El autor de este blog agradece la reproducción total o parcial de los materiales aquí publicados siempre que se mencione la fuente.

20 enero 2016

Entramos en un túnel

Lo que estamos viviendo ahora en El Salvador no es un simple resultado de los Acuerdos de Paz, ni siquiera de todo el período de la guerra. Muchos aspectos provienen de mucho más lejos y otros surgen de nuestra historia inmediata. En realidad, lo que se plasmó en los documentos no refleja tampoco la verdadera situación de dicho momento. Algunos han interpretado que la guerra no la ganó nadie, que hubo un empate. Es posible que los “estados mayores” implicados concluyeran que era imposible obtener la victoria y poner en desbandada al enemigo. No obstante cabe preguntarse por el carácter mismo de la guerra que se llevó a cabo y los objetivos políticos subyacentes si se trata realmente de un empate. 
   
La guerra misma es la culminación exacerbada de una lucha política que remonta a décadas anteriores, en la que se han sucedido varias dictaduras, cada una con sus propias modalidades, pero todas negándole a las fuerzas progresistas el derecho a la existencia legal. Los opositores se veían obligados a luchar en la clandestinidad; la prisión, la tortura y el exilio eran el lote que se les destinaba. La guerra misma es una consecuencia, un resultado. La guerra se impuso como una opción final, cuya realidad se fue fraguando en medio de luchas internas en el campo popular. No voy a detallar estas luchas. Los campos que se enfrentaban divergían realmente en mucho, pues unos pensaron siempre que una democratización que permitiera una vida política, sería suficiente para cambiar el poder y permitir las transformaciones que extirparían al país de toda la miseria social acumulada. Los otros estaban convencidos de la necesidad de derrotar a las fuerzas en el poder, ejército y oligarquía, para poder cambiar las injustas estructuras sociales existentes. Nadie se sorprenda que hable del ejército como fuerza en el poder, pues desde 1944 los partidos políticos de la derecha servían de testaferros del verdadero partido político, el ejército. Las tandas comenzaron su existencia entonces.
En la precaria vida política existente de los años cincuenta y sesenta surgió el primer partido político de la derecha, la Democracia Cristiana, el partido PCN se consolidó como partido político civil apenas después de perder su supremacía. En la izquierda aparecían partidos que servían de fachadas legales al Partido Comunista, que era el único partido de izquierda hasta la aparición de la social-democracia de Guillermo Manuel Ungo. Todos los intentos de asumir el poder por la vía electoral fueron frustrados por el fraude masivo y la amenaza permanente del golpe de Estado, que se hizo efectivo varias veces. Al lado y en pugna con estos intentos surgieron grupos armados. Estos grupos no tenían la misma ideología, ni las mismas tácticas y estrategias. Ambas fuerzas no obstante se fueron consolidando, perturbando en gran parte los objetivos de las fuerzas electoreras de entonces. Todos tenemos en mente la aparición del tercer grupo armado, después del asesinato de Roque Dalton García y otros miembros del ERP. También tenemos presente la actitud del PC de El Salvador que optó por una política de denigramiento contra los grupos armados y los acusaba de banditismo usando el mismo lenguaje de la dictadura.
Lo que acabo de escribir no es ni siquiera un brochazo de la historia de esta época, es apenas una pincelada somera. Sin embargo de esto se puede deducir que la guerra tenía a sus inicios como objetivo cambios radicales en las estructuras sociales del país. Estos objetivos fueron cambiados con el correr mismo de la guerra y la correlación de fuerzas de las dos tendencias existentes en la izquierda. Ganaron las fuerzas reformistas y se conformaron con una vuelta a la vida civil transformada en la que hubiera posibilidad de participar en el “juego electoral”. Los cambios estructurales pasaron a segundo plano, como un objetivo de largo plazo.
Al declarar imposible la victoria los dirigentes del FMLN abandonaban el objetivo de asumir el poder para transformar la sociedad. Es decir el empate no es tal, pues los que estaban en el poder seguían en él, hubo es cierto concesiones, cierta depuración en los órganos represivos del Estado, pero al mismo tiempo con la imposibilidad de juicio por la amnistía que se otorgaron. La represión brutal que venía sufriendo el pueblo desde que se abrió el período de las dictaduras, 1932, desapareció, aunque no del todo. Incluso durante los gobiernos areneros hubo capturas y raptos ilegales, incluso durante el último año del gobierno de Saca hubo casos de abierta represión, algunos asesinatos de activistas de movimientos ecologistas.
Aceptar las reglas del juego era obligatoriamente una condición para ser aceptados en tanto que partido político, es lo que sucedió. Hay aquí un hecho político mayor, desde el inicio de este largo período de dictaduras se abre la posibilidad de ejercer los derechos políticos que ofrece el régimen burgués. Esto significa el cierre de ese largo período y surge otro que es el que estamos viviendo. En la derecha la nostalgia del período anterior predomina, el lenguaje que usa de prepotencia, de dueños indiscutibles del poder y del país se mantiene. Se sigue cultivando el odio. Es cierto que esto último existe en ambos campos. A pesar de que es obvia la convivencia aceptada y también la connivencia en las esferas del poder.
Aceptar las reglas del juego se transformó en la aceptación total y sin ambages de las estructuras sociales y de la ley fundamental del sistema económico vigente, el fundamento de la sociedad es la propiedad privada de los medios de producción, el objetivo de la economía es producir mayores ganancias para la clase dominante.
Estas estructuras socio-económicas siguen intactas, esencialmente son las mismas que las del período anterior. La pobreza es estructural, más del 70% de la población es pobre según los criterios de organismos internacionales, la concentración de las riquezas en pocas manos sigue agravándose, los niveles de vida no se mejoran para las grandes mayorías, las fuerzas de trabajo son súper-explotadas y subutilizadas, la precariedad es lo que domina en todos los ámbitos de la vida social.
La aceptación de la realidad por el partido FMLN se ha venido ocultando tras un lenguaje que no corresponde a la realidad de sus verdaderas posiciones, a veces es de una violencia verbal que no es compatible con la pasividad en el terreno de las luchas sociales, que fueron abandonadas por completo. Esto se ha agravado con la ascensión al poder político del FMLN. El partido y el gobierno adormecen a los trabajadores, sugiriendo que ellos poco a poco van a resolver desde arriba todos los problemas sociales. La realidad desmiente este discurso. El FMLN hace público su propósito de instaurar un socialismo auténtico y adecuado a nuestra realidad, pero mantiene en secreto los detalles y las estrategias con las que pretende llevar a cabo sus objetivos. Por el momento, nada cambia substancialmente. Incluso algunos aspectos como la inseguridad y la criminalidad alcanzan niveles monstruosos. Es este fenómeno que carcome la vida social de toda la nación. El discurso lenificativo de los encargados de combatir el crimen, la negación de la realidad, los zigzagueos en la política contra las maras, ha conducido a que la gran mayoría sienta miedo y considere la violencia de los mareros como su principal preocupación.
Por supuesto que no se puede culpar al actual gobierno, ni al anterior, en exclusivo, de la responsabilidad de esta situación de inseguridad. Esta apareció justamente casi inmediatamente después de la firma de los Acuerdos. Se acudió entonces como única solución a la represión. La derecha no puede tener otra opción. Prevenir implica ocuparse de otros problemas sociales, como son el desempleo, la precariedad de las instituciones educativas, la precariedad en la vida de los barrios, la ausencia de muchos servicios en la mayoría de las zonas rurales y marginales urbanas. Prevenir implica llevar una política que saque de la miseria a las grandes mayorías. La violencia de las maras creció y se enraizó durante los gobiernos areneros.
El gobierno de Funes siguió por el mismo camino, aunque trató un pacto con la tregua, no obstante esta mala jugada sirvió para que las bandas se estructuraran mejor y se forjaran un argumentario justificativo de su actuación. La ambivalencia de esto lleva a que se hable de guerra, de terrorismo, incluso hay algunos que los consideran como posible fuerza política. La derecha olvida por completo su propia responsabilidad y ataca al gobierno actual por lo que ellos no quisieron combatir cuando estaba surgiendo apenas. El gobierno parece que es el único que cree en sus mentiras: “la violencia es un falso problema, retrocede y la estamos combatiendo eficazmente”.
Salimos pues de la guerra y nos adentramos en un largo túnel oscuro, en el que no hay ventanas a través de las cuales aparezcan los posibles horizontes. Hay franjas minoritarias de la población que se han dado cuenta que ir a votar por el menos peor no basta. Esperemos que el topo de la astuta historia no tarde en surgir a la superficie y nos entregue sorpresas con nuevas fuerzas políticas y nuevas formas de lucha. Por el momento, apenas se ven embriones, que algunos quieren que sean de inmediato poderosas ciebas.