Para recordar. En ocasión de cumplirse los veinte años de la muerte (5 de mayo de 1989) de nuestro connotado cantautor nacional don Francisco Antonio Lara Hernández, conocido como “Pancho Lara”, esta semana he tenido la oportunidad de conversar con Mireya Lara, su nieta.
Sin lugar a duda, durante los siglos venideros, este gran artista, seguirá formando parte de nuestra tradición cultural. Ha sido una conversación amena en donde Mireya no solo recuerda a don Pancho como el abuelo, sino también como el artista. Primero —dice ella— lo conocí en su faceta de abuelo; nos entretenía siempre, con música, tocando el piano, la guitarra, sus canciones infantiles; que algunas son conocidas y otras no tanto. Por ejemplo “El conejito”, “El piojo”; y entre las que no son tan conocidas están: “El sapito dorado”, “La niña lavandera”, “La gatita” y “Los zompopitos”, entre otras.
De pequeña yo lo veía como parte de la familia, como la cabeza de la familia, y, a medida que fui creciendo y conociendo más su obra, me fui dando cuenta de la importancia que él tenía como figura artística. Me atrevería a decir que es uno de los precursores de la música vernácula en el país, a pesar del paso del tiempo. La gente, cuando escucha “El carbonero”, se acuerda de Pancho Lara. La gente en el extranjero se acuerda de su país, de cuando aún vivía aquí.
Con los recuerdos revive las costumbres. Él —mi abuelo— fue una persona autodidacta, y, a pesar de sus limitantes económicas, siempre buscaba superarse. Para sobrevivir hacía otras cosas, pues para la mayoría de los artistas la vida es dura en este país. A él, uno de sus hermanos mayores lo instruyó en el oficio de sastrería.
Ese hermano mayor —Héctor— era violinista (don Pancho Lara era el menor de siete hermanos) que se fue para México y nunca más regresó. El taller de sastrería lo perdió en una inundación. Mi abuelo fue también un buen sastre. Junto con unos amigos conformó la “Marimba Chinteña”; lo hicieron cuando vivía en el barrio San Jacinto.
Mi abuelo era también maestro rural de educación primaria, y por ello se dedicó a enseñar. En Santa Ana enseñó en la escuela del cantón Flor Amarilla Abajo. Daba clases de ortografía y de canto. En esa escuela se inició; y después se hizo “maestro rural”. En ese tiempo así se les llamaba a los maestros que andaban de escuela en escuela, que no estaba fijos.
También, mi abuelo estuvo en La Prensa Gráfica un espacio en donde publicaba, de manera jocosa, criticas a la sociedad y a la política. No se metía de lleno a criticar, a lo mejor pensando en las consecuencias. Se vivía en la época de los gobiernos militares. Sin embargo, a él lo apreciaban muchos. El presidente Arturo Armando Molina regularmente le invitaba a su despacho para conversar. Hay fotos de estos encuentros.
La columna en La Prensa Gráfica se llamaba “Cartas a Bismuto”. Bismuto era su perro, al que él le platicaba a lo largo del relato escrito. Tenía también la columna que se llamaba “Historias intrascendentes”. Fue colaborador, en diferentes periódicos, a escala internacional. Hizo muchos viajes, entre ellos está un viaje a España junto a otros salvadoreños como Rolando Monterrosa. Este viaje se realizó en ocasión de una beca que obtuvo para participar en un seminario de tipo cultural. Viajó a México, siempre con una beca y en el marco de seminarios que tenían que ver con la cultura.
Allí México fue donde conoció a Jorge Negrete y a Lucha Villa. A Jorge Negrete le enseñó la canción “Sobre la playa”, y parece que le gustó tanto que la incluyó en uno de sus discos en acetato. Lucha Villa interpretó “El carbonero” en una de sus visitas a nuestro país. Mi abuelo tuvo las dos facetas: Pancho Lara el hombre y Pancho Lara el artista. Para mí es una gran satisfacción, y me llena de mucha alegría, saber que aquí como en el exterior la gente guarda un pedacito de su país y lo recuerda al escuchar “El carbonero”. Esa es una canción que al ser escuchada evoca una época vivida en este país. Pero también es el símbolo de una tradición, que no se sabe por qué, pero hace sentir al salvadoreño quizá más salvadoreño.
Es como que “El carbonero” une al salvadoreño disperso en el mundo y lo hace trasportarse al terruño soñado que es El Salvador. Pancho Lara es el hombre que a lo largo de toda su vida recibió muchos reconocimientos por su labor artística y por su aporte a la cultura salvadoreña, tanto así que fue nombrado Hijo Meritísimo de la República dos meses después de su fallecimiento. Fue un hombre visionario, pues en uno de sus escritos de 1953 mencionaba que en vida era que se tenía que reconocerse a las personas que habían hecho aportes al progreso y a la cultura del país.
Así, el 27 de marzo de 1953, escribía en su columna: «Con pulso trémulo y nervioso te escribo la presente, para manifestarte mi inconformidad con un desacato criollo. Como siempre, hemos de ser nosotros mismos quienes nos lancemos cieno. ¿Qué signo fatal empuja a los salvadoreños hacia el mutuo desdén? Dichoso tú, Bismuto, que no sabes de envidias y desconoces el lenguaje de la difamación.
Mal hicieron los gramáticos en inventar la palabra mediocridad, pues ésta sirve muchas veces para difamar reputaciones…». El 23 de mayo del mismo año escribía: «Qué bien harían los intelectuales, Bismuto, en afirmar sus pies sobre la tierra.
Quitarse las telarañas de los ojos y bogar porque nuestra patria sea mejor. Mejorar con su intelecto la condición miserable del pueblo. Cantar al niño desventurado, despertando compasión hacia esos pobres retoños que deambulan por esas calles en demanda de un ‘cinco’, que no son más que el resultado de la misma sociedad. También el dolor, que no sólo la belleza en sí, es manantial de inspiración. Por eso yo deseo que nuestros bardos enfilen su lira hacia las cosas reales...”.
En otro artículo se leía: «Que se ayude a los buenos cuando aún tienen fuerzas: Una de las características del actual régimen ha sido la preocupación humanitaria para corresponder con creces las virtudes de los buenos hijos de la Patria. Es así como el IVU (ex Instituto de Vivienda Urbana) construyó tres casas para entregarlas a los maestros Miguel Ángel García, don Francisco Gavidia y don Luis G. Chaparro, cosa que merece la aprobación de los buenos salvadoreños, pues aunque varias veces estas donaciones van amparadas por credos políticos, no así en esta ocasión en que, a las claras, se demuestra el alto aprecio hacia estos elementos, honra y prestigio de la cultura castellana.
Hemos de apuntar sin embargo, en el caso presente lo único que a nuestro juicio merece una pequeña crítica y es el de haber esperado la invalidez de estos hombres ‘para obsequiarlos con algo que no han de aprovechar debido a su avanzada edad y falta de salud. Bien recordamos que don Miguel Ángel García no alcanzó a recibir su casa por haberlo arrebatado la muerte en forma casi intempestiva.
Don Francisco Gavidia acaba de recibir las llaves de su casa en su lecho de enfermo y, por lo que toca a don Luis Chaparro, no creemos que goce de tanta salud, a pesar de su aspecto jovial y placentero. Estas palabras incisivas de Pancho Lara despiertan la siguiente pregunta: «¿Por qué no se ayuda a los buenos cuando aún es tiempo de que gocen de tales privilegios?» Sin más, soy de la opinión de que la obra de este connotado es grande; y pronto será que estudiosos investigarán a fondo su legado y aporte al país. El Museo Universitario de Antropología de la UTEC es la única instancia que guarda con orgullo su legado; y sus nietas han diseñado una página Internet
(pancholara.com) en donde se revive a este gran hombre.
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Este artículo lo he tomado del CO-LATINO