Un lector de estas « Cosas tan pasajeras » ha venido a despertar en mí un antiguo debate. Digo antiguo, pues ya va acercándose al medio siglo, lo que para mí es casi volver al momento de mi propio amanecer a las lecturas marxistas. Es cierto que algo había leído ya en El Salvador, pero como esto lo hice apretando el corazón dentro de las tinieblas de la clandestinidad, con el temor rastreando cualquier acecho y el entusiasmo, el fervor y la ilusión dirigiendo mi bastón de ciego, entonces el significado parecía plasmarse con letras macisas de la verdad absoluta e indiscutible. Eran aquellas primeras lecturas todo menos eso, lecturas. Había más esperanzas de magia, de inefables poderíos que me permitieran borrar para siempre la miseria social que me rodeaba. No había nadie que realmente pudiera sacarme a la luz pura para que mi mente no cayera en una nueva religión. Pues los que por esos tiempos me rodeaban, también habían caído en el mismo embrujo, víctimas de nuestra crasa ignorancia, esos textos se volvían sagrados.
No obstante pronto me enfrenté a otro mundo, me abría a la discordia, a la controversia, a las interpretaciones. Para muchos puede ser que la cosa sea hasta inaudita, pero fue en Moscú, con mis camaradas salvadoreños que aprendieron fácilmente a repetir los amenes conformistas y dogmáticos que supe, por contraste y por temperamento, que no todo lo escrito era absoluta verdad. Amigos de otros países interpretaban con menor conformismo los textos de Lenin y se permitían contradecir lo que expresaban los comunicados del B.P. del PCUS (Buró Político del Partido Comunista de la Unión Soviética).
El ambiente era animado en la Universidad “Patricio Lumumba”, tanto en las prolongadas tardes de la calle Kabelnaya, como en las noches sin sueño de la calle Storozhevaya, me fui metiendo al resbaladizo terreno del pensar por mi cuenta.
Fue en esos momentos, en el albor de mis estudios, cuando lo primero era despojarme de las ideas preconcebidas sobre el lenguaje, cuando iba aprendiendo que para que algo sea cierto es menester aportar la prueba y me iba dando cuenta, en la Lingüística, lo que era la “unidad de los contrarios” y que la ciencia no obedece a los dictados de la “ideología”, la teoría del signo, primero y la teoría sausssureana del lenguaje, después. Ahora estoy cometiendo un anacronismo, pues esa “unidad” la iba descubriendo en la práctica y entonces aún no la llamaba así. Esto vino luego, cierto tiempo después. Aquellos años fueron de intensas lecturas, leía varias novelas a la vez, varios ensayos al mismo tiempo, me avecinaba con bulimia a todo lo que pudiera rescatarme del pozo de mi ignorancia.
Una obligada lectura
Fue por esa época de aprendizajes que tuve una obligada lectura para los que anhelábamos “convertirnos” al materialismo científico, se trata de un folletito del que ha quedado en el mundo una sola frase, “el trabajo hizo al hombre”. El folleto se llama, “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, el autor es F. Engels. La frase tal vez aparezca así en los múltiples manuales “marxistas”, pero en el folleto no está dicho en esa forma de aforismo y de alguna manera el amigo de K. Marx se expresa con mayor prudencia, abre sus reflexiones así: “El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía Política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre”.
Como se ve no es lo mismo, pero como en los catecismos se vino repitiendo en su forma aforística: “el trabajo hizo al hombre”, todo el contenido del folleto, toda la argumentación engelsiana, su prudencia, como su perspicacia se han ido borrando y olvidando. Así que yo mismo me quedé frente a frente con una especie de postulado del “Marxismo”. Esta caricatura me ha indispuesto siempre. He querido conversar mis dudas, discutirlas, pero nadie ha parado oídos a mis interrogantes. Para muchos no había o no hay nada que discutir, otros han pensado que deseo contarle siempre más patas al gato y que la frase es lo suficientemente diáfana, que no hay nada que discutir.
Recuerdo ahora una de las últimas veces que traté de discutir esto con alguien, fue en París, con dos amigos salvadoreños, en los años de la guerra, cuando a nuestra actividad de propaganda y de recaudación de fondos, se le llamaba “Frente externo”. Uno de ellos ahora es profesor en la Universidad Nacional y el otro, creo, también da clases. El primero es sociólogo y el segundo era todavía aprendiz de lingüística. Ambos fueron tajantes y hasta se sorprendieron que quisiera mezclarlos en peligrosas y absurdas heterodoxias. Me dijeron en duo que no habia nada que quitar, ni agregar a ese postulado científico. Había empezado por decirles a estos amigos que Engels no podía volver al trabajo un demiurgo, que en el raciocinio había mucho más que el trabajo, que tal vez se pudiera considerar el lenguaje como otro factor importante, como otro momento crucial del famoso “transito del mono al hombre”. Engels mismo en su folleto nos dice que “los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros”. Y en seguida agrega: “Primero el trabajo, luego con él la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano”.
Recovecos, atajos y deslisaderos
Ahora puedo contar mi recorrido en este tema. El recorrido ha resultado tortuoso, con recovecos, atajos, deslisaderos, cuestas arriba y encuentros inesperados. Voy a tratar de presentarles un resumen somero de él, tachando algunas cosas, cuya importancia juzgo ahora estrictamente personal y otras las omitiré porque pueden distraer de la ruta principal, del núcleo de la cosa.
Aunque esto puede parecer alejado del tema, mi primera reacción fue lingüística, mezclada con otra de deontología, de ética, de exactitud. La primera es que la frase tal cual es repetida “El trabajo creó al hombre”, deja de lado una reflexión constante de Engels en su inconcluso folleto, se trata de un proceso milenario, entonces querer expresar estos miles y miles de años por un tiempo verbal que en castellano refleja más bien un acto momentáneo, cerrado, perfectivo, es sencillamente inadecuado. El tiempo que trae la traducción es el perfecto, un tiempo abierto, en que la acción no tiene límites en el pasado, que se prolonga hasta el momento discursivo. Al trastocar la frase en su tiempo y omitir el “hasta cierto punto” que pone, aunque sea levemente, un bemol a la afirmación, se está desfigurando algo, de alguna manera se está cometiendo un error, el sentido exacto se ha trasgredido. Cuando se le atribuye a alguien una idea, es honesto citarlo adecuadamente, sin enmiendas, ni atajos verbales.
Otro punto con el que no he comulgado con muchos de nuestros “marxistas”, es el olvido que se produce por dar como postulado o dogma la desfigurada frase imputada a Engels, este olvido consiste en ignorar u obviar sin más, el hecho fundamental, en el que insiste Engels, que se trata de un proceso milenario y en el que se produce un transformación cualitativa, una transmutación, algo deja de ser y aparece otra cosa. Pero en el simplismo materialista pre-marxista de nuestros “marxistas”, la frase atribuida a Engels se opone y suplanta la frase de la teología: “Dios creó al hombre”. Esta similitud tal vez sea en parte la responsable de los oídos sordos que he encontrado. “El trabajo creó al hombre” era como la réplica materialista al idealismo religioso, pero lo era en el doble sentido de la palabra réplica: respuesta y copia. Se producen un espejismo y un reflejo espectral, la ilusión de dar con ello una respuesta laica, materialista a un dogma religioso y al mismo tiempo se copia el mismo error. Este error, lo repito no es de Engels, sino de los que produjeron el brevísimo resumen, este error lo señala Marx en la VI tesis sobre Feuerbach, a la que me he referido en estas “Cosas tan pasajeras”.
Pero antes de llegar al desarrollo de lo que esta VI tesis nos permite corregir, es necesario volver al relato de mis propios esfuerzos por entender este problema. Resulta que en aquellos años, aunque se insistiera en la necesidad de “aprender” la filosofía marxista, la teoría materialista, se dejaba de lado los textos mismos de los clásicos y “aprendíamos” en manuales del diamat soviético, se trata de la abreviación rusa de “materialismo dialéctico”. Aquello era una repetición casi sin corregir de las aberraciones interesadas que cometió Stalin. Muchos siguen aferrados a ese modo de mal pensar. Pero a esto vino a sumarse otra circunstancia, que viene ligada incluso a las tergiversaciones del Partido Comunista de El Salvador y de Schafik Handal sobre la vías de la revolución. Tergiversaciones que dieron lugar a largas discusiones en el seno del partido y afuera, pues en el movimiento comunista internacional esto también fue tema de discordia. Esta lucha “ideológica” nos obligó a dejar por completo las veleidades de filosofar. Y lo que importaba entonces era saber de qué lado nos poníamos, al lado de la revolución o de la reforma.
Lo único que importaba era la acción
Esto se agravaba también porque mis amigos chilenos del MIR, los uruguayos, los nicas, venezolanos, colombianos, bolivianos, peruanos se reñían en torno al librito de Regis Debray “La Revolución en la Revolución” y nuestro mundo se dividió en dos, los que estaban por la revolución y los que estaban en contra. Fue esa la primera vez que entendí que la verdad no tenía nada que ver con el modo de gruñir, algunos de mis amigos tomaron casi como catecismo el pasquín de Debray, nunca lo acepté, me pareció siempre que ese folleto promocionado por los cubanos, era más bien una justificación pseudo-teórica y una mala interpretación de la concepción “foquista” de la revolución cubana. Y a esto vino a sumarse una abusiva interpretación, que persiste hasta hoy, de la última tesis sobre Feuerbach, la famosa XI tesis: “Los filosofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Muchos han entendido que la teoría sale sobrando, lo único que importa es la acción. Esta actitud ha sido siempre un muro.
En medio de todas estas discusiones, de vía pacífica, vía armada, pro-cubano o pro-soviético, pro-chino o pro-comunismo occidental y muchas otras alternativas, tuve un primer gran encuentro, un profesor de la Universidad, nos daba unas cuantas horas de Lógica, era un curso casi opcional, algunos asistimos asíduos, otros a empujones y con bostezos, el profesor tomaba todo eso con estoicismo y con una sonrisa sobradora (como dicen los argentinos). Una vez nos dijo que además de la lógica formal y sus derivados, existía otra más interesante, más amplia y en definitiva más entretenida y que era mucho más útil para interpretar los descubrimientos ciéntíficos: la lógica dialéctica. Pero que por la lentitud que avanzabamos en los cursos, no iba a tener tiempo de darnos ni siquiera lo elemental. Nos prometió una bibliografía y ayuda si alguien se la pedía. Me atreví a reclamarle la bibliografía y empecé mis estudios.
Confieso que me adentré en ellos muy cojo y sin guía pues el profesor desapareció. A pesar de todo me di cuenta que para poder extraer la lógica de los textos que me recomendó el profesor, necesitaba de mayor preparación filosófica, que no se trataba solo de leer y de sacar algunos apuntes. No obstante estas lecturas me ayudaron a aclarar algunas intuiciones, algunos atisbos.
Me atreví a pensar que en el folleto de Engels no podía ser del todo muy exacto, pues los conocimientos concretos que tenemos ahora, con la arqueología moderna, eran desconocidos en su tiempo, que Engels tomaba como enteramente cierta la descripción fantasiosa de Darwin de los monos “ancestros” y el continente perdido, que Engels había usado muy a propósito su inteligencia, pero que por falta de información, buena parte de su exposición cojeaba. Esto me lo guardaba en silencio, esta “apostasía” me podía incluso valer más que una excomunión.
Y al mismo tiempo, en algún rincón de mi cabeza trotaba impaciente un concepto que había rechazado sin proceder a su crítica. Se trata del concepto “hombre”, de lo que se entiende cuando se le define. Eso no estaba para mí tan claro, ¿por qué remplazarlo, con qué remplazarlo desde el punto de vista del materialismo marxista?
Reflexiones sobre el lenguaje
De alguna manera acudieron en ayuda mis reflexiones sobre el lenguaje. En realidad hablamos del lenguaje humano, pero lo que podemos decir de él es muy poco, pues se trata de una abstracción, de generalizaciones que podemos unir en un concepto, pero que no corresponde realmente a algo observable. El lenguaje en tanto que tal no es una realidad tangible, lo real, lo que se manifiesta son las lenguas, las lenguas históricas dadas. Asimismo vinieron a agregarse las reflexiones sobre el lenguaje en potencia y el lenguaje en acción. Vinieron luego las discusiones sobre los “universales” del lenguaje, su carácter innato o no, el lenguaje como relación social o como paquete, nudo de relaciones, su existencia material en cada individuo y en todos los que hablan una lengua. Los temas se iban acumulando, la reflexión iba creciendo, no siempre me satisfacían las respuestas que me daban mis profesores. Tal vez sólo los soliloquios-conferencias de mi mejor profesor, Dimitri Evguenovich Mijalchi. Nunca falté a sus cursos, salvo realmente por fuerza mayor.
Recuerdo una de sus conferencias, en una de las que se dejaba ir a reflexionar en voz alta delante de nosotros. No le gustaba que perdiéramos el tiempo anotando, prefería que siguiéramos el hilo de su razonar. El tema era la propiedad o la ausencia de propiedad del simil entre el instrumento y el lenguaje. Se había vuelto muy frecuente decir que el lenguaje era un instrumento de comunicación y del pensamiento. Sobre esto último, me refiero a la unión del lenguaje y el pensamiento ha sido otro de los problemas que siempre me han acompañado y fue tema de una larga charla nocturna que Georgre Mounin compartió condescendiente comnigo.
Dmitri Evguenevich Mijalchi rechazaba la comparación, aceptaba que en algún sentido pudieran existir similitudes, que ambos, el instrumento y el lenguaje, eran vehículos de la voluntad de los hombres, que a través de ellos se alcanzaban objetivos, pero el instrumento es confeccionado con un objetivo preciso, capaz posiblemente de aplicarse con varios objetivos o ser utilizado con propiedad en actos para los cuales no fue concebido y fabricado. Recuerdo también que en su discurrir nuestro profesor, corrigió, “los insturmentos y las lenguas”, en vez del singular cambió varias veces al plural y en vez de lenguaje, repitió “lenguas concretas”. No recuerdo si este cambio del singular al plural fuera tema de otro curso, pero este detalle era significativo y detrás había un pensamiento profundo que me tocó que escudriñar.
El lenguaje no se interpone entre los hombres y la naturaleza, entre el sujeto y el objeto, como lo hacen los instrumentos. El lenguaje, las lenguas, relacionan a indivíduos y trasmiten información. Es posible que como lo dice Engels en el folleto que comento, “la cabeza que planeaba el trabajo era capaz de obligar a manos ajenas a realizar el trabajo proyectado por ella”, pero la substancia humana no ha sido trasmutada. El instrumento, en cambio, sí transforma el objeto al que se le aplica, de esto se deduce la estricta necesidad de una adecuación entre el instrumento y el objeto que hay que trasformar. El instrumento está en medio, entre el sujeto y el objeto, mientras que el lenguaje, si bien aparenta estar también en medio, no es totalmente cierto, pues para que la lengua funciones es necesario la comunidad lingüística, es menester que mi interlocutor me entienda, sin este complemento no existe comunicación, la lengua nos pertenece a ambos, a todos, mi enunciado se realiza en el otro, pero no en cualquier otro, sino en esos otros que comparten conmigo la misma lengua. Ambos, el instrumento y el lenguaje, son mediadores, pero uno lo es plenamente, mientras que el otro sólo en cierto sentido, tal vez solo en sentido figurado.
Aquí podemos ver que se nos ha armado un nudo, en el que se nos mezclan muchas cosas, como son proyectos, cosas, individuos, lengua, objetos, etc. Porque el instrumento antes de existir materialmente, está en el proyecto, en la concepción, en el cerebro. Su forma anterior, es decir, antes de concretizarse en los actos humanos, está en su forma-pensamiento, en gran parte, en su forma verbal. Es posible que en esto se puede admitir la existencia de un pensamiento no verbal, un pensamiento instrumental, en figuras, etc. ¿Estos modos de existir del pensamiento están separados estrictamente? ¿Es posible en su totalidad el modo intrumental de pensar sin el verbal? En todo caso hay en esto una imbricación de factores, de momentos, el cerebro, la mano, los sentidos, la conciencia, el pensamiento, el lenguaje (que es su manifestación material), los objetos y toda la naturaleza.
Pero para deshacerla esta madeja existen varios hilos, algunos se rompen, otros se esconden y algunos son tan largos que duran toda la vida. La clave de todos modos está en que estas interacciones nos permiten comprender las mutuas dependencias y sus desarrollos paralelos. ¿Puede una actividad producir un instrumento sin que exista un lenguaje? Proyectar significa la existencia mental, potencial del instrumento. Debo confesar que en estos tanteos que voy describiendo, ahora que los escribo, me esmero en reproducirlos tal cual se fueron dando en mis busquedas, en mis caóticas lecturas, también en conversaciones.