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21 febrero 2012

La tolerancia y las ideas fascistas

Entre nosotros son recurrentes los llamados a la tolerancia. No obstante tolerar algo tiene muchos sentidos, aunque se trata en los casos a los que me refiero, por lo general, a aceptar las opiniones ajenas. No se trata ni siquiera aceptar que otros tengan otro modo de pensar, sino que las ideas de unos y otros son válidas por igual.


No estoy de acuerdo con esta concepción y no puedo estarlo. Pues concordar con este pensamiento significa caer en un relativismo nefasto, en una especie de eclecticismo sin principios. Esto implicaría que en última instancia no vale la pena tener principios, que mis convicciones no son verdaderamente convicciones, pues su valor no depende de ellas mismas, de su verdad, sino que de la existencia a su lado de otras ideas. Esta manera de abordar el valor de las ideas nos lleva simplemente a camuflar nuestras posiciones y a renunciar al debate de ideas dentro de nuestra sociedad.


Se puede consentir que en nuestro país no estamos acostumbrados a discutir, que rápidamente se alza el tono, que la ofensa y el insulto toman el lugar del argumento. La necesidad de abandonar estas prácticas por muy apremiante que sea para llegar a un debate civilizado, no puede conducir a la negación del debate mismo. Pero voy a otra cosa aún de mayor peso. En nuestra sociedad existen ciertas posiciones, se adelantan ideas que simplemente no se pueden aceptar, por lo menos los que consideramos que plantear que el asesinato de un sospechoso por parte de un policía o un soldado se convierta en una ejecución sumaria, aplicando una pena de muerte enmascarada. Esto lo ha propuesto y sigue proponiendo el ministro de Seguridad Pública, Munguía Payés. Propone “estados de sitio circunscritos” a ciertos territorios, donde las leyes de la república no serían aplicadas. El nuevo director de la PNC, el general Francisco Ramón Salinas Rivera, propone que el allanamiento de domicilios pueda ejecutarse sin orden judicial. Para este militar acudir a un juez es simplemente perder el tiempo en burocracias, ha llegado a afirmar que los derechos humanos constituyen ni más, ni menos, que un estorbo.


Funes tiene las manos atadas


Estas posiciones extremistas, de un fascismo bastante descarado, se han enunciado durante el gobierno del cambio, el que se suponía traería un nuevo impulso de democratización de nuestro país. Normalmente, si el presidente Funes no tuviera al respecto de estos nombramientos las manos atadas por la orden recibida de parte de los Estados Unidos, no se hubiera conformado en afirmar que esas medidas no se van a aplicar. Pero esas medidas distan mucho de lo que se supone piensa un demócrata, eso debe chocar la sensibilidad de un hombre apegado a los derechos de las personas. Lo que se imponía era la inmediata destitución, pues estos dos personajes no se han equivocado, no han cometido un desliz, se trata de lo que piensan y sienten profundamente. ¿Es compatible ese pensar y ese sentir con los fines que anunció Funes en su campaña? Por supuesto que no. Pero no voy a jugar el ingenuo, sé perfectamente que el presidente no ha cumplido en nada con lo que propuso cambiar en nuestra sociedad.


Todas estas ideas, posiciones y actitudes no merecen el más mínimo respeto, pues son contrarias a los principios civilizados en los que tratamos de fundar nuestra sociedad. Entonces en aras de no sé qué tolerancia, tendría que moderar mis palabras y no llamar pan al pan y vino al vino. Lo que nos toca es ahora alertar a los demócratas salvadoreños que se han adormecido, a los demócratas del mundo que tal vez no se han enterado del peligro que atraviesa de nuevo nuestro país. Pues esta militarización de la sociedad iniciada por el gobierno de Funes es sumamente peligrosa. La banalización de los soldados en las calles, los dos nombramientos de militares en ruptura con la tradición mantenida por el partido de derecha ARENA, de tener apartado de estos puestos a militares en respeto a los principios de los Acuerdos de Paz, son señales muy negativas para el proceso democrático endeble que sigue el país.


Lo peor es que a pesar de que el presidente dice que no se van a aplicar los estados de sitio, el ministro va a la Asamblea y persiste en el mismo tipo de declaraciones. No podemos quedarnos indiferentes ante tales agravaciones en el ambiente político nacional. Pero es menester también tener en cuenta que estas ideas que ahora expresan estos militares son idénticas a las que han ido siendo propagadas por los ideólogos de la derecha. Estos han insistido —y los oligarcas también lo afirman— que “estamos en guerra” contra la delincuencia, contra las maras. Hasta ahora los gobiernos sucesivos, incluyendo este, no han querido tomar medidas preventivas, se han negado a la revisión de la ley de importación de armas de fuego, a revisar las normas de adquisición y portación de armas. Los programas sociales en los barrios son inexistentes. La política preventiva ni siquiera es un tema de discusión o por lo menos no se le toma con la seriedad debida. Todos los gobiernos han preferido agravar las penas de cárcel, facilitar la represión. Pero la policía sigue teniendo los mismos problemas para reunir pruebas. La fiscalía prefiere acusar a los jueces y muchos jueces prefieren denunciar a la policía y a los fiscales.


Las soluciones sumarias


Toda esta política represiva responde justamente al estado de impaciencia y de desesperación de la población. La criminalidad ha logrado atemorizar a la población a tal punto, que esta no puede más que esperar soluciones sumarias. La población está exasperada, por ello aplaude y aprueba todas las medidas represivas. Los gobiernos, todos los gobiernos areneros y el actual, han tenido actitudes populistas, sus leyes no persiguen erradicar a las maras, sino complacer a la población atemorizada. El estado anímico de la población salvadoreña es tal, que tal vez la mayoría de ella haya visto con ojos aprobatorios el drama acaecido en Honduras.


Lo que acabo de afirmar no es pelegrino. En los comentarios que dejan los lectores en los periódicos, en las revistas en línea, en los foros sociales de internet se promueve este tipo de crimen como un sano remedio para nuestra situación. Esto ya no es un simple síntoma. La sociedad salvadoreña entera está enferma de una ideología que tiene como objetivo el exterminio de una parte de su propia población. Matar ya no es un crimen si se mata a un marero.


Los crímenes cotidianos, su atrocidad indescriptible, el aumento continuo son hechos insoportables y no se pueden tomar a la ligera. Hay urgencia en tomar medidas que realmente conduzcan a reducir rápidamente la acción criminal de estas bandas. Pero al mismo tiempo, ¿se trata exclusivamente de estas bandas? ¿Son ellas las responsables de la mayoría de los crímenes cometidos? La prensa y los políticos de la derecha han ayudado a propagar esta idea. La criminalidad en el país no se puede reducir al accionar de las maras. Existe otro tipo de delincuencia, que incluso le conviene pasar desapercibida y que usa como sicarios a los mareros.


En todo caso nada de lo que he dicho puede reclamar la tolerancia. Ni los hechos criminales, ni las ideas inculcadas en la población por la derecha, ni las declaraciones del ministro, ni del director de la PNC pueden ser toleradas. Se vuelve urgente una batalla que venga a contrarrestar todo esto. Pues si por desgracia los designios ministeriales llegaran a realizarse, entraríamos a un mundo de incivilización aún más oscuro del que ya conocemos.


Si vuelvo a lo que afirmaba al principio, no podemos aceptar que todas las ideas se valen, que simplemente se trata de comprender al prójimo. No, las ideas pueden servir para plasmar en la realidad hechos que nos pueden simplemente conducir a la barbarie. Si en vez de perder el tiempo con leyes represivas como la “Ley mano dura”, la ley “Mano súper-dura” y la ley “Anti-maras”, que al contrario han agravado el fenómeno, si desde el principio se hubieran tomado las medidas preventivas y educativas urgentes y necesarias, no estaríamos ahora lamentando tanta muerte y justificando otras. Estas leyes se sustentaban en una ideología perniciosa, la violencia no se puede combatir por otros medios que la violencia misma.


Nuestra sociedad es violenta


Entonces se llevó adelante una campaña en la que se presentó a las maras como algo venido de afuera. Sí, al inicio llegaron de afuera, pero encontraron en el país un terreno fértil para su actividad delictiva. Los mareros no son extraterrestres, son seres humanos, son salvadoreños, son jóvenes cuyo delinquir toma como fuente la sociedad misma en la que viven. La sociedad salvadoreña es violenta. Esto no es un postulado, ni una hipótesis. Es una realidad que debemos enfrentar y que debemos asumir. La violencia existe al interior de las relaciones familiares, escolares, laborales, etc. Pero la violencia no es sólo física y verbal. Hay una violencia institucional que se manifiesta en los salarios de miseria, en las condiciones de trabajo y de vida precarias en las que tienen que vivir miles hombres y mujeres de nuestro país. No podemos ignorar o mostrarnos indiferentes a este hecho crucial ante el que estamos enfrentados. Fue esta violencia la que engendró la guerra que tuvimos en la décadas de los ochenta y noventa. La violencia social y económica para mantenerse necesitó de la violencia represiva, de la violencia antidemocrática.


Ni la guerra, ni los Acuerdos de Paz, ni las políticas de los gobiernos areneros, ni la política de este gobierno han resuelto los problemas sociales, políticos y económicos que originaron el conflicto. Las condiciones son las mismas, en cierta medida se han agravado. Pero la violencia institucional ha engendrado ahora otra violencia que no es política, que no pretende resolver los problemas, como fue la guerra de liberación. Se trata de una violencia irracional, bestial incluso, pero no deja de ser reactiva a la realidad que la engendra. Por lo tanto no podemos pensar la solución entregando nuestro destino a una ideología y a una institución que en gran parte es responsable del problema.


Los que protestaban en los años sesenta y setenta eran considerados agentes de potencias extranjeras. Sus reivindicaciones no fueron escuchadas, su dignidad fue rebajada y negada, su condición de personas fue pisoteada. La represión entonces fue feroz, no hay que olvidarlo. La violencia entró al país, con cadáveres mutilados abandonados en las calles, a la orilla de los caminos y carreteras. Las atrocidades eran exhibidas para escarmiento de la población. Hubo masacres antes de la guerra, no olvidemos esto. Las setenta y cinco mil víctimas denunciadas por la Comisión de los Derechos Humanos no fueron víctimas de la guerra, sino que de la represión. La Guardia Nacional, la Policía de Hacienda, la Policía Nacional, el Ejército y todas las patrullas y escuadrones de la muerte son los responsables de esas muertes, pero no fue durante combates de guerra, sino que en actos represivos.


La ideología del discurso de Munguía Payés y de Salinas Rivera es intolerable y puede conducirnos a la repetición de la misma tragedia. La responsabilidad de Funes está comprometida, pues asume con creces su papel de único decidor y de jefe militar.

2 comentarios:

  1. Anónimo5:26 a. m.

    El ejercito salvadoreño creo monstruos durante y antes de el conflicto armando capaces de matar a niños heridos e indefensos y no se diga de cualquier hecho inimaginable y después de los acuerdos de paz los dejo sueltos entre el pueblo, eso es determinante en la psiquis de los asesinos de nuestro tiempo o no se han dado cuenta de el modus operandi de esto criminales. Desde que no hubo pos guerra y no se trato esta herencia de la guerra, no se podrá eliminar este problema y si no se juzga a estos criminales de guerra que disfrutan de impunidad los traumas históricos persistirán así como la violencia causada por esta.

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  2. Anónimo1:48 a. m.

    Totalmente de acuerdo con los puntos de vista expresados por el compa Carlos Abrego en este artículo.

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