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19 julio 2012

La sociedad y el Estado


Las reflexiones que vengo desarrollando en estos últimos artículos y que han comenzado por “Darle sentido a la política de hoy” y que he continuado con “¿Crear un nuevo Estado?”, “Tres momentos de un proceso” y “Una vuelta al pasado” y que pueden consultar haciendo “clic” en cada uno de los títulos que he puesto. Estos artículos sin formar un todo, ni tener una concatenación coherente, están de alguna manera relacionados. Como se notará hay repeticiones de algunos puntos en los que me ha parecido necesario hacer hincapié. Hoy prosigo estas reflexiones.

Hace unos días en el vespertino Co-Latino salió un artículo de Julia Evelyn Martínez sobre el concepto gramsciano de “hegemonía” que me parece de gran utilidad en estos momentos y que de alguna manera puede completar a perfección esta serie de artículos. Las reflexiones que siguen tienen que ver en mucho con algunos puntos que allí se tratan.

Desde el primer artículo hice notar la perniciosa oposición que algunos pretenden erigir entre teoría y práctica. La necesidad de la teoría justamente se ha hecho sentir por la ausencia de un movimiento revolucionario en el país, esto que acabo de afirmar no es una paradoja, sino que la triste realidad en la que se vive hoy en el país. La ausencia de un movimiento revolucionario capaz se emprender una actividad dentro de la sociedad que cohesione a los trabajadores, que les dé los instrumentos conceptuales y prácticos para volver a participar realmente en la política real.

Maneras de hacer política

En estos momentos podemos ver que los partidos políticos se han enfrascado en luchas que muy pocos entienden su entero significado. Pues el enfrentamiento entre el FMLN y sus aliados GANA, PES y CN y la Sala de lo Constitucional se ha vuelto por razones poco manifiestas en un enfrenamiento entre partidos políticos, en el que se han invitado algunas organizaciones civiles. El patronato a través de ANEP y FUSADES pretenden defender la legalidad, la autonomía de la CSJ, el Estado de derecho, la Constitución. El FMLN hace lo mismo. Pero desacata los fallos de la Sala de lo Constitucional que son inapelables y recurre a una instancia regional para que venga a dirimir algo que no le concierne y para lo cual no ha sido creada, la CCJ. Con esto el partido de gobierno, en alianza también con el presidente Funes, muestran el poco interés que tienen por la soberanía.

Los partidos han movilizado a sus bases, las han lazado a la arena de los pleitos y esto a de nuevo ha venido envolver al país en una especie de polarización exacerbada en la que nadie escucha a nadie. Hubo incluso trifulcas durante una manifestación, hubo además despliegue de agentes del orden e incluso aparecieron francotiradores.

¿Pero lo que se alega es realmente el fondo del asunto? La Sala de lo Constitucional durante años estuvo engavetando las demandas de inconstitucionalidad de los ciudadanos, la actual se ha puesto a dar fallos. Pero esto fallos no han sido del agrado de la “clase política” en su globalidad. El triste episodio del decreto 743 y este actual muestran solo la mezquindad de la clase política, que busca mantenerse en un indivisible usufructo del aparato del Estado y de sus beneficios y hoy el FMLN quiere vengarse. El acuerdo para nombrar dos veces a los magistrados de la CSJ durante la misma legislatura, se hizo bajo la condición de una repartija de puestos. Esta repartija corre peligro: presidencia de la Asamblea y de las comisiones parlamentarias, puestos en otros organismos del Estado. Pues si las elecciones se anulan, ARENA entra a contar más, pues es el partido mayoritario y entonces el reparto es otro y esto puede voltear las alianzas.

Pero todo esto, como un sinfín de otros sucesos de esta naturaleza, no es una actividad política. Esto no concierne la vida de los ciudadanos. La mayoría de salvadoreños mira el espectáculo sin entender mucho, pero dándose cuenta que la clase política, esa casta que se reúne, se pelea en público, pero que en privado son “cheros, cheros” y comparten y departen diversiones y distracciones. Con esto los ciudadanos se apartan de la política, les parece que “hacer política” es conducirse de manera deshonesta y que en efecto para “meterse en política” es necesario tener muy baja moral. Esto es parte de la dominación de la burguesía sobre los trabajadores.

Una de las peores alienaciones

La reticencia que tiene la gente en “meterse en política” es precisamente una de las peores alienaciones que el Estado burgués le impone a los trabajadores. Primero empieza usurpando el poder, pues la gente se ve obligada a delegarlo, a entregarlo a los partidos políticos, a los hombres políticos. Lo que en el inicio era simple delegación, se vuelve propiedad de los partidos y de los hombres políticos. En esta desposesión un papel clave lo juega el mismo acto del voto, que se convierte en una especie de ceremonia que hay que cumplir de tiempo en tiempo. Son los políticos, los partidos políticos los únicos que tienen voz durante las campañas, el pueblo, el famoso “demos” no puede interferir, no puede sancionar. Pues el “juego político” le impone silencio, no puede destituir a sus delegados. Esta alienación que tan íntimamente está ligada al Estado, se opera afuera del Estado, en la sociedad. Porque las dominación de clase del Estado tiene repercusiones que van más allá de su ámbito, de sus instituciones.

Pero para cambiar esta realidad social es necesario que los que luchan por transformarla tengan la capacidad de cuestionar la dominación enajenante, de reducir e incluso invertir la dominación en su totalidad, en toda su amplitud y profundidad.

La cuestión de la hegemonía

Pero si nos planteamos de nuevo el problema del poder nos damos cuenta que aún si las condiciones nos permitieran un triunfo insurreccional esto no significa que se haya alcanzado todo el poder y sobre todo que se haya adquirido dentro de la sociedad lo que Gramsci llama la “hegemonía”. Pero ya hemos señalado que no estamos en ese tipo de situaciones, que en la situación actual, la lucha armada no es una opción actual y que nadie se la propone en el país. Se trata pues de iniciar otro tipo de “guerra”. Se trata de ganar esta guerra democráticamente, por medio de una lucha permanente en el terreno de las ideas, que tienen que conquistar los espíritus por su pertinencia, por la eficacidad de sus iniciativas. Se trata de conquistar el papel dirigente en la sociedad, en todos los terrenos sociales y algunas instancias estatales, como si se creara un doble poder político.

Se trata pues de ir conquistando progresivamente la hegemonía que al mismo tiempo puede conducir al poder con un consentimiento mayoritario real. No obstante esto descansa en una renovación de la política, ya no como pleitos entre estructuras partidarias (como lo vemos hoy) que buscan conservar el usufructo del aparato del Estado, que se ha vuelto en un fin en sí. Se trata pues de acabar con esa alienación a la que acabo de referirme, en la que la política inspira solamente desprecio y aborrecimiento.

Nuevas formas y nuevos contenidos

Esta renovación política incluye obligatoriamente inventarse las formas y los contenidos de la más amplia y activa participación de los ciudadanos en todo aquello que decide de su existencia social e individual, en el ámbito que sea. Esto le devuelve la dignidad a la política, le da un sentido concreto. Se trata pues de inventarse concretamente la democracia participativa, que está muy lejos de resumirse en referendos y plebiscitos.

Iniciativas en la que todos los habitantes de un barrio que, por ejemplo, exija la mejora del alumbrado eléctrico o la mejora del servicio de transporte. Se trata de que la gente se dé cuenta en deliberaciones concretas en dónde reside su interés. Si se logra imponer comités de barrio que puedan asumir el papel de gestores con sus propuestas y sus iniciativas. El presupuesto de una ciudad puede discutirse en estos comités. En estos comités se puede aprender a evaluar los costos, a saber definir prioridades, pero también se aprende a deliberar y decidir. Se aprende también la solidaridad, pues a veces hay que renunciar a sus propias exigencias para ayudarle a otros que están en peores condiciones. Cuando son los comités de todos los barrios los que deciden si es necesario crear una sala de recreo o una casa de la cultura, de una biblioteca, de una sala de reuniones, etc. se sale del clientelismo municipal. Pero hay otra cosa que se puede lograr es justamente el control de los gastos y la supervisión de la ejecución de los trabajos por los ciudadanos directamente concernidos.

Se imaginan que potencial puede resultar de todas estas iniciativas. Los ciudadanos asumiendo directamente las decisiones en los asuntos que les conciernen directamente. Hay aquí algo que de manera embrionaria aparece como una disolución del poder en toda la población. Aquí se trata apenas de un poder limitado, de un poder del Estado secundario, el municipal, y que depende aún de las decisiones del gobierno central.

Con esto aún no entramos a tocar al poder real, el poder dominador del capital. Pero no perdamos de vista que se trata de un proceso, de un proceso en el que la hegemonía se va conquistando poco a poco, en esta “guerra de posiciones” aparecen siempre nuevos y nuevos terrenos. El asunto es darle a la gente la posibilidad de intervenir, de dedicarse a meterse en política de otra manera, de una manera que le permite adquirir nuevos conocimientos y nuevas habilidades.

Con este tipo de iniciativas vemos como el Estado se diluye en la gente, pero se trata de una de las funciones del Estado. Se trata de la función administrativa, pero el Estado es también un instrumento de dominación política. Este segundo aspecto la ideología de la clase dominante trata de escamotearlo, de ocultarlo. Es aquí que surge la ilusión de un Estado neutro que expresa el interés general. El Estado como instrumento de dominación de clases debe fenecer.

13 julio 2012

Una vuelta al pasado


En estos años se ha repetido entre nosotros con suficiente frecuencia, que la conquista del poder político no confiere todo el poder, entendiendo que el poder real sigue en manos de la oligarquía. Esta constatación es justa, no obstante no ha dado como resultado ninguna reflexión sobre cómo debemos conquistar ese poder real.

Esta paradoja no debe extrañarnos. Pues en el país se ha contemplado siempre  teóricamente la toma del poder por la vía insurreccional, las otras vías eran paliativas a aquélla. Se daba por sentado que una vez lograda la victoria insurreccional toda resistencia al nuevo poder iba a ser imposible y que la estatización o nacionalización de los principales medios de producción se realizaría sin mayores trabas. Esto venía escrito con todas sus letras en los diferentes materiales del FMLN y de las organizaciones que lo componían. En esto no hubo divergencias.

Con los Tratados de Paz entramos a una nueva etapa en la vida política nacional. La situación ha cambiado de alguna manera. Los problemas sociales y económicos que condujeron a la guerra siguen sin resolverse, pero los atascaderos represivos que volvían sanguinaria la dictadura de la burguesía han desaparecido. La represión brutal y sistemática contra los oponentes se han suprimido, el partido que antes fue el opositor armado contra el régimen, pudo llegar al Ejecutivo a través de las elecciones. Nadie va ahora a cárcel por expresar sus ideas, ya no se tortura, los asesinatos de líderes políticos ya no son sistemáticos (me expreso de esta manera pues ha habido muertes sospechosas en torno a los movimientos contra la minería y otros casos). La actividad política puede ser pública y a nadie se le va a ocurrir acusar de subversivo a algún movimiento político.

Sistema polarizado

Claro que el país ha vivido durante estos años un sistema que se optó por llamar “polarizado”. En cierta manera lo ha sido, los dos partidos mayoritarios cuando se enfrentaban lo hacían —y en parte lo siguen haciendo— con cierta violencia verbal, durante las campañas electorales es necesario promesas y acuerdos de no agresión física, etc. Esta bipolaridad es de artificio. Lo hemos visto en acuerdos posibles y de por sí realizados entre ARENA y el FMLN. La política real sigue siendo la misma, hay continuismo en lo fundamental.

Los cambios habidos no nos han llevado a un régimen democrático burgués como los que existen en otros países. Se ha sospechado y casi comprobado que hubo fraudes, el aparato del Estado ha sido usado fraudulentamente en beneficio del partido en el poder, incluso con cierto descaro durante el último período presidencial de ARENA. Tony Saca uso de manera patrimonial los bienes del gobierno para su promoción personal. El gobierno actual ha sido menos oportunista en este sentido. Tal vez porque no es un gobierno monolítico, sino que es un gobierno de alianzas.

No obstante podemos afirmar que se puede llevar adelante un debate político entre los partidos políticos. Es posible también que los partidos políticos no encuentren escollos de ninguna naturaleza para dirigirse directamente a la población. Es decir no se plantea, no puede plantearse en estas circunstancias la toma del poder por la vía insurreccional.

Una utopía de soñadores

Pero si entramos de manera concreta a analizar el panorama político nacional nos damos cuenta que esa “apropiación de los medios de producción por los trabajadores asociados” de la que hablaba Marx, aparece hoy en día como una simple utopía de soñadores ingenuos. Es necesario constatar que si bien es cierto que en el discurso del FMLN hasta fechas recientes “el objetivo socialista” se mantenía inalterado e inalterable, pero en la actualidad en las declaraciones y en la práctica gubernamental, en la batalla política e ideológica el FMLN se ha transformado en un partido social-demócrata de derecha. A lo sumo promueve y reivindica medidas que alivien a algunas capas de la población más sufridas y marginadas. El objetivo socialista se ha engavetado y se proyecta volverlo a sacar dentro de cinco o seis presidencias. Es  lo que afirmaban cuando pensaban factible mantenerse en el poder más de una vez. Ahora la cosa es distinta, el panorama no es tan favorable para conservar el Ejecutivo, que no alcanzaron totalmente con la presidencia de Funes. Esto puede llevarlos a volver a sacar los manualitos del “marxismo-leninista” y radicalizar un tanto su discurso. Puede que se conformen con volver a polarizar su discurso y centrar sus ataques contra el partido ARENA, olvidándose convenientemente que GANA, PES y CN son también de derecha y que sostienen profundamente ideas de derecha y los intereses de la oligarquía.

En estos momentos todos los partidos se disputan el acceso al poder político. Hay dos que esperan sobrevivir manteniendo alianzas de conveniencia, ya sea con ARENA, ya sea con el FMLN, me refiero PES y CN. El tercer partido se perfila como una tercera fuerza, GANA en las últimas elecciones logró mantenerse como grupo parlamentario y colocarse como el punto de equilibrio de la balanza legislativa. Por el momento GANA prefiera al FMLN. Tal vez sea que sus antiguos compañeros de ARENA aún no quieran reconciliarse con los prófugos que crearon el nuevo partido. Esta separación puede mantenerse pues el expresidente Antonio Saca pretende ser el candidato de GANA. Esto convierte a este partido en un anfibio, partido del expresidente y del presidente actual. Pues Funes ha abandonado la idea de crear su propio movimiento, en realidad ha reconocido su fracaso en crearlo. Es por ello que ha realizado entre bambalinas un acercamiento con los dirigentes de GANA para poder seguir en vida políticamente al abandonar la presidencia y tal vez mantener posible su retorno a la presidencia.

En este panorama sucintamente descrito, los trabajadores no tienen su propio representante, su propio partido. Hay pues un vacío enorme en la política salvadoreña. Desde finales de los años veinte del siglo pasado, hubo en permanencia en el país una corriente revolucionaria organizada. En esas décadas el PCS (Partido Comunista de El Salvador) asumía la tarea de representar los intereses de los trabajadores. Pero este partido tuvo una cortísima vida legal, durante toda su vida ha sido un partido clandestino y el principal blanco de la represión del Estado. En su actividad clandestina logró organizar a ciertos sectores de los trabajadores en sindicatos, que también sufrían todo el peso de la represión.

La ruptura en el PCS

En los años sesenta, después del triunfo de la Revolución Cubana, surgió de manera imperiosa la necesidad de determinarse sobre las vías de la revolución. Hubo entonces en todo el mundo una discusión en torno a este tema, sobre todo en el Movimiento Comunista Internacional. El PCS opta en esos años una posición ambigua, por un lado se muestra favorable a la lucha armada cómo única manera de llegar al poder, pero al mismo tiempo en su seno muchos dirigentes alegan la imposibilidad de llevarla a cabo, por razones geográficas. Es en estos momentos que va a surgir una tendencia reformista en el seno del PCS, es la que va a vencer e imponer su política a pesar que el Secretario General tiene otra visión, muy distinta. Es desde entonces también que las actitudes oportunistas se van a manifestar.

A finales de los sesenta, durante la última Conferencia Internacional de Partidos Comunistas y Obreros que tiene lugar en Moscú, en junio de 1969, se va a marcar el fin real del Movimiento Comunista Internacional. En esa conferencia participa como jefe de la delegación salvadoreña, Salvador Cayetano Carpio. Es en esa Conferencia que van a salir a la superficie las contradicciones entre las diferentes concepciones de lucha. A partir de ese momento, se van a fijar posiciones que van a permanecer invariables hasta la aparición de la Perestroika y luego el derrumbe del Socialismo Real. En El Salvador se produce un sisma. Este sisma se origina sobre el tema de la lucha armada. Entre los que la creen posible y los que no tienen intenciones de emprenderla. Surgen es ese momento un nuevo partido político. La corriente oportunista mayoritaria se mantiene en el PCS y la otra tendencia revolucionaria se consolida en torno de las FPL. Este punto de la historia es importante. Porque no solamente se trata de una ruptura entre personas, se trata de dos concepciones que van a enfrentarse hasta el día de hoy.

Los movimientos guerrilleros

La tendencia mayoritaria en el seno del PCS va a dedicar buena parte de su actividad política a denigrar a las FPL, en esto se une a la dictadura y retoma su vocabulario para atacar al incipiente partido revolucionario. Pero por otro lado, en el discurso mantienen como opción la lucha armada, pero señalando que las condiciones objetivas y subjetivas aún no están dadas. Esta posición va a durar hasta finales de los años setenta. Mientras tanto surge asimismo nuevas organizaciones, el ERP y luego como una escisión del ERP, la Resistencia Nacional. Desde 1975 comienza a organizarse el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), las secciones salvadoreña y hondureña fueron las que tuvieron mayor importancia, no tuvo existencia en Nicaragua.

Este recuento es necesario hacerlo y es necesario volver sobre él tal vez de manera más sistemática pues hasta hoy es un momento importante, hasta tal punto que en su libro “Comandante Ramiro”, José Luis Merino se dedica a una tosca caricatura y continúa con sus ataques calumniadores contra Salvador Cayetano Carpio. Uno de los puntos falsos en su narración es la desnaturalización del conflicto interno en el PCS, pero sobre todo la real actividad de las FPL, sobre todo como la mayoría que se refieren a este período, oculta los puntos estratégicos fundamentales que los separaba. Las FPL no surgen como un grupo guerrillero, ni con una estrategia militarista, al contrario surge como partido político que va a organizar la lucha armada, con una estrategia de movilización de masas. Las acciones de masas cobran en aquellos momentos mayor importancia que la lucha armada, que entonces es apenas embrionaria y esporádica. Lo que oculta en su relato J. L. Merino es que él mismo y su grupo de dirigentes del PCS atacan y denigran a los movimientos reivindicativos de las organizaciones de masas de las FPL y del ERP.

Pero las luchas callejeras, las luchas de masas cobran cada día mayor auge, mayor vigor, al mismo tiempo la represión se vuelve más intensa y sanguinaria. El PCS fracasa en su estrategia golpista, no logra tampoco llegar al poder por las elecciones a través de la UNO. Estos fracasos lo incitan a dar un golpe de timón y se convierten a las tesis de la lucha armada. Es así como entran y participan en la creación del FMLN. Este grupo del PCS se va a volver hegemónico en la dirección del partido político FMLN que va a crearse con los Acuerdos de Paz. Poco a poco sus posiciones reformistas vuelven a dominar y es esto esencialmente que ha dejado sin organización propia a la tendencia revolucionaria. Las transformaciones ideológicas en las FPL después de la muerte de Salvador Cayetano Carpio es otro capítulo de la historia que aún no se ha escrito.

Un nuevo partido revolucionario

Es por eso que se plantea ahora la urgencia para los trabajadores la creación de un partido revolucionario. No se trata de cualquier partido, sino que de un partido que se proponga la transformación de la sociedad capitalista, su superación. No se trata de entrar a la lucha electorera para participar en la maquillaje de la sociedad de clases. No estoy diciendo que no se pueda participar, pero por el momento no es una tarea prioritaria. Se trata ahora de reconquistar el terreno perdido, las ideas revolucionarias han ido desapareciendo en los análisis sobre nuestra realidad, la actividad politiquera de componendas y arreglos ocultos es lo que domina ahora la política. Es pues urgente introducir nuevos criterios que retomen los intereses de los trabajadores como tarea principal y defenderlos, imponerlos.

Pero esto no es sencillo. Pues justamente las fuerzas revolucionarias están desperdigadas, algunas permanecen a pesar de todo en el FMLN, pero neutralizadas por la camarilla dirigente. Hay otros puntos, pues hasta ahora se ha considerado en nuestro país que para ser revolucionario es necesario llevar adelante la lucha armada. Al principio de este artículo he señalado que las condiciones han cambiado, que el partido revolucionario tiene que optar por una nueva estrategia. Es por ello que surgen problemas teóricos inaplazables que tienen que plasmarse en la realidad, en la actividad revolucionaria.

Uno de estos problemas es: ¿qué tipo de organización? Hemos visto en varias ocasiones como el verticalismo ha engendrado partidos compuestos por una cúpula que decide de todo y de militantes que sólo ejecutan y hemos visto a qué fracasos históricos esta forma de partido ha llevado. Pero al mismo tiempo es necesario también determinar en qué consiste ser revolucionario hoy, en estas circunstancias.

Por supuesto que estas preguntas son de urgente solución, pero no son fáciles de resolver, pero al mismo tiempo no se puede esperar llegar al término de estos problemas teóricos para emprender prácticamente la organización del nuevo movimiento. Existen grupos de jóvenes que se reúnen a estudiar, otros de trabajadores que también piensan en la necesidad de nuevas organizaciones, otros que han mantenido estructuras de antes, todos estos grupos no son homogéneos, es necesario que a pesar de esto, se tienda a federarlos.

Lo importante es que aparezca un movimiento social que asuma la defensa de los intereses de los trabajadores. Sin este movimiento no podrá avanzarse en la obtención de nuevos derechos laborales y sociales en el país.

(Sigue)




05 julio 2012

Tres momentos de un proceso


El tema del artículo anterior tal vez aparece sobre todo en su aspecto estrictamente teórico y no se perfilen sus aspectos prácticos. Es decir que algunos pueden pensar que el tema se aparta mucho del vivir diario de la gente. No obstante el Estado de manera inmediata nos determina en cada paso de nuestra vida. Así que entender el carácter del Estado tiene implicaciones en asuntos de la táctica y de la estrategia políticas.

En la concepción del Estado de Marx podemos percibir una distinción que ha heredado del pensador francés Saint-Simon. Esta distinción señala que además del aspecto de “administración de las cosas”, el Estado asume el papel de “gobierno de los hombres” y es aquí que aparece como potencia de dominación multiforme históricamente engendrada por el antagonismo de clases, esta potencia se presenta separada de la sociedad y concentrada en el aparato de coacción violenta o persuasiva por encima de ella; esta potencia ha sido desarrollada de continuo por las sucesivas clases pudientes, poseedoras, en tanto que instrumento de dominación, disfrazado en la encarnación del “interés general”.

Ante este “Estado político” Marx nos propone un proceso con tres fases íntimamente ligadas: la conquista del poder político por la clase obrera. Esta conquista es una condición decisiva para emprender y operar la transformación de la base económica de la sociedad. La otra fase es la destrucción del aparato estatal de opresión burgués a través de la instalación de la dictadura transitoria del proletariado que instaura la primera democracia verdadera para el pueblo y el inicio al mismo tiempo del perecimiento del Estado en todas sus dimensiones alienadas y alienantes, es así que los hombres comienzan a volverse dueños de sus propias opciones.

Todos sabemos que la perversión estalinista volvió este proceso en un estancamiento, convirtiendo, en su teoría, como el único o primordial objetivo la conquista del poder político. Los socialdemócratas han convertido este proceso en la toma del poder político dentro del mantenimiento del Estado de clases.


El FMLN es un partido de derecha


En nuestro país esta toma del poder ha sido el objetivo exclusivo y fue el que algunos pensaron poder alcanzarlo a través de varias vías, incluido el putsch. El poder político no confiere de hecho todo el poder. Pero nosotros en el país nos encontramos en una situación política y social que la conquista del poder político por la clase obrera se ha vuelto imposible, pues para ello la clase de los trabajadores necesita estar organizada en partido político. En artículos anteriores he insistido en el carácter reformista y socialdemócrata del FMLN, pero se trata de una variante tan oportunista, tan alejada de los intereses de los trabajadores, que podemos simplemente afirmar que se trata de un partido de derecha. En esta coyuntura de ataques a la institucionalidad republicana el FMLN y sus diputados interpretan el lamentable papel de los malos de la película. Sobre esto se ha escrito y opinado ya mucho y los parlamentarios y dirigentes efemelenistas se empecinan en imponer sus opciones, defendiendo sus intereses partidarios. Sus argumentos sofísticos y sus alianzas con GANA y los restos mortales de la Democracia Cristiana y del PCN que reviven y mantienen en una especie de “coma político”. El presidente Funes ha mostrado una vez más su tamaño moral, que el infinitamente pequeño bosón de Higgs parece un Himalaya. Este presidente se lo debemos al FMLN y a todos que pensaron que llegar al ejecutivo era lo primordial, lo fundamental.

Ante una situación de ausencia de un partido revolucionario, de un partido de los trabajadores, con una pérdida generalizada de la conciencia de clase, de una baja en la combatividad de los trabajadores se impone pensar seriamente en crear un nuevo partido y pensar seriamente en su estrategia. Deben pues entrar en consideración la forma-partido (concepto introducido por el filósofo francés Lucien Sève), pues ya hemos visto como se ha desvirtuado la forma del centralismo democrático para convertirlo en un centralismo autocrático. Este centralismo tuvo además como corolario un secretismo, una práctica compartimentada en la que la información y la formación política se volvían moneda de cambio de privilegios partidarios. La información, el conocimiento eran propiedad de la cúpula partidaria, que la usaba para doblegar las bases, para mantenerlas oscuramente sumisas.

En este tipo de partido los dirigentes se vuelven la voz suprema, son los que deciden de todo y lo imponen disfrazándolo en opinión de todos. Cuando en el FMLN se dice “el partido ha decidido”, no se refiere al conjunto de miembros, sino a una docena de personas que por lo general no contradice a un trío de mandamases. En el FMLN todo ha sido puesto bajo control de la dirección, nada puede decidirse afuera del órgano supremo, la Comisión Política. El resto de instancias pueden apenas confirmar, corroborar, aprobar. Esto lo hemos visto durante el nombramiento de candidatos a diputados y a las municipalidades. Ahora con el nombramiento de Salvador Sánchez Cerén que fue decidido a tres, el interesado, Medardo González y Jorge Luis Merino. El resto de dirigentes como en una organización mafiosa le han besado el anillo al ungido. La famosa “vanguardia del proletariado” en El Salvador se reduce a estos tres personajes insignificantes de nuestra tragicomedia política.

El desprecio que han mostrado con sus propias bases lo han mostrado respecto a sus electores. Y en estas semanas hemos visto que sus intereses caprichosos por unos cuántos puestos pueden violentar la Constitución que prometían respetar, Handal iba repitiendo “la Constitución, toda la Constitución”. Hoy los vemos acudir a una desprestigiada Corte Centroamericana para que interfiera en nuestros asuntos, para que les permita cometer un golpe de Estado contra la Sala de lo Constitucional. El partido que tiene en sus siglas “para la Liberación Nacional” pisotea la soberanía. Vemos pues en qué puede terminar una forma-partido que ignora la voluntad de sus militantes, que se despreocupa de su formación, que no tiene como principio la constante deliberación, la participación en las decisiones. Es necesario pues que el nuevo partido defina su organización tomando en cuenta todo esto, que es urgente echar por la borda para siempre ese verticalismo que ha dado como consecuencia una fe ciega en el jefe, en el líder, en el líder vuelto ídolo. Es necesario inventar nuevas formas transversales, horizontales.

El milagroso día de la victoria


Pero esto se refiere al funcionamiento interior, pero el funcionamiento hacia afuera, hacia los trabajadores también tiene que cambiar. Cuántas veces hemos repetido que es el pueblo mismo que tiene que liberarse, que es el pueblo mismo que tiene que construir la sociedad futura, a partir de sus propias aspiraciones. El partido es un instrumento popular, no es pues un organismo que remplaza al pueblo.

En estos momentos el partido es necesario sobre todo que hemos sufrido una despolitización de nuestra sociedad. Lo que ocurre en la “esfera política” son prácticas politiqueras, un remplazo de la política real por intrigas, madrugones, componendas, confabulaciones y negociadas. Es a esto que se le llama en nuestro país “política”. Pero la política es ocuparse de los problemas de la ciudad, de la polis. Los problemas de la vida cotidiana de la gente.

Estos problemas, en nuestro país, presentan un carácter de urgencia, cuya solución tiene que venir ahora, pues sin ella la vida se vuelve cada vez más imposible. Pero estos problemas tienen además un carácter crónico, se repiten, son antiguos, son parte de nuestra vida. El sistema económico, político y social dominado por la oligarquía ha sido incapaz de aportar ninguna solución. Esta dominación al contrario en vez de aportar soluciones agrava la situación. Estos problemas abarcan a todas las capas de la población y cada momento de nuestra vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Es decir que no se puede pues esperar que llegue el milagroso día de la conquista del poder político, un maravilloso triunfo electoral de algún ídolo o de algún partido que se propone cambiar las leyes fundamentales.

O sea no se trata pues de un proceso que se inicia con un momento cumbre, sino que de un proceso permanente en el que las transformaciones sociales se preparan en la práctica social, en la que la dominación de la burguesía tiene que irse combatiendo día a día. Y en esto tienen que participar todos los que sufren la opresión. Los cambios, las transformaciones tienen que adquirir el carácter de necesarios en la cabeza de las personas, es necesario que las ideas de transformación social se vuelvan dominantes, es decir que esto se convierta en la hegemonía, tal cual lo concebía Antonio Gramsci.

                                                                                                              (Sigue). 

01 julio 2012

¿Crear un nuevo Estado?


¿Qué puede significar ahora, en El Salvador, crear un nuevo Estado? Es a lo que llama desde hace algún tiempo Dagoberto Gutiérrez. Por el momento aún no queda claro en qué reside la novedad del Estado que nos propone. Es cierto que cuando caracteriza al Estado actual revela con palabras bastantes justas su carácter clasista al servicio de la oligarquía. Esto nos induce a pensar que el nuevo Estado que nos propone debe superar al Estado oligárquico, no obstante surge aquí la cuestión inmediata ¿en qué consiste la superación de un Estado de dominación clasista?

Durante todo el siglo veinte, en la reflexión sobre el nuevo Estado, se manejó el concepto de “dictadura del proletariado”, en torno suyo se fueron definiendo ortodoxias y reformismos. Poco a poco este tipo de dicotomías se fue amenguando y muchos que procedían a exclusiones y a definitivas condenas, han llegado a la conclusión que la “dictadura del proletariado” se impuso en la Rusia soviética a partir de las circunstancias concretas del inicio del siglo XX en ese país y por la correlación de fuerzas internas (guerra civil) y externas (agresión de las potencias imperialistas y la continuación de la  Primera Guerra Mundial) en que se desempeñó el partido bolchevique.

El problema fue que de “dictadura del proletariado”, el Estado soviético se convirtió en simple dictadura de un partido y de su Secretario General, José Stalin. Desde finales de los años treinta el régimen estalinista inició el sistemático desmantelamiento de los órganos del partido y el asesinato también sistemático de los principales dirigentes bolcheviques. Las principales y primeras víctimas de la represión estalinista fueron los mismos miembros del partido, los que podían realmente oponerse a su dictadura. Luego vino una empresa de demolición de la teoría marxista y la deformación estalinista se convirtió en el catecismo anquilosado de la Internacional y de los partidos comunistas. Algunos partidos occidentales y teóricos a partir de finales de los años cincuenta recobraron una especie de libertad relativa para pensar de nuevo la teoría. Pero la deformación estalinista prevaleció en muchos partidos, los dogmas siguieron remplazando al pensamiento dialéctico y muchos siguieron prefiriendo los manuales a la atenta y aplicada lectura de las obras marxianas y engelsianas.


El perecimiento del Estado


Hay un punto mayor en la teoría marxiana del Estado que se silenció durante décadas por la influencia del dogma y de la dictadura estalinista, se trata del concepto del “perecimiento del Estado” en la sociedad sin clases. Como consecuencia de esto el socialismo que era un momento transitorio se convirtió casi en sociedad permanente y no como lo pensó Marx, una etapa inicial y transitoria hacia el comunismo. El Estado socialista en vez de iniciar su perecimiento se fue agrandando en un monstruo omnipresente y sofocador.
Por otro lado Marx sufrió sobre este punto y otros más los ataques de los ideólogos burgueses e incluso de algunos “marxistas”. Se afirma simplemente que Marx entendió mal el Estado, que no supo valorar lo político, ni lo jurídico y sobre todo dejó de lado lo esencial, el poder. Muchos se valen de la dictadura estalinista para rebatir el planteamiento de Marx. Pues la realidad fue superior a lo que la teoría suponía y el Estado socialista en vez de desaparecer se fue fortaleciendo hasta invadir toda la sociedad con el más cruel despotismo.

Pero hay algo más que le oponen a Marx, con el perecimiento del Estado se perderían todos los principios de la república, las ventajas de la democracia parlamentaria, los beneficios del Estado providencial, todas las garantías del Estado de derecho. No obstante en El Salvador hemos entrado en una crisis profunda de las instituciones mismas: un parlamentarismo que viene mostrando sus límites, un sistema que no consigue un funcionamiento armonioso de los poderes y el rapto que han operado los partidos políticos de todo el aparato del Estado. Es en este marco que Dagoberto Gutiérrez habla de un nuevo Estado.


Reparar o superar al Estado oligáquico


No obstante es aquí que aparece la pregunta crucial. ¿Gutiérrez nos propone sacar de su crisis al Estado oligárquico dejando intacta la dominación de clase o se trata de salir de esta crisis superando el Estado opresivo de la oligarquía? Si se trata del primer caso no se desemboca en un nuevo Estado; sino que en un Estado reparado para que la oligarquía prosiga su dominación sobre toda la sociedad salvadoreña. Si se trata de superar el Estado oligárquico, entonces se trata de construir un Estado esencialmente muy distinto al que sufrimos ahora. En el primer caso basta con una reforma constitucional, depurar algunas leyes, limitar la desviación partidocrática que impera ahora en el país.

La segunda vertiente de la alternativa nos conduce a repensar de nuevo la concatenación de la sociedad y el Estado. Si el nuevo Estado debe dejar de ser el Estado de dominación de la oligarquía, entonces esto significa que Dagoberto Gutiérrez nos está invitando a cambios revolucionarios en el país, nos está invitando no solamente a separarnos del Estado oligárquico, sino que también a transformar las relaciones económicas y sociales en el país.

Esto nos obliga entonces a preguntarnos si en estos momentos nos encontramos ante una situación revolucionaria en El Salvador. A esta pregunta podemos respondemos simplemente que no, la mayoría de nosotros está convencida que esa es la cruda realidad. Entonces volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué significa ahora, en El Salvador, crear un nuevo Estado?