A la vista de los resultados, después de dos meses de ataques y contraataques,
de consultas, de editoriales, de artículos, viajes a Managua y recursos ante
una Corte Centroamericana de Justicia —que nada tiene que ver con la constitucionalidad
de nuestras leyes y decretos— tras una letanía de acusaciones y contraacusaciones,
de una larga serie de discusiones y anochecidas y madrugones en Casa
Presidencial, los diputados y dirigentes de los partidos políticos terminaron
por ponerse de acuerdo para hacer lo que había ordenado la Sala de lo
Constitucional. El resultado es ese. Cabe preguntarse ¿por qué tanta pólvora? ¿Para
qué tanta bulla?
Con toda sinceridad no tengo respuestas a estas dos preguntas. Pues no me
manejo en los círculos del poder e ignoro los códigos secretos de ese mundo.
Pero lo que queda claro es que todo eso no se hizo por gusto, que había un
objetivo oculto. Porque ahora los que han aceptado votar lo que durante dos
meses se negaron hacer, porque eso contradecía sus principios de honorabilidad,
porque votar según determinó la Sala era violentar la Constitución y sobre todo
ceder ante la derecha recalcitrante, aliada de la oligarquía, organizada en la ANEP,
explican que lo han hecho por espíritu de sacrificio, para demostrar el alto
sentido del deber que tienen.
Es decir que los principios, la honorabilidad, el apego a las leyes se ha
echado por la borda, al tarro de la basura. Y no se sabe por qué razones. Todos
sabemos que esas negociaciones en Casa Presidencial fueron impuestas por el
extranjero. El “aliado” de los Estados Unidos, el que no tuvo empacho de
declararlo sin reservas, se acaba de dar cuenta que es simplemente un hace
mandados. Bastó que un miembro de la dirección del patronato se fuera a quejar
al Norte, para que senadores amenazaran con lo que más duele: los dólares.
Mauricio Funes se puso juguetón, quiso ningunear a dos importantes
senadores de los Estado Unidos, como lo hizo con algunos empleados de la Embajada
respecto a las revelaciones de WikiLeaks, La misma embajadora tuvo que
intervenir para corregir al criado. Al parecer nuestro presidente que solo se
maniató a esa servidumbre, de vez en cuando trata de adoptar poses de soberano.
Pero es reyecito dentro del marco que le confiere la Constitución
presidencialista. Pero ese marco no abarca lo que los jefes mandan, sus jefes
del Norte.
¿Se puede sacar alguna enseñanza de todo esto? Si, tal vez más de una. Una
de ellas es que la dirección del FMLN tiene todavía recursos para petrificar a
sus bases y aún más allá de ellas. Pues le ha bastado afirmar que el que no
está de acuerdo con la cúpula es su enemigo y un aliado de ARENA y de la ANEP.
Los militantes han reaccionado como ante un capote de brega, se han enfurecido
y arremetían con todo sin querer parar mientes y entrar en razón. Durante estos
tres años de alianzas parciales con ARENA para algunos votos, alianzas secretas
como en el episodio del decreto 743, la polarización había perdido densidad,
pero ahora ha vuelto al primer plano de la escena política. Esto arrastra otra
consecuencia: el fanatismo puede mucho más que la razón. En nuestro país
predomina el fanatismo, de ambos lados, en ambos partidos mayoritarios. Algunos
militantes del FMLN se olvidaron inclusive que muchos personajes de GANA hasta
hace apenas tres años pertenecían a ARENA y que su fuga para fundar otro
partido no tuvo lugar a causa de una conversión súbita a otras ideas. Los
dirigentes y miembros de GANA siguen siendo de derecha, lo mismo que los del
PES y de CN. O sea que el bloque de los cuatro no era un bloque progresista de
izquierda, como muchos se esforzaban en presentarlo. Era un grupo de intereses partidarios,
de intereses mezquinos. El interés de la patria, la defensa de la legalidad, de
la Constitución, de los principios democráticos, de la ética no tenía nada que
ver.
Pero al mismo tiempo, la mayoría de la gente solamente ha visto un largo
pleito sin fin que se acabó. Que se acabó con negociaciones secretas en un
momento que se habla tanto de transparencia. Y que se acabó con la decisión de
hacer lo que debieron haber hecho desde el primer día, aplicar los fallos de la
Sala de lo Constitucional. No creo que todo esto haya engrandecido la opinión
que se hace la mayoría de la gente de la política.
Todos desde el menor de los diputados hasta el mismo presidente hablaban
del respeto a la separación de poderes. Pero hemos visto a diputados reunirse
en Casa Presidencial para discutir sobre algo que le corresponde a la Asamblea
y que nada tiene que ver el Ejecutivo. El mismo Ejecutivo, por las
declaraciones del mismo presidente, tomó parte en el pleito, aceptando que una
Corte extranjera podía determinar que era constitucional o no, en vez del “único
tribunal competente para declarar la inconstitucionalidad de las leyes,
decretos y reglamentos, en su forma y contenido, de un modo general y
obligatorio”, que es la Sala de lo Constitucional. Sabemos que hubo decretos
que fueron aprobados por el presidente para entrampar a la Sala, para
maniatarla. La ojeriza presidencial es tenaz, no le perdona a la sala el haber
suprimido la famosa “partida secreta”. Y esto que es muy probable que su nuevo
amigo, Tony Saca, le habrá enseñado algunas mañas.
El presidente de repente se declara neutral a todo eso, aunque en estos
días ha vuelto a repetir que el fallo de la CCJ es válido y aplicable. ¡Vaya
que necedad! Pero el papelito sin valor alguno según nuestras leyes, que
atestigua del acuerdo entre partidos es el fruto también de la intervención
extranjera. Y para que vean que ese papelucho no tiene valor legal, lo firman
jefes de partido, el presidente en calidad de no se sabe qué y sin nombrar en
base a qué ley se firma. Ese acuerdo es pues un negociado. Un desvergonzado
arreglo del que nada se nos dice. Hubo reparto, pero los salvadoreños no se han
enterado en qué ha consistido.
Pero la enseñanza más importante que podemos sacar de todo esto es que
ningún partido de los que pueblan los curules de la Asamblea representan los
intereses de los trabajadores. El patronato defendió a su principal partido.
Pero el resto de partidos no son sus enemigos. La oligarquía salvadoreña puede
dormir tranquila, pues más allá de la retórica acalorada de estos días, sus
intereses no han sido nunca amenazados. Los partidos políticos como chuchos y
gatos se pelean el pastel estatal. Es esta la triste realidad de nuestra vida
política.
Creo que ante este panorama es muy poco proponer una Constituyente, poco o
inútil, pues la vida política nacional está dominada por estos partidos, que
serían los que enviarían el mayor número de diputados a la Constituyente.
¿Piensan algunos que en pocos meses de campaña electoral se puede transformar
por completo el espectro político nacional?
Creo que la llave de nuestros problemas se encierra en esa última pregunta.
En primer lugar no se va a poder cambiar ese panorama si no existe una nueva
organización que se proponga esa transformación. Una nueva organización que en
la práctica de su propio accionar en la sociedad muestre que es posible hacer
política de otra manera. Que el fin real de la política no es el poder como algunos
se empeñan en afirmarlo. El poder político es un medio para transformar la
sociedad. Pero transformar la sociedad se puede desde ya, justamente introduciendo
prácticas y objetivos nuevos que tiendan a volver actores a los ciudadanos que
hasta hoy apenas si han sido espectadores.