Por Carlos Abrego
Recientemente en Raíces (enlace en la lista), el estudioso nicaragüense Andrés Pérez Baltodano planteó toda una serie de cuestiones relacionadas a la solución de los problemas sociales y económicos de los pueblos centroamericanos, dentro del marco del sistema democrático burgués y en el cuadro de la mundialización neoliberal. La manera de plantear los problemas es clara, las respuestas que esboza merecen una discusión seria. Su mérito principal es la manera sin tapujos de plantear los problemas, cosa rara en nuestros días, además, por supuesto, de adelantarnos su manera de considerar estos asuntos. No pretendo replicar uno a uno los problemas que nos ha planteado, me voy a referir a uno que me parece crucial: se trata de la disyuntiva que plantea ¿reforma o revolución?
Escojo este problema entre tantos pues me parece que en él se cifra el resto. Aquí mismo, en Raíces, en otro artículo Néstor Kohan reproduce una frase de Roque Dalton: “Cuando usted tenga el ejemplo de la primera revolución socialista hecha por la «vía pacífica», le ruego que me llame por teléfono. Si no me encuentra en casa, me deja un recado urgente con mi hijo menor, que para entonces ya sabrá mucho de problemas políticos”.
Parto de esta cita puesto que, de cierto modo, también resume una posición que era además de un límite, una línea divisoria en el movimiento comunista. Cismas y excomuniones tuvieron lugar en el siglo pasado: quien supusiera el más mínimo avance hacia el socialismo sin pasar por la lucha armada era considerado, un poco más, un poco menos, como un traidor. Aunque parezca increíble también en El Salvador ocurrieron estos cismas y estas exclusiones a causa de esta posición que desvirtuaba la posibilidad de ser revolucionario, si no se consideraba la necesidad de las armas, de la insurrección.
Nuestro presente, es decir, el periodo que vivimos es posterior a una guerra que no desembocó en la revolución, sino que en un Tratado de Paz, que no se cumple, pero que permite con muchas limitaciones participar a la vida política nacional a los partidos de izquierda y que pueden postular por asumir las riendas del gobierno. En El Salvador, el FMLN ostenta un grupo parlamentario que por su número puede intervenir para bloquear algunas medidas del partido en el poder. El FMLN dirige municipalidades importantes, entre ellas asume el gobierno municipal de la capital. El FMLN, en el primer artículo de sus estatutos, se declara: “Partido Político democrático, revolucionario y socialista”.
El concepto de revolución
La pregunta que está planteada es ¿qué se entiende por revolución en las circunstancias actuales en El Salvador? El FMLN se sabe ha renunciado a la “vía armada” y no existe ningún motivo que justifique poner en duda su sinceridad. ¿Pero realmente existe contradicción entre declararse “revolucionario” y el hecho de haber renunciado a acceder al poder por “la vía armada”? Y si vemos que el FMLN se declara también partido “socialista”, no cabe duda que la revolución que persigue es socialista. Pero el camino que ha elegido para esta revolución es un camino democrático, es la “vía electoral”, la famosa y vilipendiada “vía pacífica”.
Si reflexionamos con justeza, se trata del concepto de revolución al que hay que escudriñar de nuevo a la luz de la situación nacional e internacional. No voy a ocultar que durante muchos años personalmente, me costaba admitir la posibilidad de que se pudiera considerar un pasaje pacífico hacia el socialismo en nuestros países. Pero asimismo puedo jactarme de que nunca me obcequé en esta posición y nunca apostrofé con el dicterio de “revisionistas de derecha” a los que admitían la posibilidad de la vía pacifica. El golpe de estado planeado por Kissinger y ejecutado por Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende vino a consolidar nuestra convicción de que la única vía era la armada y se aferró en nosotros la desconfianza en la revolución pacífica.
No obstante, ahora ante el desprestigio y la derrota de la solución socialista soviética y la agresividad del imperialismo norteamericano, que se siente con las manos libres, aun más que antes, para agredir a los pueblos e impedir que tomen un rumbo que difiera del que imponen los grandes monopolios y las grandes organizaciones financieras, como el FMI y la Banca Mundial, ante esto ¿acaso podemos simplemente resignarnos y esperar que el tiempo pase y dejar que la revolución sea apenas un lejano objetivo? Esta tentación es grande y muchos la asumen.
Lo precario en la sociedad salvadoreña
Pero nuestros problemas son inmensos, la vida de los salvadoreños es precaria, el país no le ofrece ningún futuro a las nuevas generaciones, las condiciones de vida se agravan y socialmente vivimos en una crisis permanente y el descontento crece entre los trabajadores y sus familias. El régimen se siente en peligro y recurre a medidas despóticas, como la ley “anti-terrorista” que limita las libertades públicas y que en realidad constituye un arsenal represivo contra los trabajadores. No hay actividad social en nuestro país que no se presente contaminada por la precariedad, la escuela pública no le da cabida a todos los niños que necesitan educarse y aprender; la calidad misma de estos estudios, en los locales precarios en que se imparte y con los pocos medios no deja de ser insuficiente y de mala calidad. Hay que decirlo también que la preparación de los profesores tiene enormes carencias. Esto va desde las escuelas parbularias hasta la Universidad. El trabajo, para los que tienen este “privilegio”, no le permite a la gran mayoría obtener los medios que sirvan para satisfacer convenientemente las necesidades de vestimenta y alimentación de toda la familia. Los que trabajan saben perfectamente que existe un ejército de desocupados, dispuestos a ocupar su lugar en cualquier momento. Los desempleados han perdido toda esperanza, no tienen ni siquiera la ilusión de resolver sus problemas por el destierro. ¿En qué consiste el solaz de los salvadoreños, de la mayoría de salvadoreños? Pues ver programas de televisión de pésima calidad. La salud es un bien muy preciado en todo el mundo, en nuestro país, es un privilegio. Curarse no es accesible para todos los salvadoreños, por su costo y la falta de estructuras. No existe una cobertura social para todos los trabajadores, para sus familias. Los ancianos no gozan todos de una pensión que les permita terminar sus años de manera digna, sin ser una carga para sus familias. Esta lista se puede alargar indefinidamente. Al mismo tiempo sabemos que el trabajo de los salvadoreños sirve para que un puñado de explotadores acumule fortunas.
Esta situación puede cambiar, hay que cambiarla y para ello es urgente y necesario enfrentar al capital y a sus aliados internos, como externos. Es posible que los salvadoreños podamos darle a nuestros hijos la educación y la preparación profesional que se merecen. Esto es posible, repito. Es posible tener un Servicio Público de Salud que permita a todos los salvadoreños acceder a un servicio médico de calidad y a medicamentos debidamente controlados y a bajo precio. Es posible tener en nuestro país un Servicio Público de Vivienda que construya alojamientos confortables en la ciudad, como en el campo. Una vivienda confortable es la que tiene suficiente espacio para todos los miembros de una familia, con luz eléctrica, agua potable, etc. Todo esto es posible y mucho más. Dada la situación actual, tanto política como económica, es imperioso que se produzcan cambios radicales en el país.
Las formas de la revolución
Veamos ahora de qué revolución estoy hablando. Como dije ya arriba históricamente acabamos de salir de una guerra, nuestro pueblo sufrió mucho durante ella y lo que se consiguió ha sido tan poco, que aunque la situación que nos condujo a iniciar la guerra no solo persiste, sino que se agrava, pienso que la perspectiva de un levantamiento no se volverá a plantear en nuestro país por mucho tiempo. No obstante para salir de la situación que tenemos, urgimos de una revolución. De ahí la pregunta que he planteado arriba: ”¿qué se entiende por revolución en las circunstancias actuales en El Salvador?”
En primer lugar es natural que surja la pregunta ¿acaso es posible una revolución pacífica? ¿No se contradice con esto al marxismo? Según la idea clásica, la revolución es un acto repentino y violento a través del cual el pueblo destruye todos los obstáculos que se le ponen de por medio, en su camino hacia la emancipación. ¿Pero este concepto de “revolución por la vía pacífica” es creíble? Aquí hay que recordar la irónica frase de Roque Dalton. Aún no tenemos ningún ejemplo del pasaje pacífico al socialismo, sin hablar del derrumbe de todo el sistema del “socialismo real”. No obstante su inexistencia no es un argumento en contra de su posibilidad, no se puede desechar así porque sí sus principios.
Demos por admitido la posibilidad de un pasaje pacífico y democrático hacia el socialismo, no obstante surge naturalmente la cuestión que muchos se plantean y que aborda en su artículo Andrés Pérez Baltodano, no estamos acaso borrando con este presupuesto las diferencias entre el “reformismo” y la “revolución”, entre la social-democracia y el movimiento revolucionario, de nuevo nos encontramos en el límite, en la frontera teórica y práctica entre entre “reforma o revolución”, entre las dos actitudes opuestas respecto a la realidad política y económica.
La revolución implica una inversión resolutoria de contradicciones, implica mucho más que los cambios que pueden ocurrir en el transcurso de una evolución. Esta oposición manifiesta una diferencia esencial entre lo que ocurre en un cambio evolutivo y lo que ocurre a través de los cambios revolucionarios. La revolución es un concepto central de la práctica social y política. Esta inversión resolutoria de las contradicciones nos remite sin duda alguna a la dialéctica, se trata de un pasaje a lo otro que se realiza en la destrucción (superación) de su negación, el cambio es cualitativo.
El salto cualitativo
Llegamos aquí a un momento crucial del análisis. Durante mucho tiempo se ha usado y abusado del término “salto cualitativo”, que ha sido el que le ha imprimido al concepto de revolución la connotación de violencia y de la obligatoriedad de tomar la forma de un cambio brusco. Se trata de décadas en que la constante repetición de un postulado, que no es del todo exacto y en absoluto marxista, lo convirtieron en indiscutible dogma. Muchos ignoran que el argumento principal de la brusquedad del cambio revolucionario reposa en un ejemplo dado por Stalin y una deducción errada. Stalin da el ejemplo del “agua que hierve y se evapora a cien grados” que convierte en un principio universal de la dialéctica al que tiene que someterse toda la práctica. El “salto cualitativo” se convierte en una “ley del desarrollo” y “por consecuencia para no equivocarse en política hay que ser un revolucionario y no un reformista”. Esta deducción trata de imponerle a los procesos concretos una forma a partir de un enunciado filosófico (algo así como el Espíritu hegeliano que se realiza en los procesos concretos), pero también el contenido de la deducción es falso ya que existen cambios cualitativos graduales. El agua misma se evapora sin necesidad de hervir. ¿Acaso podemos deducir de este hecho que “para no equivocarse en política hay que ser reformista y no revolucionario”? Se trataba de darle un aval filosófico al dogma de la forma violenta de toda revolución, convirtiendo al salto cualitativo en una ley universal.
El historiador francés Albert Soboul, gran especialista de la Revolución Francesa, nos describe en detalle lo que el llama la “revolución jurídica” que se inicia el día 23 de junio de 1789 y que conducirá a la proclamación de la Asamblea nacional constituyente. Todo este proceso que ponía “la autoridad del rey bajo el control de los representantes del pueblo”. Esta revolución “se acababa sin recurrir a la violencia”. Es el rey y la aristocracia que recurre a la fuerza para someter a la obediencia al Tercer estado. La víspera del día en que Luis XVI le ordena a las órdenes privilegiadas de concurrir a la Asamblea nacional, él mismo decide llamar y reunir alrededor de París y de Versalles a 20 000 soldados. La intención de la Corte era disolver la Asamblea. Es en estas circunstancias que entra en la escena el pueblo. La monarquía agonizante es la que provoca las grandes jornadas revolucionarias, entre ellas la del 14 de Julio.
Si tomamos por separado la resolución de una contradicción constatamos siempre que existe un límite, un borde, a partir del cual la acumulación cuantitativa produce un cambio cualitativo. Existe siempre pues de manera virtual la posibilidad del salto brusco en un proceso social. Pero en los procesos reales existen un sinnúmero de individuos, ya sean partículas, personas o relaciones sociales. Al considerar el todo real y concreto, el conjunto de todos los elementos, el cambio cualitativo global, resultado de todos los cambios elementales, es un fenómeno estadístico del cual puede estar ausente toda simultaneidad y no producirse el salto brusco global. La revolución no es solamente el asalto a un palacio, puede ser el momento definitivo que da la victoria, pero esta se ha obtenido por la acumulación de diferentes momentos. Pero incluso esta victoria, la toma del palacio, no constituye en sí la revolución misma. De la misma manera que ganar las elecciones presidenciales no garantiza ningún cambio cualitativo en los procesos sociales del país. La revolución social es una secuencia de cambios cualitativos parciales.
La correlación de fuerzas
Es innegable que el momento brusco global puede producirse, por efecto de un obstáculo externo o interno que bloquee el proceso de los cambios cualitativos, que obstruya el desarrollo de la secuencia revolucionaria, en el ejemplo que he citado de la Revolución Francesa, la felonía de Luis XVI provocó la toma de la Bastilla por el pueblo en armas. La violencia es la forma clásica que toma la revolución frente a enemigos fuertes. No obstante la violencia no es la esencia de la revolución, en situaciones determinadas la capacidad de reacción del advesario se neutraliza, su capacidad de obstruir el proceso se ha debilitado, entonces también desaparece la necesidad de la exploción violenta y la forma puede ser pacífica y gradual. Para ello es necesario que la correlación de fuerzas políticas neutralice la capacidad del enemigo del uso de la fuerza. Esta correlación de fuerzas se construye con objetivos claros y con el trabajo político de toma de consciencia de la necesidad urgente para el país de los cambios cualitativos que sólo ellos podrán resolver nuestros problemas sociales y económicos.
No se trata en la situación salvadoreña actual de saber quién va a ser el candidato, sino qué transformaciones sociales se va a emprender, hasta dónde está dispuesta la gente a ir, hasta dónde está convencida de la necesidad de darle al país otro rumbo que lo encamine hacia la verdadera emancipación. Reducir el problema de la situación al problema del candidato es persistir en la trampa ideológica del salvador supremo, del líder carismático, del ídolo icónico. Indiscutiblemente reducir todo el problema del cambio a una sola persona es ignorar que en los procesos sociales son el sínnumero de indivíduos que causan los cambios globales. Se trata de crear una correlación de fuerzas que ponga fin a un régimen despótico, pero también que produzca los cambios políticos, sociales y económicos que acabe con la espantosa miseria en que viven miles de familias salvadoreñas.