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05 julio 2012

Tres momentos de un proceso


El tema del artículo anterior tal vez aparece sobre todo en su aspecto estrictamente teórico y no se perfilen sus aspectos prácticos. Es decir que algunos pueden pensar que el tema se aparta mucho del vivir diario de la gente. No obstante el Estado de manera inmediata nos determina en cada paso de nuestra vida. Así que entender el carácter del Estado tiene implicaciones en asuntos de la táctica y de la estrategia políticas.

En la concepción del Estado de Marx podemos percibir una distinción que ha heredado del pensador francés Saint-Simon. Esta distinción señala que además del aspecto de “administración de las cosas”, el Estado asume el papel de “gobierno de los hombres” y es aquí que aparece como potencia de dominación multiforme históricamente engendrada por el antagonismo de clases, esta potencia se presenta separada de la sociedad y concentrada en el aparato de coacción violenta o persuasiva por encima de ella; esta potencia ha sido desarrollada de continuo por las sucesivas clases pudientes, poseedoras, en tanto que instrumento de dominación, disfrazado en la encarnación del “interés general”.

Ante este “Estado político” Marx nos propone un proceso con tres fases íntimamente ligadas: la conquista del poder político por la clase obrera. Esta conquista es una condición decisiva para emprender y operar la transformación de la base económica de la sociedad. La otra fase es la destrucción del aparato estatal de opresión burgués a través de la instalación de la dictadura transitoria del proletariado que instaura la primera democracia verdadera para el pueblo y el inicio al mismo tiempo del perecimiento del Estado en todas sus dimensiones alienadas y alienantes, es así que los hombres comienzan a volverse dueños de sus propias opciones.

Todos sabemos que la perversión estalinista volvió este proceso en un estancamiento, convirtiendo, en su teoría, como el único o primordial objetivo la conquista del poder político. Los socialdemócratas han convertido este proceso en la toma del poder político dentro del mantenimiento del Estado de clases.


El FMLN es un partido de derecha


En nuestro país esta toma del poder ha sido el objetivo exclusivo y fue el que algunos pensaron poder alcanzarlo a través de varias vías, incluido el putsch. El poder político no confiere de hecho todo el poder. Pero nosotros en el país nos encontramos en una situación política y social que la conquista del poder político por la clase obrera se ha vuelto imposible, pues para ello la clase de los trabajadores necesita estar organizada en partido político. En artículos anteriores he insistido en el carácter reformista y socialdemócrata del FMLN, pero se trata de una variante tan oportunista, tan alejada de los intereses de los trabajadores, que podemos simplemente afirmar que se trata de un partido de derecha. En esta coyuntura de ataques a la institucionalidad republicana el FMLN y sus diputados interpretan el lamentable papel de los malos de la película. Sobre esto se ha escrito y opinado ya mucho y los parlamentarios y dirigentes efemelenistas se empecinan en imponer sus opciones, defendiendo sus intereses partidarios. Sus argumentos sofísticos y sus alianzas con GANA y los restos mortales de la Democracia Cristiana y del PCN que reviven y mantienen en una especie de “coma político”. El presidente Funes ha mostrado una vez más su tamaño moral, que el infinitamente pequeño bosón de Higgs parece un Himalaya. Este presidente se lo debemos al FMLN y a todos que pensaron que llegar al ejecutivo era lo primordial, lo fundamental.

Ante una situación de ausencia de un partido revolucionario, de un partido de los trabajadores, con una pérdida generalizada de la conciencia de clase, de una baja en la combatividad de los trabajadores se impone pensar seriamente en crear un nuevo partido y pensar seriamente en su estrategia. Deben pues entrar en consideración la forma-partido (concepto introducido por el filósofo francés Lucien Sève), pues ya hemos visto como se ha desvirtuado la forma del centralismo democrático para convertirlo en un centralismo autocrático. Este centralismo tuvo además como corolario un secretismo, una práctica compartimentada en la que la información y la formación política se volvían moneda de cambio de privilegios partidarios. La información, el conocimiento eran propiedad de la cúpula partidaria, que la usaba para doblegar las bases, para mantenerlas oscuramente sumisas.

En este tipo de partido los dirigentes se vuelven la voz suprema, son los que deciden de todo y lo imponen disfrazándolo en opinión de todos. Cuando en el FMLN se dice “el partido ha decidido”, no se refiere al conjunto de miembros, sino a una docena de personas que por lo general no contradice a un trío de mandamases. En el FMLN todo ha sido puesto bajo control de la dirección, nada puede decidirse afuera del órgano supremo, la Comisión Política. El resto de instancias pueden apenas confirmar, corroborar, aprobar. Esto lo hemos visto durante el nombramiento de candidatos a diputados y a las municipalidades. Ahora con el nombramiento de Salvador Sánchez Cerén que fue decidido a tres, el interesado, Medardo González y Jorge Luis Merino. El resto de dirigentes como en una organización mafiosa le han besado el anillo al ungido. La famosa “vanguardia del proletariado” en El Salvador se reduce a estos tres personajes insignificantes de nuestra tragicomedia política.

El desprecio que han mostrado con sus propias bases lo han mostrado respecto a sus electores. Y en estas semanas hemos visto que sus intereses caprichosos por unos cuántos puestos pueden violentar la Constitución que prometían respetar, Handal iba repitiendo “la Constitución, toda la Constitución”. Hoy los vemos acudir a una desprestigiada Corte Centroamericana para que interfiera en nuestros asuntos, para que les permita cometer un golpe de Estado contra la Sala de lo Constitucional. El partido que tiene en sus siglas “para la Liberación Nacional” pisotea la soberanía. Vemos pues en qué puede terminar una forma-partido que ignora la voluntad de sus militantes, que se despreocupa de su formación, que no tiene como principio la constante deliberación, la participación en las decisiones. Es necesario pues que el nuevo partido defina su organización tomando en cuenta todo esto, que es urgente echar por la borda para siempre ese verticalismo que ha dado como consecuencia una fe ciega en el jefe, en el líder, en el líder vuelto ídolo. Es necesario inventar nuevas formas transversales, horizontales.

El milagroso día de la victoria


Pero esto se refiere al funcionamiento interior, pero el funcionamiento hacia afuera, hacia los trabajadores también tiene que cambiar. Cuántas veces hemos repetido que es el pueblo mismo que tiene que liberarse, que es el pueblo mismo que tiene que construir la sociedad futura, a partir de sus propias aspiraciones. El partido es un instrumento popular, no es pues un organismo que remplaza al pueblo.

En estos momentos el partido es necesario sobre todo que hemos sufrido una despolitización de nuestra sociedad. Lo que ocurre en la “esfera política” son prácticas politiqueras, un remplazo de la política real por intrigas, madrugones, componendas, confabulaciones y negociadas. Es a esto que se le llama en nuestro país “política”. Pero la política es ocuparse de los problemas de la ciudad, de la polis. Los problemas de la vida cotidiana de la gente.

Estos problemas, en nuestro país, presentan un carácter de urgencia, cuya solución tiene que venir ahora, pues sin ella la vida se vuelve cada vez más imposible. Pero estos problemas tienen además un carácter crónico, se repiten, son antiguos, son parte de nuestra vida. El sistema económico, político y social dominado por la oligarquía ha sido incapaz de aportar ninguna solución. Esta dominación al contrario en vez de aportar soluciones agrava la situación. Estos problemas abarcan a todas las capas de la población y cada momento de nuestra vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Es decir que no se puede pues esperar que llegue el milagroso día de la conquista del poder político, un maravilloso triunfo electoral de algún ídolo o de algún partido que se propone cambiar las leyes fundamentales.

O sea no se trata pues de un proceso que se inicia con un momento cumbre, sino que de un proceso permanente en el que las transformaciones sociales se preparan en la práctica social, en la que la dominación de la burguesía tiene que irse combatiendo día a día. Y en esto tienen que participar todos los que sufren la opresión. Los cambios, las transformaciones tienen que adquirir el carácter de necesarios en la cabeza de las personas, es necesario que las ideas de transformación social se vuelvan dominantes, es decir que esto se convierta en la hegemonía, tal cual lo concebía Antonio Gramsci.

                                                                                                              (Sigue). 

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