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27 septiembre 2012

¿Diálogo, polémica? ¡Sepa Judas!

Mi anónimo corresponsal que cortó la discusión, ha decidido seguir la plática y hoy  me ha enviado tres comentarios, que voy a publicar aquí y también responder uno por uno.  Bueno, voy empezar por el primero, ya veré si tengo tiempo para el resto.  Lo que copio en itálicas corresponde al escrito de mi corresponsal, en negrita es mi respuesta.



”La pura ignorancia y las ganas del triunfo dialectico fácil nos hacen hablar del revisionismo universitario. Cuál tu tía, cuál revisionismo. Seamos serios, mano. Quien esto escribe no es un receptor pasivo ni repetitivo de las ideas de otros (sean idealistas o materialistas) y ni White, ni Anderson, ni Cassirier, ni Ricoeur pertenecen al ámbito del revisionismo universitario por la simple y sencilla razón de que no son marxistas. La pregunta del millón, estimado “sabio”, es si su posición teórica los vuelve anti-marxistas (sea que nieguen la lucha de clases o el predominio de la base sobre la superestructura). Para saber esto hay que leerlos, estudiarlos y debatirlos, pero, por lo que veo, algunos prefieren poner etiquetitas facilonas y demagógicas para ahorrarse el esfuerzo de pensar y debatir””.



Al referirme al revisionismo universitario, lo hice aludiendo al término de Lenin el “marxismo profesoral”. Me referí claramente al hecho de que algunos  “envilecen el marxismo”, como se expresaba Lenin,  bajo el pretexto de mejorar el pensamiento de Marx, lo mezclan con el idealismo.



No me he puesto a discutir ni con White, ni Anderson, ni Cassirier, ni Ricoeur, sino que con vos. Que sea tu deseo escudarte detrás de esos nombres, no es asunto mío. Que estos autores no sean marxistas o lo sean, en nuestra discusión es irrelevante, pues no se trata de ellos. Que no podás pensar con tu propia cabeza queda manifiesto al recurrir a ellos sin aportar tu propia posición.



El asunto, lo que yo abordaba, lo que introduje en la discusión fue una posición política de Dagoberto Gutiérrez. Pues donde ha repetido su afirmación que el “estado es una ficción” fue en foros políticos. Si esto según tu parecer encierra un problema filosófico sobre  “la naturaleza y el origen de dicha objetividad”,  creo que sobre esto te respondí  ya ampliamente y sobre lo que te he dicho allí no decís nada, no rebatís nada, en ningún momento, apenas tu alusión que me mantengo en materialismo del siglo XVIII.  (Ver mis respuestas a los comentarios en el artículo precedente).



Fijate que al decir “La pura ignorancia y las ganas del triunfo dialectico fácil nos hacen hablar del revisionismo universitario”, usás el término “dialectico” en una acepción vieja, diría ya bastante rancia, pues ya Kant, Hegel y Marx le dieron otro significado y es el que se ha impuesto dentro de los marxistas. La acepción que retenés se ha quedado no en el siglo XVIII, sino que se ha ido a vagar por la Antigua Grecia, es cierto que muchos persisten en ignorar el nuevo sentido dado por Hegel y Marx.  Pero no te digo esto para reprocharte alguna ignorancia, ni te acuso de simples ganas de vencer en nuestra discusión. Por mi parte también conozco ese uso y la crítica que hace Hegel en la “Introducción” a su “Lógica”. Tampoco te voy a reprochar que ignorés este punto.


“”Recuerde lo que le digo, usted confunde los planos de la discusión y por eso hace mala filosofía ahí donde tendría que hacer teoría social y hace mala teoría social ahí donde tendría que hacer filosofía. Como confunde los planos del debate e ignora el sentido preciso que tienen los términos “ficción” y “realidad” en una teoría como la de Castoriadis, por ejemplo, usted entra como un caballo en medio de un banquete””.




Tu cólera y tus resentimientos no me sorprenden. Te repito que no discuto con otras personas, sino que con vos. Creo que no te has dado cuenta, por mis definiciones de ficción y de realidad, que pertenezco a una tendencia filosófica determinada profundamente materialista. Y que si aceptara otras definiciones que puedan dar otros autores, abandonaría mis convicciones. Por el momento, por falta de capacidad, por falta de no sé qué motivos, en ningún momento me has dado tu propia definición de ficción, ni de realidad. Ni siquiera pidiéndosela prestada a Castoriadis.




““Como usted desconoce el contenido preciso que adquieren los términos en el debate teórico más reciente, los toma del sentido común, es decir, de los rescoldos que ha dejado en la cultura moderna el materialismo del siglo XVIII. Usted está en su derecho de asumir el horizonte del sentido común, siempre que lo haga de forma crítica y siempre que conozca la trama filosófica de un debate que se plantea en torno al estatus ontológico de lo simbólico y su poder en la configuración de las instituciones””.



Aquí pienso que la cuestión no se trata “del contenido preciso que adquieren los términos en el debate teórico más reciente”, el asunto es si los acepto o no. El meollo filosófico reside en que la realidad no es algo que se demuestra, sino que se constata. Realidad es lo que está afuera de nuestra conciencia. Esta formulación no viene del siglo XVIII, sino que por primera vez se plasmó en el siglo XIX por los fundadores del materialismo dialéctico.


El problema de la existencia (lo que llamás “estatuto ontológico”) de lo simbólico no tiene nada que ver con la definición de “ficción”. Lo simbólico son convenciones sociales que aceptan tal o cual fenómeno como representando otra cosa, que adquiere un valor social. Estos símbolos pueden adquirir formas materiales o reposar en discursos. Su existencia es indiscutible, como la existencia de las ficciones, pero el problema planteado es si el estado es apenas una red de convenciones aceptadas por una comunidad o si este es el conjunto de instituciones que impone sus normas, sus valores, su fuerza a la sociedad y que todo esto se hace o no en beneficio de la clase dominante en la sociedad. Para constatar esto no necesito ir a leer o releer el idealismo “más reciente”.


Como no compartimos los mismos fundamentos filosóficos, no te puedo acusar de ignorancia, tampoco te voy a exigir que adoptes mis términos y que en tu razonar uses mis conceptos. Es esto lo que me exigís, me llamás ignorante porque no comparto tus ideas, porque no acepto que las ideas sobre el estado sean de mayor consistencia que el estado mismo. El estado no es el conjunto de ideas que los hombres tienen de él, sino que esa realidad que existe afuera de sus conciencias.



”Quien entra como un caballo en medio del banquete entra gritando ¡El Estado existe¡ como si alguien estuviera cuestionando dicha existencia. La frase provocativa de Gutiérrez no niega la existencia del Estado, lo que abre es una discusión sobre la naturaleza objetiva de dicha existencia ¿En qué se diferencian las personas de las cosas? ¿En qué se diferencian el ministerio de cultura y el volcán de Izalco, si ambos pertenecen a la realidad?”






Fijate que hasta aquí, hasta este último parágrafo no me has aportado ni un solo argumento, Afirmás mucho, insultás bastante, pero todo al modo asertorio, sería pues conveniente que lo hicieras al modo apodíctico. Adopto estas palabrejas para que me entiendas.



Con esto llego a otro punto, no es inventando jergas que uno se vuelve filósofo, no es dándole nuevas definiciones a las palabras que uno crea un sistema filosófico.



Aunque lo que quiero que quede meridianamente claro es que Dagoberto Gutiérrez al decir, sin mayor explicación, sin explicitar el contenido de lo que quiere decir, permite cualquier interpretación, como las que has venido haciendo en toda esta polémica. Creo sinceramente que el creador de un nuevo partido que tanto ha criticado al partido en el gobierno, debe de adoptar posiciones claras y contundentes. Su estilo es usar paradojas, lanzar frases cuyo sentido no reside en las palabras que la componen, sino que en lo que cada uno pueda suponer. Eso se asemeja al que lanza una red de pescador muy menuda para que caiga el pez gordo, como el pez flaco.



Sobre la naturaleza objetiva de la existencia del estado creo que me he explicado ampliamente, tanto en el artículo anterior, como en las respuestas que le ha dado a tus “comentarios” a ese artículo.



Me sorprende que repitás tanto que el tema es ese y no lo que yo abordo, aunque sea yo quien haya abierto el debate. Es cierto que me decís que ignoro los términos de tus filósofos y en los que Gutiérrez ha introducido el tema. Perfecto. Pero sigo sorprendido. Pues lo repetís en cada una de tus intervenciones y has sido incapaz de dar por lo menos un “chingastito” sobre “el origen y la naturaleza” del estado-ficción de Gutiérrez, tampoco no decís nadita de su “estatuto ontológico”.



Por último, si querés que publique alguna respuesta, espero que asumás tus opiniones, firmando con un nombre y un apellido identificables. Así volvemos más sana esta polémica.



Lo que sigue es la última respuesta que le dí a mi interlocutor en los comentarios:


Al final llegaste adonde tenías que llegar, te acercaste a los postulados idealistas de las palabras de Dagoberto Gutiérrez. Lo que me proponés es que acepte la filosofía idealista que vuelve real la idea, como si las ideas fueran primeras a la realidad misma. Pensás con todos esos ideólogos y me confirmás que este es el fundamento filosófico de Gutiérrez. No es que desconozca esas posiciones, sino que no estoy de acuerdo, también por razones filosóficas.


El problema de esa concepción filosófica es que quiere volver más real la Idea que se tiene del estado, suplantando la realidad del Estado por esa idea, deseando darle a esa idea la consistencia de real. No se trata pues que lo que he enumerado sean simples lugares comunes, más allá que muchos puedan aceptarlos, se trata de características que tienen realidad más allá de mi conciencia, más allá de la idea que me pueda hacer del estado. 



Porque en definitiva, lo que resulta es que el instrumento de dominación de la burguesía, no es simple envoltorio ideológico, sino que instituciones reales de toda índole, incluyendo las que crean la ideología dominante.



Esa ideología que reina en las universidades por tener el monopolio, por ser dominante no implica que repose en algo sólido. Me decís de nuevo esto: “el tema que se discute es cuál es la naturaleza de dicha objetividad” y vos con Gutiérrez respondés es ficción. Es decir que toda la realidad del estado la reducen a esto, te cito: “Cuando dice que es una ficción alude a su naturaleza de “creación simbólica” de carácter colectivo”. Es decir que vos pensás que esta “creación simbólica” tiene mayor importancia, tiene mayor “existencia” que lo que has catalogado como “lugares comunes”, pero que si se refieren a lo que está afuera de nuestra conciencia, que son independientes de nuestro pensamiento. Al contrario, a lo que se tiene en las conciencias vos le querés dar una consistencia de realidad que no tiene. Esa “creación simbólica” no tiene otra realidad que ideológica, es decir se trata de una “idea” sobre la realidad, o sea que no se trata que el “estado es una ficción”, la ficción, lo irreal son las ideas que nos presentan y nos inculcan los ideólogos sobre el Estado. 


Esa concepción se enfrenta a dificultades inexpugnables. Afirmar la existencia de lo que no tiene realidad sensible, es privar filosóficamente hablando a la afirmación de existencia de toda prueba convincente. Cualesquiera que sean efectivamente los límites e incertitudes del conocimiento sensible tomado en sí mismo, presenta el carácter capital de ser una experiencia concreta de una relación con la realidad exterior a mi conciencia y que existe independientemente de ella. Esta experiencia es en su principio repetible por mí mismo, como por otras personas cuántas veces se quiera. Es ella la que contiene una objetividad constriñente para todos los espíritus. 



Al contrario, la pretendida existencia objetiva de “realidades inmateriales” (tu “creación simbólica”) puede ser sostenida únicamente por razonamientos de carácter abstracto. Ya en “La crítica de la razón pura”, Kant ha establecido que no se puede demostrar la existencia de lo que sea por un razonamiento, pues la existencia no es una simple propiedad lógica, un simple atributo —o el predicado, como dicen los filósofos— de un concepto. La existencia no se demuestra, se constata.



Vos, Gutiérrez y los ideólogos que me has citado, cuya lista es, por supuesto, más amplia y que reinan en las universidades, pueden perfectamente afirmar que “vemos” las esencias por una “intuición intelectual”, el pensamiento no es un sentido y no puede establecer la existencia de los “objetos” de manera necesaria: si esto fuera posible, hace mucho tiempo que los hombres se habrían puesto de acuerdo sobre una misma filosofía. La pretendida existencia de esas realidades inmateriales (“la creación simbólica del Estado” en este caso) será siempre el objeto no de un saber, sino que de una creencia.



Es cierto que una creencia (esa “creación simbólica”) puede adquirir históricamente la consistencia de una fe religiosa, de una ideología dominante, y ser vivida y aceptada por muchos hombres, esto es un hecho de suma importancia, pero la diferencia esencial del conocimiento sensible, esta creencia, esta ideología dominante, no se convierte en absoluto en una experiencia compartida por todos los hombres, reproducible cuantas veces se quiera, universalmente necesaria.



Voy a lo esencial del problema que nos toca. Cuando Dagoberto Gutiérrez afirma que “el estado es una ficción”, se expresa inapropiadamente pues la ficción no es el estado, sino que las ideas que los ideólogos burgueses nos presentan como el estado. Pero al expresarse de esa manera, Gutiérrez lo hace como en otras ocasiones, buscando crear un efecto retórico, habla paradójicamente y crea más confusión que otra cosa. Sobre todo que a lo que vos has querido minimizar, llamándolo “lugares comunes” no lo toca, como si lo que hubiera que combatir fuese esa ficción y no la realidad palpable del estado oligárquico. Por mi parte, la batalla es realmente doble, contra la ideología, pero sobre todo contra la realidad. Y para ser claro, no me voy por las ramas, sino que trato dentro de mis posibilidades de manifestar el carácter clasista del estado salvadoreño.



10 septiembre 2012

El Estado no es una ficción


Cerca de una semana atrás, una amiga en el calor de una discusión, en Facebook, en un foro, me dijo que siempre quería tener la razón y que era un egocentrista. Bueno, tal vez sea cierto eso del egocentrismo, pero lo otro de que siempre quiero tener razón, pues eso tiene doble sentido. Uno, que quiero tener razón aunque no la tenga. El otro que me esfuerzo en argüir. Pero en esa discusión no recibí realmente un argumento en contra de lo que exponía. Puede ser que hubiera cambiado de opinión, pero no lo creo. 

Por qué lo digo, pues difícilmente me podrán convencer que “el Estado es una ficción” como lo ha afirmado Dagoberto Gutiérrez en varias oportunidades.

Pero hay algo sobre lo que quiero detenerme. Cuando entro en una discusión como esta, por supuesto que lo hago con mis ideas y pienso que estas son ciertas. Es decir, que cuando entro a discutir sobre algo, obligatoriamente debo pensar que tengo razón. Imagínense que entrara  en una discusión pensando que estoy equivocado. ¿Acaso eso no sería una especie de locura?

Claro que discutir sobre este tema no es baladí, no lo hago por frivolidad, porque de manera caprichosa piense que se impone llevarle la contraria al líder del partido Nuevo País. Me parece que la concepción del Estado no es un asunto secundario. Hace como unos cuatro años atrás le reprochaba al FMLN no tener una teoría sobre el Estado oligárquico, que no se habían parado a pensar en su naturaleza, que carecían de un análisis concreto. Se trata pues para mí de un tema recurrente.

En mi opinión era grave esa situación de un partido —que entonces todavía se presentaba como socialista y revolucionario y que se estaba preparando a asumir las riendas del gobierno— no procediera a plantear el problema del poder estatal de la clase dominante. En aquel entonces uno podía pensar que tenían intenciones de emprender reales cuestionamientos a la dominación oligárquica. Puesto que el meollo de nuestro atraso no tiene otro origen. La dominación oligárquica es global y la ejerce a partir de todos los aparatos de dominación, sin dejar ninguno de lado.

La burguesía oligárquica ha obtenido de nuestro pueblo, en su gran mayoría, el consentimiento de su dominación. Nadie se atreve a plantear que nuestro atraso se debe a que esta casta oligárquica es retrógrada y que en su desenfrenada sed de enriquecimiento ha conservado un nivel extremadamente bajo de los salarios y del nivel de vida de los salvadoreños. Ha sido incapaz de introducir en el país, a pesar de su creciente acumulación de capitales, un desarrollo productivo y correlativamente a esto, mantiene un bajísimo nivel educativo, una mano de obra poco preparada. Pues al negarse a dar una real contribución a las arcas del Estado, este no ha podido responder a las necesidades sociales que se han planteado al país.

Quiero decir con esto que la oligarquía siempre ha tenido una actitud rentista respecto a las actividades económicas que ejerce en el país. De manera regular y tradicional los oligarcas han exportado sus ganancias, durante años no las repatriaban. El Estado para funcionar ha tenido que irse endeudando para poder satisfacer las exigencias oligárquicas y mantener un aparato de Estado represivo siempre dispuesto a intervenir en defensa de esos intereses. Los trabajadores, las familias pobres han recibido poco, muy poco.

El gobierno actual ha hecho algunas reformas mínimas. La ANEP se conduce como si el gobierno de Funes estuviera ya construyendo el “infierno socialista”. Los oligarcas saben que no se puede darle a los trabajadores lo mínimo de derechos, pues temen que nuestro pueblo se despierte y se dé cuenta que es posible exigir sus derechos. Les cuesta ver que su Estado, el que está a su servicio, pueda ser el que sirva para ese despertar, eso es lo que temen. Es ese el origen de la quisquillosa conducta de la ANEP y su principal partido político respecto al gobierno de Funes.

Pero este Estado no puede ir muy lejos en sus “reformas”. No lo ha hecho durante casi siglo y medio de dominación oligárquica, lo que han ido aflojando ha sido lo estrictamente necesario para reproducir la población que les proporciona la fuerza de trabajo dócil y sumisa que hay en el país.

El problema del Estado no es una cosa secundaria, que se pueda tratar superficialmente. Es justamente un problema crucial, la manera cómo lo resolvamos, nos dará las indicaciones para las batallas políticas que se imponen hoy. Pues es a partir del Estado que se estructura toda la opresión de la clase dominante.  Esta opresión se manifiesta en todas las esferas de la vida social salvadoreña. Es a partir de esta dominación que se debe encarar las luchas para cambiar la sociedad.

Plantear claramente el carácter clasista del Estado me parece imprescindible, si lo que se propone un partido o un movimiento político-social es resolver los problemas del país.  

01 septiembre 2012

Alternativa al "juego democrático"


El sufragio en sí no constituye nada más que una manera de determinar una mayoría, a la que de alguna manera tiene que someterse la minoría. En esto puede que no haya fraude. El fraude se realiza en que las opciones visibles son las que representan los intereses de las minorías (capitalistas). El elector no se determina por los programas que apenas puede leer (no sólo por el analfabetismo), no se determina en plena consciencia de sus propios intereses. Es este el juego "democrático". Durante las extremadamente largas campañas, lo más importante no es la propaganda política, sino la publicidad para vender una imagen. Es por eso que en las discusiones de ahora se habla mucho de la imagen de los candidatos como aspecto primordial (Funes llegó a la candidatura y a la presidencia porque tenía visibilidad mediática, imagen de moderado). Resultó que no era ningún moderado, sino que un liberal radical y dogmático.

Por consiguiente, el único beneficio en la participación en las elecciones que puede obtener un partido revolucionario (me refiero a un partido revolucionario, pues se habla de adaptarse al sistema existente, los otros no se adaptan, sino que lo promueven), es contar a la población sobre la cual ha obtenido cierta influencia, de medir de alguna manera sus fuerzas. Insisto en eso “de alguna manera”, pues las elecciones tampoco son el reflejo  exacto del nivel de consciencia ciudadana.

Entonces ir a las elecciones, en cierta medida es entrar en algo viciado, en algo que difícilmente por sí solo va a aportar soluciones a los problemas. Claro que nadie espera que las elecciones arreglen nada, me refiero que a través de ellas solamente se logre alcanzar una mayoría favorable a las necesarias transformaciones estructurales para resolver los problemas sociales y económicos que enfrenta la población.  ¿Qué implica esto? ¿Qué la única opción es la guerra?

Pero el problema de la alternativa sí que es crucial. O sea lo que se plantea es lo siguiente, ¿el principal objetivo para un partido revolucionario es participar en las elecciones o tratar de obtener la famosa hegemonía en la sociedad de la que hablaba Gramsci? Últimamente se habla mucho de esta hegemonía, de Gramsci. Hasta socialdemócratas se han puesto a citarlo. Pero esta hegemonía significa un cambio radical en la correlación de fuerzas en el seno de la sociedad, para ello es necesario combatir la ideología dominante, que implica, entre otras cosas, que el voto en sí es democrático, que el capitalismo es un estado natural de la sociedad, que los patrones dan trabajo. Sobre esto último, ellos compran la fuerza de trabajo, vuelven mercancía a los hombres, los alienan.

Pero este cambio apenas esbozado no se realiza solamente en el discurso del partido, es necesario promover la organización de los trabajadores en los centros de producción. La organización es necesaria para la lucha por los intereses inmediatos de los trabajadores, salarios, mejores condiciones de trabajo, transporte, vivienda, etc. Es decir despertar la consciencia que todas esas cosas no son dádivas patronales o gubernamentales, sino que derechos de los trabajadores. Pero esta práctica de luchas se tiene que acompañar de una permanente lucha ideológica sólida, que enfrente toda la extensión de la ideología dominante.

Pero todo esto parece ya una repetición de lo consabido, de lo ya hecho en otros lugares y en el país, en otros tiempos. Y en parte es cierto. Es por eso que es necesario tener hacia el pasado una mirada crítica, analizar que ha sido lo que fracasó, cuáles fueron las trabas. Me parece justamente que una de las principales fue que se dio por sentado que sólo los dirigentes deben (pueden) pensar, que la teoría siempre es complicada y algunos la piensan incluso superflua. No se trata tampoco de volver filósofos profesionales a todos los trabajadores. Pero si se les tiene que dar los instrumentos para la reflexión autónoma. Esta reflexión autónoma tiene que acompañarse de la más amplia posibilidad de participar en las deliberaciones, en las tomas de decisión. Esto presupone abandonar de lleno todo verticalismo. Pero ¿cómo se hace esto? Este es un problema práctico, pero que conlleva la reflexión sobre la “forma partido”. O sea que alternativas a fundirse sin más al juego “democrático” existen, se pueden seguir buscando.