieron un buen capital, y el arte se volvió más de consumo no tanto en lo estético como en lo económico. Se creaba para coleccionistas, dealers, clientes, no para exposiciones con sentido cultural. Hubo hermosas excepciones, como Camilo Minero”.

“Y entonces vienen unos chamacos y empiezan a hacer una obra diferente, con otros lenguajes, discursos más complejos, utilizando métodos y materiales diversos, más minimalistas dentro del espacio plástico, y mucha gente se sorprendió, y se les acusaba de copiones de otras cosas que se hacían fuera. Walter Iraeta era el que estaba más adelante, fue como la punta de flecha, y fue gracias a él que poco a poco se abrieron otros espacios. Surgieron y se desarrollaron más artistas, y hoy hay visibles tres generaciones jóvenes, con diferencias de cuatro o cinco años entre ellas”.

“Muchos agarran las mochilas, los cuadros, el bus y se van a Costa Rica, a Nicaragua, a Guatemala, a México, con su obra encima. A veces han venido de regreso felices, otras no, pero es una aventura bien bonita... Y fíjate que en los últimos 7 años, en la subasta latinoamericana de Juannio, El Salvador ha ganado, creo, en cinco ocasiones. Esa motivación de toda esta gente ha dado paso a que otras personas miren hacia El Salvador: dealers, coleccionistas, galeristas, críticos. Y agreguemos a todo esto las bienales. En el país hay dos: la Bienal Paiz y la Bienal Banco Promérica, ésta última es la centroamericana pero antes se hace una nacional, con seis ganadores. Todo este proceso, estos cambios, han influido positivamente en el movimiento plástico, en el reconocimiento a los artistas”.

Un nuevo ciclo

Tras la muestra en la Casa de las Américas, de regreso en El Salvador, Alex Cuchilla planea abrir un nuevo ciclo en sus creaciones. De cierta forma, con el Premio Juannio 2006 y la exhibición de La Gran Urbe en La Habana hace un alto en el camino, un resumen y a la vez toma aire para nuevos emprendimientos.

“Estoy con la idea de dos nuevas series. Una se llama Altares: tiene que ver con la profusión de elementos, religiosos o no, en nuestro paisaje urbano. Serán personajes urbanos también, pero no tan problemáticos, sino comunes y corrientes, que viven dentro del mercado urbano, vendiendo cosas. Y con esas cosas que venden, al exhibirlas, sin darse cuenta forman especies de altares.

“A veces, al subir a las guaguas ves en la parte delantera todo un abigarrado conjunto de CDs, muñecos, peluches, colas, tangas, souvenirs del Real Madrid o el Barcelona, de todo, y parece un altar… Hay vendedores que tapizan la calle o una pared con sus pósters: de Britney Spears, Michael Jordan, un rapero, políticos, personajes de la farándula, tan ajenos y diferentes uno de los otros, y ellos están allí, en medio, como parte de ese otro altar. Y en muchas casas, en el mueble de la sala, hay una multitud de santos y vírgenes, figuritas, y en medio el televisor, como si fuera el santo mayor…Todas esas situaciones las he venido observando y quiero expresarlas y traducirlas en mi obra plástica, sobre todo con esta técnica del pirógrafo.

“La otra serie se llamaría Retratos, y no al modo tradicional de reflejar personajes notables, importantes, trascendentes. Quiero hacer retratos de aquellos que nadie conoce, que son interesantes pero que nadie los mira, pasan inadvertidos. He visto en Nicaragua, en El Salvador, en Guatemala, personajes que me han fascinado, como la señora que se llama la Reina Isabel, que sale cada día en el centro de San Salvador, se pone la corona y un vestido y se siente Reina. Son personajes tan típicos… Van a desaparecer y son parte de nuestro ser, de nuestra raíz. Es como hacer un tributo a esa gente, un reconocimiento a quienes también estuvieron en esta tierra en este momento histórico, y que a lo mejor para muchos no existen, y ni siquiera los recuerdan”.

02 abril 2007

La incoherencia de Chávez

De manera recurrente he leído críticas desapacibles contra Hugo Chávez porque su gobierno sigue vendiendo el petróleo a compañías multinacionales estadounidenses. Estas críticas provienen a veces de periodistas de derecha que ironizan sobre el colorido lenguaje del presidente venezolano contra el gobierno de los Estados Unidos, y particularmente, respecto a George W. Bush. Estos periodistas le reprochan su incoherencia; le exigen que sea consecuente y que suspenda esas ventas. El objetivo es desacreditar al presidente venezolano frente a sus partidarios anti-imperialistas, pues en apariencia existe contradicción flagrante entre los discursos chavistas y la continuación de ese comercio petrolero. Tal vez sueñen que Hugo Chávez les escuche y rompa sus compromisos comerciales con los Estados Unidos. El enfrentamiento se volvería más crudo y el gobierno estadounidense tendría un feliz pretexto para fomentar una agresión abierta.

Pero lo que me ha sorprendido es que gente que se dice de izquierda también se ha mostrado muy severa con este comercio. La acusación ha sido la misma, falta de coherencia y práctica de doble discurso. Uno simplemente propagandístico, de boca afuera, contra los Estados Unidos, mientras que por el otro sigue apoyando al imperio con el petróleo venezolano, refugiándose en un pragmatismo inconsecuente. Ignoro de qué tinte es este radicalismo, pero no le veo mucho fundamento.

Una de las batallas más largas y tal vez ahora olvidada ha sido el reclamar el cese del inhumano y cruel bloqueo que el imperialismo norteamericano mantiene contra Cuba. Esta permanente agresión contra la economía cubana ha sido condenada en múltiples ocasiones por la Asamblea General de las Naciones Unidas. No creo que el daño que el bloqueo le causa al pueblo cubano sea fácilmente cuantificable. Es mera coincidencia, tal vez no, que una de las primeras medidas del gobierno de Estados Unidos contra Cuba fue suprimir la venta del petróleo y suprimir la importación del azúcar cubano. Tal vez algunos hayan olvidado que junto a estas medidas, los aviones yankees bombardearon las instalaciones de refinería cubanas, las plantaciones de azúcar y los ingenios. Quizá algunos hayan olvidado que entonces gobernaba el Partido Demócrata y el presidente era J. F. Kennedy.

Las dificultades económicas de Cuba no provienen todas del bloqueo, eso lo reconocen los mismos cubanos. No obstante muchos costosos sacrificios se hubieran podido evitarle al pueblo cubano sin ese bloqueo. ¿Los radicales de izquierda que le exigen a Chávez aislarse del mercado estadounidense, se imaginan la repercusión posible en la economía venezolana de un bloqueo semejante al que sufre Cuba?