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13 mayo 2015

De nuevo sobre el mundillo político



Los partidos políticos dominan el ejercicio de la política que conduce a ocupar un lugar en el campo político, a contar dentro del mundillo de la política. Cada uno de los partidos despliega un discurso propio, con sus propios temas tradicionales, con un vocabulario tintado con los matices de su propia ideología. En tiempos electorales, cuando los políticos vuelven al mundo social en el que vive la población para pedir los votos y poder seguir ocupando el lugar y/o mejorarlo con un aumento de puestos, es cuando el discurso se tiñe con mayores colores. Es cuando buscan distinguirse, cuando solicitan el reconocimiento. 

Como la mayoría de los electores pertenecen a lo que de manera general se le llama “pueblo”, cuando se habla de la gente con cierto respeto, pues a veces se le trata simplemente de la chusma, del populacho, tomando en cuenta esto todos los partidos se vuelven defensores de los intereses populares.  En los países como el nuestro, en el que el campo político está dominado por dos partidos (que durante ese tiempo electoral procuran mostrarse polarmente opuestos) el peligro que corren los intereses populares reside simplemente en que el partido adverso gane mayor importancia y domine en las instancias estatales.

Los programas en sí no cobran mayor importancia, a veces se hacen consultas de los principales temas que tiene que contener el programa partidario, se organizan reuniones, mesas redondas, a veces simplemente se les confían a compañías encuestadoras confeccionar el listado de los temas más atractivos. En nuestro país el tema de la seguridad ocupa gran parte de los discursos y de los temas abordados. En realidad los programas no tienen mayor importancia y se asemejan todos. En las pasadas elecciones presidenciales el candidato del FMLN se quejaba que el partido ARENA copiaba el programa de su partido “revolucionario”. Como no hay posibilidad de diferenciarse mucho por los programas, unos optan por las campañas sucias o a los ataques personales, invocan el pasado, se acusan mutuamente de tener al país en las condiciones en que se encuentra, la diatriba, la descalificación son los recursos oratorios que predominan. No hay pues realmente un debate político, sino que una competencia publicitaria y de divisas, de spots televisivos, de imagen. Y como la cuestión de la imagen se vuelve cada vez más importante y de peso, los militantes en tanto que tales, con su actividad política van perdiendo importancia y su preparación ideológica va al mismo tiempo desapareciendo hasta llegar a ser inexistente. El militante se vuelve impotente hacia el exterior y mudo hacia el interior. Impotente hacia el exterior pues no está preparado para definirse de manera autónoma, ante cualquier problema debe tener puestos los cinco sentidos en la próxima toma de posición del dirigente, que es lo que va a determinar su “convicción”.

Las dirigencias viven también al interior de sus partidos en círculo cerrado y allí también hay intrigas, alianzas y al mismo tiempo una repartición de roles y funciones. Hay posicionamientos respecto a los miembros más influyentes, los miembros de las cúpulas partidarias desarrollan un “olfato político” e intuyen a veces a tiempo, otras con cierto retraso a qué “campo” arrimarse para jugar un papel dentro de la dirección, no estar muy lejos de los círculos donde se decide el reparto de los puestos. Ese “olfato” les indica también cuando es conveniente callar, cuando ante una pregunta indiscreta de algún periodista salirse por la tangente o soltar alguna banalidad con visos de profunda reflexión. En esto también se manifiesta una especie de “espíritu de cuerpo” que no hay que confundir con la fidelidad ideológica al partido. Este “espíritu de cuerpo” se convierte en transversal, es decir que puede extenderse hacia todo el mundillo político.

Esta imagen llega intacta a la población, a veces con ciertas correcciones explicativas para que no aparezca con toda la brutalidad de su verdad. Es este mundo real y superficial el que  rechaza la población y al que no codicia pertenecer. Esta imagen es una barrera para las vocaciones políticas, pues en regla general esta imagen aparece como el telón de fondo para que se realice todo tipo de corrupción. El mundillo político aparece oportunista, sofisticado y sobre todo propicio al chanchullo.

La gente se da cuenta que sus propios intereses, los intereses del país se supeditan al interés de la “clase política” y saben perfectamente que ese mundo no es el suyo. El papel que juega este mundillo es de cancel, de pararrayo. En primer lugar sirve para ocultar la oposición fundamental que atraviesa la sociedad, entre los trabajadores y las clases pudientes, todo el peso del descontento popular lo asume perfectamente la “clase política”. Todo el disfuncionamiento social cada uno de los partidos se lo imputa a su rival. O como ha estado ocurriendo en estos últimos días en que Salvador Sánchez Cerén llegó al colmo de acusar de antemano de toda agravación de la violencia a la Sala de lo Constitucional, por el fallo respecto a la Asamblea. Esta pelea al interior del Estado es nueva en nuestro país y ha servido para entretener durante meses a la población sobre temas legales y constitucionales, en los que la tecnicidad la deja afuera y si toma partido es por simples simpatías políticas. Pues el FMLN se ha encargado de ponerle tinte político a esta institución, pues han acusado a cuatro de los magistrados de favorecer los intereses de su rival, ARENA. Todo esto sin aportar realmente ninguna prueba, ni argumento de peso. Aquí se aplica aquello, del que no está conmigo, está contra mí. Si no me gusta lo que hace la Sala, le ha de gustar a ARENA.

Pero este panorama tiene otra consecuencia mucho más importante para la sociedad, esta radica en que los ciudadanos tienen una aprehensión falsa de lo que consiste “hacer política”. Es decir en el sentido de ocuparse de los asuntos de la Polis (la ciudad). La conducta de los que integran el mundillo político ha usurpado el ejercicio de la actividad política y lo han desvirtuado. Es lo que conduce a mucha gente a desinteresarse de la política, es lo que ha conducido al rechazo a través de la abstención creciente. En las dos últimas elecciones ha surgido un movimiento que ha llamado a anular el voto, una manera justamente de protestar contra esa usurpación de la cosa pública por los partidos políticos. Era una invitación a reapropiarse de la política negando la politiquería del mundillo. Pero esta actitud, aunque justa, tiene un defecto mayor, existe únicamente en los momentos electorales, es decir que su existencia está supeditada al calendario electoral, que no lo fija el movimiento del voto nulo.

Esto plantea un cuestionamiento mayor: ¿cómo en estas condiciones proponerle a la población entrar en política? Esto requiere tener clara visión de lo que es hoy por hoy el quehacer político, tal cual existe y tal cual le aparece a la población. En esto es necesario tener absoluta claridad de los objetivos que hay que plantearse. No se puede ignorar el mundo institucional existente, pues su actuar acapara constantemente la atención de la gente y al mismo tiempo es el que gobierna la vida del país. No se puede hacer como si no existiera y como si no jugara un papel trascendental. Ellos asumen el papel de mampara de las clases pudientes que en cambio les abandonan la administración (usufructo) del Estado. No obstante tomarlo en cuenta no significa dejar que los ciudadanos identifiquen a los que quieren hacer otro tipo de política. Los que quieren invertir e subvertir lo existente tienen que ofrecer otra cosa, pero otra cosa que implique oponerse a la política tal cual es practicada por los partidos políticos institucionales e institucionalizados y el nuevo partido político, pues no hay otra manera de entrar permanentemente en política sin una estructura que sustente las acciones.

Con esto último estamos optando por un camino que rechaza al mundillo político y sus prácticas y al mismo tiempo estamos declinando dejarnos llevar por la primera impulsión, desertar la política. Al mismo tiempo estamos ofreciendo salir de un esquema individualista, es decir aquí se ha propuesto organizarse, juntarse con otros. El mundillo político con todas las instituciones, sobre todo con la institución electoral, nos impone conducirnos individualmente o de manera individualista. El ciudadano cuando va a la urna y pone un voto, se define individualmente por una u otra opción en competición. El sufragio tal cual existe es una desposesión de la voluntad individual y colectiva, pues delegamos a otros el derecho de hablar en nuestro nombre dentro del mundo cerrado de las instituciones. Les damos toda la autoridad y les dejamos que puedan organizar a su antojo el momento en que de nuevo nos soliciten para que votemos por ellos.

Pero la población sabe que entrar a un partido político tal cual funcionan ahora es asimismo despojarse de su voluntad y entrar a defender posiciones políticas ya decididas y definidas con antelación a su propia voluntad y sin que su propia voz haya sido escuchada. Todo el mundo ve que el funcionamiento de los partidos es vertical y que las direcciones se auto-reproducen en autarquía, funcionando de manera autocrática.

Surge pues la necesidad urgente de innovar. Innovar respecto a ese mundillo político e innovar respecto a la manera de organizarse, de darle a cada uno de los ciudadanos la posibilidad de dar a conocer su pensamiento, darle la real posibilidad de que su voz sea realmente su voz. Darle la posibilidad que pueda defender en el seno del nuevo partido sus posiciones y darle la certidumbre de que va a ser escuchado. Al mismo tiempo darle la posibilidad de que no se conforme con afirmar su deseo, sino que pueda sopesar los pros y los contras de su propia posición y la ajena, que pueda al final argumentar con solidez su posición. Se trata al mismo tiempo de afirmar su personalidad, de no dejarse imponer la voluntad de un líder, aunque por determinadas circunstancias pueda ser transitoriamente un vocero del nuevo movimiento. Pero cada uno debe de saber que la función de vocero no le da a nadie derecho sobre los demás y que al fin y al cabo cada uno puede y debe ser el vocero de todos. El modo de organizarse no puede ser calcado de lo existente en los partidos que pueblan el mundillo político, pero tampoco se puede dejar que la organización surja de manera espontánea. Es por ello que el aspecto organizacional es también fundamental, pero ahora que la gente por las nuevas técnicas se está acostumbrando a actuar en redes, en las que todos proponen y todos deciden, pues darle un carácter político a este tipo de funcionamiento es un paso hacia una transversalidad activa. Este modo de funcionar no debe impedir las acciones colectivas, lo que significa que en un momento dado la toma de decisiones se vuelve urgente y no siempre es posible obtener un consenso. Entonces vuelve la necesidad del voto, en que la autoridad la tiene la mayoría. La diferencia es que ninguno ha perdido su propia voluntad, ni su opinión. Pero sobre todo lo que se decide no es muy lejano de sus propios intereses y convicciones.  

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