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22 diciembre 2014

Contradicciones V



Los que se limitan a la lógica formal insisten que los contrarios no pueden ser y no son equivalentes simultáneamente, que los contrarios son verdaderos tomados bajo dos órdenes diferentes, en el poema de Neruda los de “entonces” y los de “ahora” no son los mismos en tanto que personas físicas o tal vez también sentimentalmente, pero sí son los mismos en tanto que personas, que individuos. Esto es totalmente cierto de manera formal, pero queda por saber cuál es el costo que esto tiene. No es muy alto si tomamos las cosas por separado o fuera del tiempo, es decir cuando hacemos abstracción de las relaciones y del movimiento. Estamos simplemente enunciando formalmente hechos: este hueso es un pedazo de un animal desaparecido del cual ignoramos todo, este pájaro que vuela está aquí en este instante y no en otra parte, en tanto que persona soy el mismo hoy como ayer y de ninguna manera puedo ser otro. En apariencia no hay pues ninguna objeción de parte de la dialéctica, pero si nos detenemos un instante a ver con mayor acuidad las cosas, el rechazo de la contradicción formal nos conduce a contradicciones reales. Si el fósil, simple vestigio de un animal desaparecido, no es al mismo tiempo otra cosa que una de sus ínfimas partes, es totalmente contradictorio que no obstante pueda informarnos lo que era el ser en su totalidad; si el pájaro que vuela está en cada instante preciso en un lugar preciso y no al contrario también de paso hacia otro lugar,  entonces es contradictorio que vuele; si cada día soy el mismo que ayer y no al mismo tiempo soy otro, esto es contradictorio con el hecho de que tengo una historia personal. Es esto lo que sugiere el verso de Pablo Neruda: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Cada uno se imagina todo lo que ha podido cambiar en ellos y por qué ya no son los mismos, por qué son otros.

Esta es la primera función de la dialéctica, la crítica, esta dialéctica negativa revela todo lo que no alcanza a ver la lógica formal arropada en la aparente evidencia adquirida de la no-contradicción, pues lo que queda afuera de su alcance tiene un costo teórico y práctico: porque de un lado se guarda de no caer en la contradicción y por el otro deja afuera la relación y el movimiento, nada más ni menos que el orden del mundo y la lógica misma de la vida.

De esta dialéctica negativa es menester pasar a la dialéctica positiva que nos ponga al alcance la manera de dominar las contradicciones en pensamiento y en acto. Pero antes de dar ese paso, voy a insistir de nuevo en lo que hemos visto hasta aquí. La lógica formal, la lógica clásica nos manda a rechazar la contradicción, lo que parece conforme al sentido común. Sin embargo al conformarnos a este precepto, nos vemos obligados a comprobar que cuando nosotros deseamos pensar las relaciones y los procesos, es decir la realidad del mundo, la no-contradicción en el discurso inevitablemente hace surgir contradicciones en la realidad misma de las cosas: si nosotros somos los mismos que éramos ayer sin poder ser al mismo tiempo un poco diferentes, es decir un poco otros —identidad formal—, dejamos de entendernos como seres vivientes y cambiantes, contradicción dialéctica en su momento negativo. Lo que no significa decretar falsa la lógica clásica, sino que ver en ella una simplificación de todo el pensamiento y a reconocer en la dialéctica —en la que brota el sentido que puede tener la contradicción— una lógica más penetrante de las relaciones y los procesos.

Se puede completar este esbozo de la contradicción con un ejemplo tal vez más significativo: la causa y el efecto. La causalidad mecánica es un ejemplo elemental de la lógica formal: por ejemplo, cuando en la circulación urbana ocurre un accidente, vemos que el automóvil ‘A’ choca con el automóvil ‘B’, que está parado en un “alto”, pues el choque lo hace moverse (no voy a referirme al efecto en el chofer que puede ser otra consecuencia). Aquí es claro que el movimiento del primero es la causa, el movimiento del segundo es la consecuencia. Causa y consecuencia son dos contrarios en la lógica de la identidad: el sentido de cada uno es claro y distinto, su contrariedad resulta evidente, su relación es unívoca, no hay nada que dé pie para ver alguna contradicción. No obstante, si en el choque el vehículo ‘B’ se puso en movimiento por causa del vehículo ‘A’, pero la velocidad, la trayectoria de ‘A’ han sufrido cambios, incluso lo más probable es que se detenga, que pierda su movimiento. Lo que observamos es que a la primera causa viene a emparejarse la segunda, la de ‘B’ sobre ‘A’. La relación unívoca que teníamos al principio ha sufrido una metamorfosis y tenemos una relación recíproca, la causa que trajo la consecuencia se ve afectada por esta consecuencia que se vuelve causa para ella. ¿Acaso no estamos frente a una unidad de contrarios? Sí, toda causa que entra en juego es a su vez efecto de su propia acción, ¿pero en qué consiste aquí su dialecticidad?  El lógico formal nos dirá que aquí no hay ninguna contradicción, hay interacción, lo que es totalmente distinto: coinciden dos acciones causales  recíprocas, pero se mantienen distintas. Esto es cierto de alguna manera, cuando apenas tomamos en cuenta la unidad y no la identidad de los contrarios. ¿Cómo podemos hacer la diferencia en el choque entre la acción causal de ‘A’ sobre ‘B’ y la de ‘B’ sobre ‘A’? Imposible decirlo. Imaginemos ahora que los coches vienen en sentido contrario uno del otro y chocan frente a frente, imposible saber cuál fuerza es la causa y cuál es la consecuencia.  Este argumento de la interacción pretende ignorar el evidente devenir-idéntico de la causa y del efecto, es decir la dialéctica de la relación causal.

Dialéctica mucho más imponente cuando entran en relación no objetos inertes, sino organismos vivientes y seres conscientes: la manera misma en que un ser reacciona a la acción causal externa es fundamentalmente causada por lo que él mismo es internamente —lo que un organismo tolera, otro lo rechaza—  el enmarañamiento de la causa y del efecto se vuelve inextricable, su identidad salta a la vista. Ejemplo significativo de la diferencia del nivel entre una lógica de clarificación elemental y una dialéctica de comprensión compleja.
  

19 diciembre 2014

Contradiciones IV



Antes de seguir, es necesario que aclaremos algunos aspectos de lo que hemos escrito precedentemente sobre la unidad y la identidad de los contrarios. Sobre la unidad no creo que sean muchos los que no vean claramente que al decir “abajo” obligatoriamente pensamos en “arriba”, pues sin este segundo término el primero no significaría nada. Lo mismo podemos decir de los polos de un imán, ambos se suponen y son dos en uno. Con esto queda demostrado uno de los límites del principio de no contradicción, no obstante existe el otro momento, ¿son realmente idénticos? Es decir ¿son idénticos o son lo mismo en el mismo orden, en el mismo respecto?

Veamos esto de más cerca, alto y bajo son dos lados de lo mismo, son una pareja, pero son dos cosas diferentes, alto no es lo bajo y viceversa. Nadie va a aceptar que son idénticos, son diferentes. Hay un solo imán pero dos polos diferentes. No se puede decir que son dos y uno al mismo tiempo y en el mismo respecto. Esto lo podemos decir sobre todos los ejemplos que hemos puesto en lo que precede: ninguno de los contrarios es idéntico en la misma relación, en el mismo orden.

Podemos aceptar que el fósil tenga las mismas características que el todo del animal al que perteneció, podemos deducir el todo, pero no podemos decir que son idénticos, que son la misma cosa. Son diferentes. Pero pensar dialécticamente no consiste en negar las diferencias de los contrarios.

Los contrarios no son la misma cosa, sino que son el mismo respecto, la misma relación y es en este sentido que estos diferentes son idénticos. El pensar dialéctico pone en evidencia la profunda falsedad de considerar los contrarios como dos cosas que se pueden pensar por separado: lo alto por un lado y lo bajo por el otro, lo verdadero por un lado y la falso por el otro, mientras que ellos son el mismo respecto, la misma relación, una misma relación con dos polos: la relación de posición, alto y bajo, la relación gnoseológica, verdadero y falso. Son pues dos en uno.

Esto manifiesta al principio aristotélico de la identidad como un momento necesario, pero al mismo tiempo un momento provisorio del pensar que debe de ser superado  por el principio dialéctico de identidad-diferencia, por ende también de una contradicción válida entre dos términos que han sido rigurosa y previamente definidos de manera no contradictoria. Esto último significa que la dialéctica no suprime la lógica formal, sino que la supera, podemos considerar la dialéctica como las matemáticas superiores respecto a la aritmética que es la lógica clásica.

La lógica formal no toma en cuenta el momento dialéctico, lo que la condena a dejar afuera de su alcance pensar las relaciones y los procesos, es decir la realidad viva del mundo que nos circunda. La lógica formal es incapaz de explicar en qué consiste una síntesis en la que es evidente que dos forman uno.

Los enemigos de la dialéctica, los que se oponen a ella incluso sin haberla leído seriamente, sin haber estudiado a Hegel con el merecido y necesario detenimiento, lo acusan que pretende el absurdo, de que los contrarios son una misma cosa, mientras que todo el trabajo hegeliano ha consistido en mostrar, en hacer entender que los contrarios en nada son una cosa, sino que precisamente una relación. Es esto lo que resulta imposible pensar, cuando uno se empecina en despedazar el mundo en partículas separadas e inmóviles.  

13 diciembre 2014

Contradicciones III



Las imágenes mentales que recibimos y recogemos del mundo exterior por medio de los sentidos, constituyen el contenido de nuestra consciencia, estas imágenes como lo dijimos anteriormente son el punto de partida de nuestro conocimiento que se transforma en conceptos cuando comenzamos a distinguir lo que les es propio, lo que es común con otros objetos de la misma especie. Dijimos que ya al nombrar la cosa la estamos incluyendo en una clase, que hemos hecho una abstracción, al mismo tiempo nos hemos alejado de la imagen mental y hemos entrado al campo del intelecto y nos hemos forjado una representación mental de la cosa. La representación es un primer paso en el orden del pensamiento. Hegel en el § 3 de su Enciclopedia de las ciencias filosóficas afirma que “Sentimientos, intuiciones, apetencias, voliciones, etc., en cuanto tenemos conciencia de ellos, son denominados, en general, representaciones; por esto se puede decir, en general, que la filosofía pone, en el lugar de las representaciones, pensamientos, categorías, y más propiamente, conceptos”. Hegel desde el primer parágrafo de su Enciclopedia  nos advierte que “la consciencia antes de formarse conceptos, se forma representaciones de los objetos y el espíritu pensador sólo a través de las representaciones, y trabajando sobre ellas, puede alzarse hasta el conocimiento pensado y el concepto”.

Lo que Hegel nos está indicando indirectamente en estas iniciales proposiciones es también que todos tenemos esa capacidad reflexiva y que todos somos capaces de adquirir un conocimiento que va más allá de la simple representación de la realidad y llegar a un conocimiento superior. De la misma manera que por un hábito generalizado somos capaces de pensar apegados a la lógica formal, de la misma manera casi todos hemos enunciado contenidos dialécticos, puede que se trate de una dialéctica aún ingenua como la de los antiguos griegos. Veamos un ejemplo, que voy a tomar prestado de un conocido poema del poeta chileno Pablo Neruda:

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Estos hermosos versos de Neruda tienen un significado transparente y no hay nadie que dude de su significado y que no lo entienda, no obstante este verso está contradiciendo el principio de identidad que hemos indicado como irrevocable si queremos pensar correctamente: en suma Neruda nos dice, los mismos ya no somos los mismos. ¿De que se trata? Cuando Heráclito de Éfeso afirma que “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”, —esta sentencia es más conocida en la versión que da Platón en el Crátilo “no se puede entrar dos veces en el mismo río”— está refiriéndose a lo mismo, al cambio, nadie duda que en el fondo seguimos siendo esencialmente los mismos, pero algo en nosotros ha cambiado que nos hace diferentes. Ese algo posiblemente inesencial puede que sean cambios cuantitativos: menos cabellos, la piel menos reluciente o simplemente más años. El curso del río, su lecho no ha cambiado, pero no es la misma agua. Todos sabemos que en cualquier parte del curso del río le seguiremos llamando Lempa, lo seguiremos identificando.

Las diferencias pueden ser insignificantes y en esto todos podemos ponernos de acuerdo, ¿sin embargo lógicamente quién no palpa la crucial diferencia entre la identidad inflexible, firme e inmóvil (es el mismo, no ha cambiado en nada) y la identidad modificada (es el mismo, pero ha cambiado en algo)? Entre estos dos enunciados no hay sólo diferencia en el sentido de la lógica de la identidad, hay formalmente una oposición. Se trata de una oposición de un alcance ingente, puesto que la continuidad de la vida es esencialmente cambio permanente. Si dejo de cambiar es porque estoy muerto, incluso muertos seguimos cambiando, aunque estos cambios ya no sean vitales, ya no pertenecen a la vida, sino que son de descomposición. La conclusión que se impone es  “la identidad de un ser vivo incluye necesariamente la repetitiva diferencia consigo mismo. Nos estamos percatando de alguna manera que identidad y diferencia son no obstante lo mismo. Esta es una de las tesis de Hegel que se proclama incomprensible, incluso como absurda: identidad y diferencia son idénticas.

Los dos ejemplos que hemos abordado tratan de cambios, movimientos, ¿significa que la lógica formal nos bastaría para pensar lo inmóvil y que la lógica dialéctica irrumpe únicamente cuando intervienen los cambios? Es así que con mucha frecuencia presentan el asunto incluso los partidarios de la dialéctica: es la lógica de los procesos. ¿Podemos entonces afirmar que la lógica clásica baste para pensar las relaciones consideradas fuera de todo cambio?

Abordemos otro ejemplo, las relaciones entre el todo y sus partes. En la representación clásica, las partes son simples elementos del todo y el todo la simple suma de sus elementos. El todo y las partes designan cosas totalmente independientes: el todo no está contenido de ante mano en las partes: si por una de las casualidades me pongo a hacer una pupusa su todo no se encuentra ya contenido en la masa, los frijoles, el queso, el chicharrón y los lorocos y las partes no dependen tampoco del todo, la masa, los frijoles, el queso, el chicharrón y los lorocos existen afuera del todo de la pupusa. Ahora bien, supongamos que puedo hacer una pupusa sin lorocos, únicamente con frijoles, queso, chicharrón, masa. Si los lorocos son en la primera receta una parte de la pupusa, significa entonces que el tipo del todo deseado es el que decide así: hago una pupusa con lorocos. Los lorocos son un componente de la pupusa porque el todo previsto lo exige así: las partes son partes en tanto que partes-de-ese-todo, el todo es tal solo en tanto que el todo-de-esas-partes, en este sentido partes y todo, estos contrarios, son lo mismo. De nuevo pues la dialéctica. Nos hemos ocupado aquí de un ejemplo sencillo, con un todo de carácter elemental, simple suma de sus partes. Si ponderamos un todo de un tipo muchísimo más complejo, como el de un organismo viviente, la identidad del todo y de sus partes es incomparablemente mucho más verdadera. Los arqueólogos pueden reconstruir el todo de un animal a partir de una de sus partes, por ejemplo un fragmento de un diente e incluso hablarnos de su modo de vida: existe la efectiva presencia del todo en cada una de sus partes, efectiva inherencia de las partes a un todo determinado. La relación inmóvil, considerada en su verdadera complejidad, es tan dialéctica como la del cambio.

Hemos visto pues la identidad de los contrarios, seguiremos viendo otros aspectos de la contradicción en otros artículos. Seguirán siendo cortos. Me voy a esmerar en que no se pierda el hilo, que no haya de un artículo al otro saltos demasiado grandes.

08 diciembre 2014

Contradicciones II



 Me propongo aquí cumplir con la promesa que dejé pendiente en el artículo anterior. Dije que iba a hablar de la contradicción dialéctica. Se trata de un tema extremadamente complicado, pues esta categoría filosófica es considerada como central dentro del conjunto de categorías del materialismo dialéctico. No deseo entrar en preámbulos largos y justificativos, entro en el tema inmediatamente.

Malentendido o desconocimiento

Lo primero que voy a señalar es un malentendido, un reproche que muchos le dirigen a la dialéctica, sin haber comprendido la diferencia y los aportes suyos al tratar de la contradicción. En la lógica formal, desde Platón y sobre todo desde Aristóteles, se ha regido justamente por el principio de la contradicción (o de no-contradicción) que se enuncia generalmente combinándolo con el principio de identidad: una cosa es lo que es, entonces si una cosa es lo que es, no puede ser su contrario al mismo tiempo y en el mismo orden o relación y a esto se le agrega el tercer principio que se llama del tercer excluido, una proposición sobre una cosa es cierta o falsa, no hay tercera posibilidad. Desde la Grecia antigua estos tres principios son considerados universalmente como axiomas irrefutables de todo pensamiento susceptible en su forma de ser reconocido como verdadero. Estos principios son el sólido fundamento de lo que se acepta en todas partes por lógico, en el centro de esta aceptación figura el imperativo cardinal de no-contradicción. Aquí surge lo que origina el malentendido del que acabo de hablar, la opinión corriente de aquellos que no conocen para nada la lógica dialéctica, afirman que ella es un modo de pensar absurdo, que toma por principio suyo el derecho de contradecirse, lo que significa aceptar afirmar algo sin decir nada, aceptar a no producir ningún sentido.

Esta objeción es bastante primitiva, burda, grosera y como afirma el filósofo francés Lucien Sève, que esto traduce “el grado de desconocimiento al que se encuentra ordinariamente expuesta la impresionante racionalidad de un Hegel o de un Marx”. Ellos nunca recusaron la lógica formal, al contrario la han observado con extrema vigilancia, hasta el momento en que esta lógica clásica suscita por su propio movimiento contradicciones que declara como insolubles, como son las antinomias señaladas por Kant. La dialéctica no se resigna a aceptarlas. Otro francés Henri Lefebvre decía, “la teoría de las contradicciones no puede ser contradictoria”.

Las posiciones que caracterizan tanto a Hegel como a Marx pueden ser enunciadas de manera totalmente exenta de ambigüedades. Lo que quiere decir que ambos han respetado las reglas más clásicas de la lógica, lo que significa que ambos producen sentencias con sentido. Muchos pueden alegar que Hegel es oscuro y que su lectura es ardua, pero eso no se debe de ninguna manera a que Hegel se tome libertades con las leyes admitidas de la enunciación.

Un postulado ontológico aristotélico

Existe otro punto previo que deseo tratar y que por lo general se deja de lado o se aborda sin darle mayor importancia. Aristóteles al discutir en su Metafísica con Anaxágoras se ve obligado a aceptar que en los entes sensibles se puede dar al mismo tiempo y en el mismo orden contradicciones y contrarios porque como dice Anaxágoras “todo está mezclado en todo” (1009, 28), admite también “en potencia, es posible que una misma cosa sea simultáneamente los contrarios, pero en entelequia no”. Y luego viene un pedido que posee el cariz más de un postulado que de una afirmación apodíctica: “Y todavía les pediremos que admitan que hay también otra substancia, entre los entes, que no tiene en absoluto ni movimiento ni corrupción ni generación” (1009, 28,29). Afirma además Aristóteles que los que “heraclitizan” consideran que “sólo eran entes los sensibles”, añade que estos entes sensibles “son los menos numerosos” y que estos filósofos los extendieron “a todo el universo”. Reconoce al mismo tiempo que “en efecto, sólo la región de lo sensible que nos rodea está permanentemente en corrupción y generación”, pero de inmediato lo minimiza afirmando que esta región de entes sensibles “ni siquiera es una parte del todo”, para concluir que es menester “en efecto, mostrarles que hay una naturaleza inmóvil, y persuadirles de ello”. Este punto de suma importancia es poco señalado, el principio lógico de no-contradicción resulta de hecho solidario de un postulado ontológico “les pediremos que admitan…”. La esencia invariante —ocultada por el cambio universal de lo sensible— no constituye la verdad última del ser. De inmediato se manifiesta así con claridad meridiana para los que no se cierran los ojos, que la legitimidad en su orden propio de la lógica de la no-contradicción excluye, no obstante a través de un postulado, la validez no contradicha de la “concordancia de los contrarios”, postulado evidente por el estado de los saberes de antaño y descalificado por los conocimientos de hoy.

Más allá de la confusa inestabilidad de lo sensible, si consideramos el mundo en su esencial constancia inteligible, se nos impone la lógica de la identidad formulada por Aristóteles, pero también más allá de esta relativa invariancia del mundo, si a la luz de los saberes actuales consideramos su más fundamental evolución universal, ¿acaso no es un pensamiento instruido de la contradicción que tiene que tomar el relevo de la simplificadora lógica de la identidad? ¿No será este todo el sentido de la dialéctica en la significación moderna de la palabra?

Imágenes y conceptos

El conocimiento, todo conocimiento, en la historia de la humanidad, como en la vida de cada individuo, tiene como punto de partida las imágenes mentales que son el resultado de la acción de la realidad material sobre nuestros sentidos. André Leroi Gourhan famoso etnólogo y arqueólogo francés les llama a los sentidos “órganos de relación” esta denominación veremos tiene su profunda coherencia dialéctica. Las imágenes que nos entrega el mundo circundante son ricas, precisas y verídicas tanto más que nosotros no las recibimos pasivamente, de manera desatenta, sino que las buscamos a través de nuestras actividades perceptivas elaboradas y vigilantes, partes integrantes de nuestras relaciones prácticas con el mundo natural y social: no se trata de un simple oír o un simple ver, sino que hemos aprendido a escuchar y a mirar. Estas imágenes son concretas y particulares. Concretas por que los diversos aspectos inmediatos de su objeto me son entregados como en gajo.

Algunos tal vez recuerden el ejemplo que da René Descartes en sus “Meditaciones Metafísicas” de la cera de un panal de abejas que se acaba de sacar y nos describe la dulzura de su sabor, el olor a flores, etc. Toda imagen sensible nos aparece en total evidencia como la cosa misma, en la multiplicidad de sus cualidades, de sus relaciones inmediatas con las otras cosas y con nosotros mismos. Al ser concreta la imagen es particular, incluso singular, única. Es la imagen de esta realidad, diferente de esta otra, de cualquier otra, aun sea por el más mínimo detalle.

Por esto mismo, si la imagen es el punto de partida de nuestro conocimiento está destinada a permanecer como su grado primitivo, limitado e inesencial y todo lo que en el objeto tiene una significación permanece inmerso en lo particular, puesto que inseparable de los aspectos cambiantes de las cosas y de sus relaciones variables entre ellas y nosotros mismos, la imagen es incapaz de aprehender lo que define en propio a cada una de ellas y de manera permanente.

Descartes continúa su meditación describiéndonos lo que le sucede a la cera del panal si la acercamos a una llama, se vuelve líquida, pierde su aroma, la dulzura de la miel, apenas se puede tocar y si la golpeamos no produce ningún sonido. El filósofo se interroga ¿es la misma cera la que permanece después de estos cambios? “Es menester confesarlo que permanece y nadie puede negarlo” concluye Descartes. Significa entonces que la verdadera consistencia de las cosas se halla más allá de lo que nos presenta el conocimiento sensible y no se puede alcanzar sino que con un conocimiento de un orden distinto, no es pues con los sentidos, sino que con el intelecto, lo que la filosofía clásica llama el entendimiento.

No me estoy desviando del tema, estoy introduciendo algunos conceptos que van a ser útiles e indispensables más adelante. Este conocimiento de otro orden entra a actuar cuando le damos nombres a las cosas. Cuando le damos un nombre común a una cosa, por ejemplo cera, estoy dejando de lado las particularidades sensibles que presentan en tanto que este objeto preciso y que se diferencian de las que podemos encontrar en otro objeto del mismo nombre. Dejar de lado es abstraer, es decir yo hago abstracción mentalmente de las particularidades individuales y retengo en mi mente las propiedades comunes de todos los objetos del mismo nombre, invariablemente constitutivas de su naturaleza. Propiedades que las diferencian de otras de distinta especie y que las definen como pertenecientes a una clase lógica. Están incluidas tanto en extensión (qué objetos abarca) y en comprensión (qué características debe poseer un objeto para ser abarcado en esta clase). Con esto ya no tenemos una imagen, sino un concepto del objeto.

El concepto del entendimiento es una representación mental abstracta que abarca o reúne los caracteres necesarios comunes a todos los objetos de una misma clase lógica. Según la lógica formal una definición correcta y válida tiene que atenerse también al principio de la no-contradicción, pues es la que define lo que la cosa es, es la que le otorga su identidad a la cosa definida y por supuesto también tiene que ser cierta. Sobre este último momento volveremos más adelante.

Voy a interrumpir aquí mi presentación, no quiero que los artículos sean demasiado largos, voy a ir publicando de a poco para la comodidad de los lectores. No todos tienen el mismo tiempo y disponibilidad. Creo que ha quedado claro que la contradicción dialéctica no es romper las leyes de la lógica formal, que Aristóteles reconoce la existencia de contrarios en el mundo sensible, pero lo considera subalterno a la naturaleza que el pretende inmóvil. Los números en negrita corresponden a la numeración clásica de la Metafísica de Aristóteles y es la que se usa internacionalmente. Estoy usando la traducción de Valentín García Yedra que pueden procurarse en www.philosophia.cl/

También espero haber sido claro al establecer la diferencia entre el conocer sensible y el conocimiento del entendimiento.