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26 abril 2013

De nuevo en torno al método de Marx



Recientemente publiqué un artículo sobre este mismo tema (para leerlo pulse aquí), me gustaría continuar ahora con dos puntos que, me parece, pueden ir adelantando un poco sobre el estudio del método de Marx. La manera justamente en la que estoy procediendo no es la que mejor se apega al método marxiano. Me explico: estoy dando impresiones, consideraciones, hipótesis y por lo general cuando Marx aplica su método, como en la “Contribución a la crítica de la economía política” o en “El Capital” pone particular atención en la exposición del material y comienza realmente por el principio, es decir por poner ante nosotros la forma elemental de la riqueza del mundo burgués: la mercancía.

Marx despunta con la mercancía y su doble aspecto: valor de uso y valor de cambio. Empieza pues por lo que muchos han llamado la “célula” del tejido económico de la sociedad capitalista. Se trata de una metáfora, por cierto muy ilustrativa, pero al mismo tiempo un poco perniciosa, pues sin que los que la usan, se lo propongan, nos devuelve a los símiles precientíficos, cuando lo social se asimilaba a los organismos animales. Y lo que es peor, nos priva de un concepto metodológico y filosófico sumamente importante: forma elemental. Esta forma elemental es una y al mismo tiempo se presenta en su doble aspecto. Uno de estos aspectos es la parte puramente material, la que puede satisfacer alguna necesidad y que se realiza en el consumo. “El modo de existencia de la mercancía en tanto que valor de uso coincide con su modo de existencia físico tangible”.

Marx es el gran pensador moderno de la forma. Es por ello que es importante seguir en sus obras económicas y sociales todos los desarrollos que efectúa respecto a las distintas formas que va abordando. En la historia de la ciencia se ha buscado justamente estas formas elementales, la célula misma, los átomos fueron en su momento las formas elementales de sus ciencias respectivas. El avance de la ciencia ha ido obligando a los científicos a redefinir cuál es esa forma a partir de la cual hay que iniciar la descripción de la materia estudiada. Aquí no estoy empleando la palabra “materia” como sinónimo de asignatura, sino como parte de la materialidad del mundo.

Desde la primera página de la “Contribución”, Marx nos introduce a otra forma: la forma social de la riqueza. El valor de uso es el contenido de esta forma social de la riqueza y nos dice que este contenido es indiferente a la forma social. Un pedazo de queso puede ser producido por un esclavo, un siervo o un obrero y el gusto será más o menos el mismo y satisface siempre el mismo tipo de necesidades. Lo que significa que el valor de uso no expresa una relación social de producción. “Parece que para la mercancía es una condición necesaria ser valor de uso, pero que es indiferente al valor de uso ser una mercancía”. En tanto que valor de uso, la mercancía aún no entra en el dominio de la economía política. Entra en este dominio cuando ella misma constituye una determinación formal. Entonces la mercancía constituye la base material sobre la que se manifiesta de manera inmediata una relación económica determinada, el valor de cambio. Luego Marx desarrolla en detalle en qué consiste el valor de cambio. Lo que deseo señalar aquí precisamente es el punto de partida de la exposición del material, Marx inicia todo el desarrollo de sus teorías económicas de lo más sencillo hacia lo más complejo, si se quiere de lo más abstracto hacia lo más concreto, pues Marx pretendía terminar su exposición con el análisis del mercado mundial y entendiendo que lo concreto es la unidad de múltiples y distintas determinaciones.

El otro punto metodológico de Marx que deseo abordar es justamente su crítica del mal uso de la abstracción, de la mala abstracción. Un ejemplo de esta crítica la encontramos en las primeras páginas de la “Introducción a la crítica de la Economía política”. Tanto Smith, como Ricardo comienzan sus explicaciones por el “cazador y el pescador singular singularizado” que se trata de una de esas “chatas ilusiones de las robinsonadas del siglo XVIII”. Este cazador y este pescador representan al productor universal, atemporal y desposeído de toda determinación. “En esta sociedad donde reina la libre concurrencia, el individuo aparece desconectado de lazos naturales, etc. que lo convierten en épocas históricas anteriores en accesorio de un conglomerado humano determinado y delimitado”, el individuo productor “aparece en un estado de dependencia, miembro de un conjunto mayor: este estado se manifiesta en primer lugar de manera totalmente natural en la familia, y en la familia ampliada hasta formar la tribu, luego en las diferentes formas de comunidad salidas de la oposición y de la fusión de las tribus. Es solamente en el siglo XVIII, en la “sociedad civil burguesa” que las diferentes formas de la interdependencia social se le presentan al individuo como un simple medio de realizar sus fines particulares, como una necesidad exterior. Pero la época que engendra este punto de vista, el del individuo singular singularizado, es precisamente en la que las relaciones sociales (y desde ese punto de vista, universales) han alcanzado el desarrollo más grande que hayan conocido. El hombre es, en el sentido más literal, un zôon politikon, no solamente un animal sociable, sino un animal que no puede constituirse como individuo singular sino que únicamente al interior de la sociedad”.

El cazador y el pescador de Smith y de Ricardo son este individuo del siglo XVIII, productos “de una parte de la descomposición de las formas de la sociedad feudal y por otra parte de las fuerzas productivas nuevas que se han venido desarrollando desde el siglo XVI”.  Este individuo se les presenta como un ideal, cuya existencia remonta hasta el pasado más remoto. Este individuo no es para ellos “un resultado histórico, sino […] el punto de partida de la historia, puesto que lo consideran como un individuo natural, conforme a su representación de la naturaleza humana, que no tendría su fuente en la historia, sino que habría sido puesto por la naturaleza”. Es por eso que ellos se imaginan al cazador o al pescador produciendo en la total soledad y creando riquezas de la manera más solitaria como un Robinson Crusoe. Este tipo de abstracción en el que se le despoja al individuo de todo lo que hace su esencialidad, las relaciones sociales, históricamente determinadas, son las que más abundan en las más “refinadas” filosofías modernas e incluso en algunas ciencias que prefieren hablar del “hombre” y no de los individuos.

                                                                                 

19 abril 2013

¿La lucha por el socialismo es posible todavía?



La necesidad de cambios en las estructuras sociales del país aparece como una evidencia para todo el que se dice de izquierda o simplemente se preocupa por el modo de vida que lleva la mayoría de salvadoreños. No hace falta que cada vez se describa la precariedad en que vive la población  y se den cifras que corroboren esta situación. Al contrario, es urgente que se discuta con profundidad qué tipo de cambios se necesitan.

Voy a recordarles a muchos que en el país estuvo planteado por las organizaciones revolucionarias el cambio de estructuras económicas y sociales. Se habló durante años de construir el socialismo. Se emprendió la guerra con ese objetivo. Esto estaba escrito con todas sus letras en el programa del FMLN antes de que la corriente reformista tomara la dirección e impusiera su visión y sus objetivos. Sobre esto ha aparecido un interesante artículo en “Rebelión” de Joel Arriola (para leerlo den un clic aquí). Este recordatorio me parece imprescindible en la medida en que esta opción ha desaparecido totalmente en el discurso político salvadoreño y que el FMLN asume sin tapujos su papel de administrador estatal de los intereses del gran capital. No creo que valga la pena tampoco citar a los dirigentes del FMLN y al candidato a la presidencia proponiendo sus servicios a los empresarios. Sí, tal vez se imponga mencionar los más recientes piropos de Sánchez Cerén: “"Ustedes (sector empresarial) son el alma, el corazón y el motor del crecimiento económico del país. Los necesitamos a ustedes". Este salmo forma parte de la ortodoxia propagandística de la burguesía, es el que justifica el lugar que ocupan los burgueses en la sociedad. Es la íntima convicción de la cúpula efemelenista.

La desaparición casi total en el discurso político salvadoreño de la construcción del socialismo no es fortuita, es la consecuencia de la nueva correlación de fuerzas creada por el derrumbe del “socialismo real” y del triunfo ideológico del liberalismo en todas las sociedades capitalistas.

Hace algunos años, el editorialista Altamirano, más recientemente el presidente Funes, en una fácil retórica, alegaba que nuestro pueblo era eminentemente anticomunista y que si se le preguntaba si desea el socialismo respondería por la negativa. Esta evidencia no obstante oculta otra realidad: la insatisfacción de los salvadoreños por la vida que les impone el capitalismo y sobre todo las aspiraciones y anhelos de poder cambiar esa vida. Altamirano dirige y es propietario de un órgano de prensa que lleva adelante una lucha ideológica, en compañía de la gran mayoría de los media salvadoreños. Esta lucha ideológica es esencialmente anticomunista, mucho más anticomunista que procapitalista. La sociedad capitalista existe, la vivimos, se le exalta más como la garantía de una libertad muy abstracta para la mayoría, pues en concreto se trata de la libertad de emprender, de poder ser parte de esa “alma”, de ese “corazón”, de ese “motor” del que habla Sánchez Cerén. En otras palabras de ser parte de la clase dominante, de la clase que explota.

Sin embargo y muy a pesar de que el tema de la construcción del socialismo ha desaparecido, a pesar del derrumbe de los Estados socialistas del Este europeo, la lucha en su contra no amengua, no decae. Es esta lucha casi solitaria, contra un enemigo casi fantasmal, la que ha ido conformando el modo de pensar de los salvadoreños. No es pues una falsa certidumbre la de Altamirano y la de Funes, que si le preguntamos a la gente si desean una sociedad socialista, nos responderán mayoritariamente por la negativa.

Pero esa pugna solitaria de los órganos ideológicos de la burguesía salvadoreña no ha sido lo único que ha evacuado la aspiración por otra sociedad, resulta que el mismo derrumbe del “socialismo real” ha contribuido quizás con mayor impacto. Podemos preguntarnos si ante un tal fracaso ¿no vale la pena dejar que el mundo siga su curso sin mayores sobresaltos?

La respuesta pareciera imponerse por sí misma, no obstante el abismo que se abre entre la vida que anhelamos y la que tenemos, nos deja también la amarga certidumbre de que el mundo así como es, es un mundo estancado. Que aceptar que no hay remedio a la actual condición humana es pretender cerrar las ventanas y las puertas al futuro, privarla de horizontes. Es aceptar que tiene razón Fukuyama que la historia se ha terminado.

Esto nos lleva a concluir que urgimos de otra sociedad, que el cambio planteado no es producto sólo de un raciocinio, sino que resulta de la realidad misma, de su propio movimiento. Pero si el cambio se nos impone, no sabemos ni siquiera cómo dar los primeros pasos hacia el futuro. Sabemos que la política actual del gobierno de Funes/FMLN no lleva a resolver los problemas nacionales, tampoco, ni mucho menos podemos esperar que los resuelvan los partidos de derecha, ARENA o GANA. Las soluciones urgen, esto lo sabemos todos.

Pero la urgencia no debe conducirnos a la impaciencia, en esto tiene mucha razón el filósofo alemán Hegel, que la impaciencia quiere llegar al fin, sin darse los medios. Hay quien piensa que mientras tanto es necesario hacer propuestas detalladas, cifradas, racionales, aceptables, etc., en otras palabras, realistas. Sin preguntarse quién las llevará a cabo, si el gobierno actual se dignará a darle un vistazo, por muy realistas que parezcan. Algunos piensan que apenas se trata de resorber el déficit fiscal, de encontrarle un equilibrio al presupuesto, de disminuir los gastos del Estado. En el fondo, estas proposiciones y consideraciones se quedan en el mismo reformismo socialdemócrata o si quiere, del FMI. Pues estas sesudas proposiciones no cuestionan los fundamentos mismos de la sociedad capitalista. Ellos en el fondo aceptan los consejos de pragmatismo que le daba al FMLN, el exdirector del BCR, Carlos Acevedo (pulsen aquí). En resumidas cuentas es una invitación a aceptar el mundo tal cual es, aceptarlo como una entidad eterna e inmutable.

Hay en las palabras de Carlos Acevedo una aserción que funciona en el discurso ideológico burgués como un postulado: “el FMLN debe de ser más pragmático y aceptar que la economía de mercado funciona mejor que los regímenes de orientación socialista”.  Y agrega: “Los regímenes exitosos de orientación o inspiración socialista de alguna manera han tenido que adaptarse a ese entorno global de economía de mercado” y puso el ejemplo de China, “una de las naciones que el mismo FMLN ve y ha calificado como exitosa”.

En apariencia todo tiende a darle razón a Acevedo y al resto de apologistas del capitalismo. Qué mejor demostración que el catastrófico derrumbe del “socialismo real” en el Este europeo. La desbandada ha sido general. La evidente bancarrota de las economías de esos países no es un invento y su fracaso no se le puede imputar únicamente al bloqueo imperialista, aunque haya contribuido.

Es menester entonces determinar a qué se ha debido el fracaso. Tanto en el pasado, como en el presente hablamos de la necesidad de emanciparnos del capitalismo, esta forma social definida por la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, fuente de la explotación del hombre por el hombre y de todas las plagas sociales que conlleva. La transformación fundamental que se impone por consiguiente es de pasar a la apropiación colectiva, socializando los principales medios de producción y de cambio, a través de nacionalizaciones extensas, lo que permitiría sustituir las leyes salvajes del mercado por una gestión controlada racionalmente. Tal mutación de las relaciones sociales es posible únicamente a condición que previamente se le haya arrancado a la clase poseedora la capacidad de disponer de la fuerza constriñente del Estado. Conquistado el poder político, la clase obrera y sus aliados podrán organizar democráticamente sobre una base totalmente distinta el conjunto de la vida social. Llevar a cabo estas arduas tareas presupone a su vez la existencia de un partido obrero revolucionario, fuerza organizada capaz de ejercer un papel dirigente de las masas trabajadoras a todo lo largo del proceso de la lucha de clases. Organización del partido de vanguardia, conquista revolucionaria del poder político, socialización de los principales medios de producción y de cambio, tales eran, más allá de cualquier variante, los tres principales capítulos claves del socialismo científico.

Ya asegurada la victoria del socialismo en un país o en una serie de países, aptos para resistir las embestidas previsibles del mundo aún capitalista que los rodea, se crearían las condiciones para la abundancia regulada de bienes y la disciplina libremente consentida de las personas, que harían surgir en la agenda social el pasaje del socialismo, fase transitoria, crucial, aunque aún incompleta de la emancipación humana, al comunismo. En donde cada una y cada uno podrá acceder a las riquezas sociales “según sus necesidades” y donde acabará por fenecer el poder del Estado y la humanidad por fin  pondrá término a su prehistoria.

Ahora detengámonos a cotejar con toda la seriedad posible este grandioso anuncio con la realidad efectiva de las sociedades “socialistas” del siglo pasado. De entrada podemos afirmar que la promesa hecha por lo esencial no se cumplió. Se debe admitir no obstante que las circunstancias eran profundamente desfavorables: los inclementes límites iniciales de desarrollo en casi todos los países que optaron por la vía socialista, los esfuerzos constantes, insidiosos e imperdonables del mundo capitalista por obstaculizar su crecimiento y su despliegue, la novedad extrema de muchos problemas que había que resolver. Al mismo tiempo se debe reconocer el valor de muchos logros significativos: los arranques económicos de gran magnitud, conquistas sociales de todo tipo, retroceso de muchas desigualdades, retroceso general de la alienación por el dinero, etc. Todo esto valida de alguna manera la promesa socialista anunciada, de lo contrario no se entendería cierta nostalgia por el pasado en amplias capas de la población de esos países que han tornado al capitalismo.

No quita que todo esto fue cubierto y manchado por la gravedad de todo lo que significa el desplome de la Unión Soviética y del socialismo del Este europeo. Lucien Sève caracteriza así la situación: “incoercible alergia a la democracia social y política susceptible de llegar hasta los crímenes de masa, tentativa obstinada de encuartelamiento de las consciencias, incapacidad fundamental de arribar a la alta productividad económica fundada en la implicación responsable de los productores, progresiva alza de las peores alienaciones hasta la pérdida del sentido histórico de toda la empresa y la bancarrota causada por la desafección popular”.

En lo que atañe a los países que se reivindican todavía o nuevamente del socialismo, en Asia o en Latinoamérica, se han encaminado, en diversos grados, por la senda de políticas de apertura controlada al capitalismo. La cuestión que se plantea hoy es de saber si este control no tiene por lógica ineluctable de convertirse en su contrario. En cuanto a los partidos de los países capitalistas que apuntaban a instaurar el socialismo, han perdido su credibilidad, con la implosión final del mundo soviético, algunos de esos partidos se han disuelto en las políticas neoliberales dominantes (es el caso de nuestro FMLN), otros perseveran levemente en sus opciones iniciales sin que ninguno hasta hoy haya logrado abrir en pensamiento, mucho menos en acto una gran perspectiva poscapitalista. El balance del último siglo es inclemente para el “socialismo científico”.

Lo que acabo de describir no incita para nada al optimismo. Pues en esta larga prueba, cada escalón en la caída, ha aportado su lote de disidencias y de tentativas renovadoras, pero ninguna ha conocido éxito alguno. Esto significa que los que quieren pensar de nuevo en el sentido de Marx en una efectiva emancipación humana, de entrada deben tomar la medida de lo que hace recaer pesadas dudas sobre la plausibilidad del proyecto.

Desde los años en que apareció el “Manifiesto del partido comunista” hasta la Revolución de Octubre y aún más allá, la línea de mira marxiana de una superación histórica del capitalismo ha exaltado enormemente las mentes avanzadas y ha movido a grandes combates emancipadores. Desde la emergencia del estalinismo hacia el final de los años veinte hasta el derrumbamiento del mundo soviético en los años noventa, esta misma mira ha despertado la desaprobación popular masiva y toda suerte de invalidaciones intelectuales muy severas, a la medida de las esperanzas suscitadas y al mismo tiempo defraudadas.

Y obligatoriamente tal cual están las cosas en este naciente siglo XXI, las certidumbres del editorialista Altamirano son compartidas por millones de gentes. A tal punto que la tentativa de pasar al socialismo para muchos se presenta como una amenaza que hay que conjurar a como dé lugar. Su posibilidad aparece minúscula ante aquellos que siguen deseando esa transición. Sin embargo hay un hecho nuevo innegable: la profunda crisis histórica del capitalismo le confiere a su superación una renovada credibilidad y hace aparecer claramente el exorbitante costo para la humanidad entera de su mantenimiento. ¿Esta transición es pensable en qué términos? ¿Por qué vías se vuelve accesible? Estas preguntas necesitan respuestas bien ponderadas, sin precipitaciones, es lo que permitirá llevar adelante políticas adaptadas a estas nuevas circunstancias.