Es evidente que lo que he venido describiendo en mis precedentes artículos “El Estado salvadoreño y la partidocracia I y II” (leer el primero aquí y el segundo aquí) no deja ninguna duda en la poca esperanza que podemos cifrar en algún cambio radical del FMLN, que lo devuelva a sus antiguos objetivos, hacia una estrategia de tranformación social. Su constante viraje hacia posiciones social-demócratas, sus constantes llamados a aceptar el marco legal e institucional actual como el único posible, su ofrecimiento de servicios al gran capital, la hostilidad manifiesta contra las reveindicaciones laborales y salariales de los distintos sectores, su sumisión a la política del presidente Funes, tanto interior como exterior, etc. son pruebas más que suficientes de lo que acabo de afirmar. Cabe pues preguntarse ¿y ahora qué va a pasar? ¿Se ha terminado realmente la historia? ¿El capitalismo salvadoreño, subdesarrollado y dependiente, constituye el último eslabón?
Al mismo tiempo surgen otras preguntas: ¿es posible ahora y aquí una lucha por la transformación social? ¿Acaso el desarrollo hacia la social-democracia del FMLN no significa su imposibilidad en El Salvador? ¿Existen fuerzas dispuestas a no abandonar la lucha revolucionaria? ¿Qué tipo de luchas son revolucionarias ahora en El Salvador?
Estas interrogantes son importantes y muy díficiles de responder de una manera unívoca y tajante. Tampoco pienso que pueda darle a ellas respuestas definitivas y que sea posible que una persona, sin el concurso de otros, tenga la capacidad de proponer soluciones.
La patente inconformidad de muchos sectores, tanto al interior como al exterior del FMLN, ante la situación creada en estos dos años del gobierno de Mauricio Funes y la deriva derechista del Frente, han dado pábulo para que se plantee la posibilidad de que surja en el país una nueva izquierda. Hasta hace poco era imposible plantear este tipo de posibilidades, pues el Frente ocupaba todo el espacio de la izquierda, dejándole una minúscula parcela al CD (Cambio Democrático) en tanto que partido aliado y de tendencia social-demócrata. Incluso todas las tentativas de crear otros partidos de izquierda abortaron, vinieran de afuera del FMLN o como fruto de un cisma.
Una nueva fuerza política
El cuestionamiento sobre la posibilidad de que aparezca una nueva fuerza política es ya de por sí parte del panorama mismo. Es tal vez una de las novedades más importantes, pues hasta ahora el cuestionamiento era, ¿se puede ser de izquierda afuera del FMLN? Sobre esto ya no cabe duda. No obstante crear otra fuerza política no es una tarea sencilla y ante los fracasos anteriores es necesario llevar adelante una reflexión profunda sobre este tema. Sin embargo no es pelegrino afirmar que todos los partidos que aparecieron, han tratado de competir en el mismo terreno institucional en el que el FMLN estaba ya instalado y con una reputación que se había forjado principalmente en los años de la guerra, en tanto que organización guerrillera. En ese terreno era imposible conquistar un espacio.
Al mismo tiempo no se puede plantear como objetivo, después de la experiencia adquirida y el camino recorrido hasta hoy por el movimiento revolucionario, entrar en el mismo terreno en el que las aspiraciones de transformación social han sido absorbidas por el sistema. No se trata de denigrar las elecciones y la participación en ellas por mero principio. Lo que sí es criticable como lo hemos venido señalando es volver las elecciones el terreno fundamental de las luchas y abandonar incluso lo más elemental como es la organización de los trabajadores en sindicatos y el aprendizaje de la lucha reveindicativa. Es en esas luchas donde se toma conciencia de la condición de proletario, de trabajador. Son esas luchas las que inculcan los sentimientos de solidaridad, de abnegación y combatividad. Son esas luchas las que forjan la conciencia de clase. Por supuesto que esto no basta, las luchas políticas de transformación social tienen otro nivel de conciencia, pues son las que llevan a entender la globalidad de los procesos sociales y es donde de manera más nítida se aprehende la necesidad de superar al capitalismo. Actualmente estamos muy lejos de esto.
Hemos visto que el tipo de partido autocrático no puede evolucionar, de medio de lucha se ha vuelto fin en sí, la dirección tiende a perennizarse, a reproducirse y la docilidad de las bases a los dictados de la dirección es simplemente consternante. La base es desposeida de su voz, de toda iniciativa. Esto significa que este tipo de partido se ha vuelto obsoleto e incapaz de emprender las luchas necesarias para los cambios radicales que urge nuestra sociedad.
Es aquí donde llega el momento crucial donde surgen nuevos y más profundos cuestionamientos: ¿qué luchas son revolucionarias hoy en El Salvador? Y para llevarlas a cabo ¿qué tipo de organización es necesario? No obstane antes de responder a estas preguntas es indispensable volver sobre qué entendendemos por luchas revolucionarias. Por lo general la revolución es asimilada a los movimientos armados, a los grandes tumultos, a los grandes asaltos a cuarteles y palacios, etc. Para la mayoria de la gente revolución es sinónimo de violencia, hablar de una revolución pacífica le resulta como una expresión contradictoria, como un oxímoron.
Una situación política inédita
Nosotros estamos ahora en El Salvador en una situación política que excluye totalmente el uso de las armas. Podemos decir que uno de los resultados de la guerra ha sido que aparezca en el país la posibilidad de emprender luchas políticas radicales sin que la represión venga a golpearlas. Estas luchas se pueden conducir públicamente. Esto es totalmente inédito en el país. Este es un logro mayor y se lo debemos a la lucha heroica del pueblo salvadoreño y a su organización de entonces el FMLN. Es cierto que esta situación en cierta medida es precaria y puede ser como en otras tantas ocasiones reversible. Esto ha quedado demostrado en estos días con los exmilitares refugiados en el antiguo casino de la Guardia Nacional, protegidos de la captura por la PNC (Policía Nacional Civil) y en las peripecias sobre el famoso decreto 743, las instituciones han sido burladas, manoseadas. La derecha y algunos exmilitares no han disfrazado sus amenazas de golpe de Estado. Esto también significa que para guardar y hacer prosperar esta situación se necesita nuestra total vigilancia y mantener una correlación de fuerzas que vuelva imposible un retorno a las dictaduras. Sin embargo esta amenaza latente no debe conducirnos a limitar nuestras exigencias, a cambiar de objetivos y a menguar nuestras ambiciones.
Tal cual han quedado planteados los problemas, nos encontramos con nuevas tareas, una de ellas fundamental, la construcción del útil para alcanzar los objetivos. Este instrumento no se puede semejar a los anteriores de tipo autocrático, debe pues ser de un nuevo tipo, en el que los miembros adquieran un alto nivel de conciencia que les permita a cada momento, frente a cada problema social que se presente en su entorno, saber analizarlo y determinar por sí mismos las respuestas apropiadas. Para ello es necesario que su organización tenga la capacidad de respuesta rápida, que pueda al mismo tiempo alertar a los otros miembros. Se trata de una organización que no puede ser vertical, su horizontabilidad implica al mismo tiempo una total igualdad de los miembros. Es cierto que la práctica instruye sobre la necesidad de un organismo central que coordine acciones de envergadura nacional y que organice las respuestas apropiadas. Los miembros del partido dejan de ser ejecutantes de consignas y de planes elaborados en la cúpula, el partido mismo por la actuación de sus miembros al interior de la sociedad, en el centro mismo de los problemas concretos, adquiere el carácter de protagonista de la historia que está llevándose a cabo.
En este nuevo tipo de organización tampoco puede haber monopolio de la información, ni del conocimiento. Hasta ahora en los partidos autocráticos los dirigentes han acostumbrado al militante a conformarse con un saber precario o la ignorancia de los detalles de los problemas que le conciernen directamente. Incluso se llegó ha monopolizar la autoridad de conocer, un conocimiento que no venía obligatoriamente del estudio de la cuestión, sino que por el hecho mismo de encontrarse en la cúspide del partido. El secretismo, la compartimentación se han convertido en insturmentos de manipulación, en el que vence la intriga y hace propicio el funcionamiento de las camarillas.
La transversalidad de la organización significa también trasmisión total de toda información necesaria para la toma de decisiones individualizada. Esto de ninguna manera implica el desarrollo de la anarquía, ni del espantaneismo. Esto significa que los militantes, uno a uno, en su individualidad, en su persona, es respetado y puede enriquecerse, aprovechando del conocimiento y de las opiniones de todos.
Esto obligatoriamente va ligado a un aspecto fundamental de la lucha del movimiento revolucionario. Es hartamente repetida la frase de Lenin: “Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario”. Esta afirmación del revolucionario ruso se volvió en una especie de frase de encantamiento, pero en lo concreto los partidos autocráticos poco a poco fueron inculcando un rechazo a todo aquello que de cerca o de lejos se asemejara a lo teórico. Eso le correspondía a lo sumo al Secretario General o alguna eminencia gris o a veces a los intelectuales del partido que “asesoraban” a la dirección. Muchos militantes llegaron incluso a presumir que no necesitaban de la teoría, que su función era la práctica y exclusivamente la práctica. Se llegó a decretar en algunas veces que dedicarse a la teoría era una especie de “enfermedad” de pequeños burgueses. Pero Lenín no sólo señaló en las condiciones de la Rusia de finales del siglo XIX la urgente necesidad de elevar la conciencia del proletariado, sino que agregó, citando a Engels, que la lucha teórica iba a la par y era de igual importancia como la lucha económica y la lucha socio-política.
Esta lucha teórica es un terreno totalmente en barbecho en nuestro país. Desde hace mucho tiempo, como lo hemos señalado antes, la lucha ideológica fue abandonada por el FMLN y la ideología dominante no encuentra ninguna oposición y la visión burguesa de la sociedad sigue imponiendo su hegemonía. La compresión de los procesos sociales es indispensable para aportar soluciones concretas.
Pero la situación inédita de la que he hablado arriba encierra también por primera vez en nuestro país la posibilidad del estudio del pensamiento marxiano, sin ser perseguido, ni ir a parar a la cárcel. Es decir tenemos por primera vez en la historia de nuestro país la posibilidad de discutir, de analizar nuestra realidad de manera pública. El nuevo partido tiene la tarea —para llevar adelante la lucha teórica de la que hablaba F. Engels— de crear las condiciones para que la teoría no sea el patrimonio de unos cuantos. (Sigue)