La sabiduría popular se manifiesta en proverbios y refranes, estos resumen
experiencias milenarias. Se trata de verdades que se han ido imponiendo con el correr
del tiempo, ¿quién puede negar que “la unión hace la fuerza”? Son muchos los
casos, miles, en los que constatamos que al unir esfuerzos se logra lo que de
manera separada es imposible. Existe un refrán africano que expresa esto de una
manera todavía más contundente: “no se levanta una piedra con un solo dedo”. No
obstante si nos salimos del campo de los esfuerzos físicos iremos constatando
que no siempre se realiza lo que pregona el refrán. No obstante algunos piensan
que este refrán se puede transferir sin restricciones al terreno político.
Pero la realidad es muy distinta. En política no siempre la unión hace la
fuerza. Si consideramos que la fuerza en este sentido es llegar a los objetivos
que nos proponemos. Los que tienden a hacer de la unidad la meta, olvidan que en
política la meta no consiste en crear el instrumento. La unión debe servir para
alcanzar lo que el partido, la organización se propone. A veces la creación del
instrumento puede ser una meta intermedia y en algunas coyunturas llegar a ser
la meta principal. Pero la unión es eficaz cuando no se pierde de vista los
principios y las metas reales. Pues ir a una unión olvidando los principios,
cediendo posiciones, remplazando los objetivos en vez de darle fuerza al
movimiento puede sumirlo justamente en un abismo de espera y hasta obligarnos a
adoptar posiciones contrarias a los objetivos y a los principios de base.
Muchos piensan que para llegar a las alianzas es menester hacer
concesiones, no niego que exista esta necesidad, pero como siempre depende en
qué cedemos, si por llegar a la alianza debemos supeditar los intereses de los
trabajadores a los intereses de nuestros aliados, entonces la alianza se
convierte en una derrota que se pagará tarde o temprano y los que saldrán
perdiendo son las clases oprimidas. En nuestra historia se han dado muchas
uniones, alianzas que se consideraron como triunfos del movimiento
revolucionario, por lo menos es lo que declaraban los dirigentes y los
comunicados. Fue el caso de todo el proceso de unión que llevó a la creación
del FMLN.
No obstante una mirada lúcida hacia el proceso mismo puede mostrarnos que
lo que nos acaece ahora tiene en gran parte origen en ese momento. Se sabe que
entre las organizaciones que integraron el FMLN existían divergencias
ideológicas, que los planteamientos estratégicos divergían, que las
concepciones militares eran incluso incompatibles entre ellas. Eso se sabe
ahora y se sabía entonces. ¿Cómo fue posible entonces que se conformara el
FMLN? Sencillamente, pues se entró a aplicar el dicho de “la unión hace la
fuerza” sin mayor discernimiento. Incluso se abordó el momento militar aislado
de lo político, se pensó que uniendo las fuerzas militares en una sola
organización iba a ser más eficaz la lucha contra le dictadura. Pero las
divergencias eran tales y tan evidentes que el comando unificado dejaba a cada
organización toda la autonomía en el tipo de combates y en las maniobras a
realizar. En vez de poner en claro las divergencias profundas que existían y
buscar resolverlas, en vez de eso se las ocultó.
Los conceptos insurreccionalistas eran incompatibles con los conceptos de
una lucha popular prolongada. Las estrategias y tácticas se oponían, en una
visión predominaban los aspectos militares, en la otra la guerra misma se
supeditaba a lo político, a las metas políticas. Pero todo esto no se analizó,
se hizo como si no existiera, como si la búsqueda del derrocamiento de la
dictadura podría ser el común denominador suficiente para la victoria. No fue
así. Me he referido solamente a los criterios opuestos de las principales
organizaciones con mayor fuerza de combate. Los comunistas al entrar no tenían
mucha fuerza militar, pero tenían toda la experiencia de la conspiración. Todo
su pasado apuntaba a objetivos limitados, a realizar la “democratización” de la
sociedad salvadoreña. Ellos funcionaban bajo el criterio etapista impuesto por
Moscú. A simple vista parecía que todos tenían los mismos objetivos: cambiar la
sociedad. La retórica de guerra, las alusiones constantes al “marxismo-leninismo”,
la meta socialista anunciada y declarada por todos también contribuyó a que no
se buscaran profundamente las diferencias y ponerlas sobre la mesa.
La experiencia en la conspiración de los comunistas se impuso. Se impuso
tratando de acomodarse a todas las diferencias. Su táctica era de una “guerra
que se prolongaba”, detalle astuto y malicioso que adormecía en parte a los de
las FPL, con su “guerra prolongada”. Para los comunistas la guerra se iba
prolongando por la fuerza del enemigo, por la incapacidad popular de asestarle
golpes que realmente pudieran tumbar la dictadura. Pensaban que si se buscaba
un momento propicio para una insurrección la “guerra se podía acortar”. Esto no
tenía nada que ver con la estrategia de la “guerra prolongada” que en sí no
buscaba prolongar la guerra, pero por la fuerza de la dictadura, por la
intervención imperialista era necesario preparar al pueblo, a las masas, a
poder resistir y llevar adelante una lucha integral de larga duración. No se
trataba solamente de derrocar al ejército enemigo, sino que también de
construir un movimiento popular consciente de sus objetivos. Pero esto terminó
no solo con la muerte de Salvador Cayetano Carpio y de Mélida Anaya Montes,
sino que la misma práctica y el mismo desarrollo de la guerra contrainsurgente
aplicada por el enemigo, hizo que las masas sufrieran un repliegue y que las
organizaciones de masas no volvieran a tener el auge y el empuje de los años
setenta. Pero una vez que ya la unión se había logrado, entró a jugar otra
dinámica, se volvió una guerra de posiciones con momentos de guerra de
movimiento, en espera de la Gran Insurrección popular que nunca llegó a pesar
del genio tan cacareado de los comandantes. Pero paralelamente a esto se
desencadenó otro proceso que se convirtió en el fundamental, las negociaciones.
Todo acto político y militar apuntaba a obtener las negociaciones. ¿Qué se iba
a discutir en esas negociones? Pues el término de la guerra sin perjudicar a
ninguna de las partes, sin humillaciones.
No se negociaba el rendimiento del ejército de la dictadura, no se
negociaba los cambios estructurales por los que se creó el movimiento guerrillero.
La unión sin principios aclarados llevó al fin de la guerra y a la “democratización”
de la que ahora gozamos, en la que los parches en la fachada de la sociedad
oligárquica son los remedos de las grandes aspiraciones por las que tantos y
tantos jóvenes sacrificaron sus vidas. ¿La unión hizo la fuerza? Los que
terminaron fortalecidas fueron las fuerzas de la reacción, se quedaron con el
poder y los oligarcas que siguen con el usufructo de la economía del país.